Manuel Ruiseñor Liévano
Convencido estoy de que difícilmente los actores sociales y sobre todo políticos, podrían hacerse de la vista gorda y soslayar que México pasa por un momento decisivo para el hoy y el mañana de su atribulada e incierta marcha económica.
Que la guerra de aranceles desatada por los Estados Unidos, que la renegociación del T-MEC, que el creciente activismo del gobierno de China, que el outshoring, etc., etc., etc.
Inmerso como está el país en las procelosas aguas de su transformación política, las tensiones económicas de orden mundial, así como los nuevos paradigmas laborales y tecnológicos, pareciera que conducen a la inteligencia nacional, al Estado mismo, al olvido de una realidad innegable: México se mueve en virtud del esfuerzo de aquellas y aquellos mexicanos que a diario abren las puertas de sus negocios; hablamos de las micro, pequeñas y medianas empresas, mejor conocidas como MYPIMES.
Y es que no se puede tapar el sol con un dedo, toda vez que las MYPIMES representan el 98.7% de las unidades económicas y, en consecuencia, a los más de 8.6 millones de personas emprendedoras cuyo esfuerzo, riesgo y tenacidad, son el basal de la economía real a lo largo y ancho de la nación.
Sostienen las cifras que México es un país en el cual el 99% de las empresas son emprendimientos, donde el comercio, los servicios, la gastronomía, el marketing, la consultoría y la manufactura pequeña, son la estructura de la actividad productiva.
Lo lamentable del caso es que a pesar de ellas, gobiernos tras gobiernos –neoliberales o progresistas o como quiera llamárseles— en el diseño de las políticas públicas han ignorado casi olímpicamente lo que en cada ciudad, barrio o comunidad, acontece por acción de sus emprendedores.
Van algunos datos que refuerzan tal percepción:
– En los últimos años, las MIPYMES crecieron un 4% respecto a la etapa pre-pandemia.
–Ocho de cada 10 emprendedores sigue financiándose con recursos propios, y el 65% continúa autofinanciándose incluso después de tres años.
– Más del 40% enfrentaron un fracaso empresarial, debido en gran medida a la falta de liquidez o al desconocimiento del mercado.
– Y a pesar de lo anterior, estos giros tardan solo 1.8 años en alcanzar rentabilidad, impulsando empleo, consumo y comunidad.
Con estas cifras, acaso es posible advertir que los negocios familiares, más allá de constituir pequeñas empresas, representan la expresión concreta y sin alardes de la verdadera transformación social de México. Una red –como han dicho no pocos especialistas– la cual sostiene a millones de hogares.
Son el sueño de millares de familias mexicanas; un sueño que no quiere verse amenazado y mucho menos truncado. No obstante y como decíamos líneas arriba, las MIPyMEs han carecido del acompañamiento de créditos accesibles, ya no se diga que les han hecho falta programas de formación, herramientas digitales, seguridad jurídica y una agenda del Estado, la cual termine de comprender que el desarrollo comienza desde abajo y no desde arriba. Ojo con las perspectivas.
En este escenario, innegable resulta considerar que hoy por hoy las MIPyMEs en México enfrentan desafíos crecientes, entornos volátiles, escasez de talento, digitalización forzada, competencia global, ante lo cual es necesario tornar la mirada hacia ellas en pro de su fortalecimiento.
¿Cómo? Más allá de recetas mágicas se trata de generar políticas públicas y soluciones de largo,alcance, pero también de abrirles nuevos mercados, desarrollar líneas de productos, estrategias de comercialización; en fin, de esclarecer su panorama.
A estas horas de la economía nacional no se puede perder de vista que muchas de las MIPyMEs operan en modo supervivencia y por eso toman decisiones fuera de lugar. Habría que ayudar,es a mirarse hacia dentro
Lo que debe quedar claro claro en el planteamiento económico del rumbo del país, es que urge un cambio de modelo el cual pueda apreciar que, tras cada micro, pequeña y mediana empresa, existe una historia de vida, una historia familiar, que demanda atención y respeto. Ese es el humanismo que transforma.
Detrás de este México necio e ineficaz, no se puede soslayar el reto pendiente de digitalizar, financiar y acompañar a los negocios familiares en aras de la paz, la seguridad y la movilidad social.
De ese tamaño es el desafío para hacer crecer y modificar a fondo la vida económica y social de México. Saber escuchar, saber aprender y poder atender el sentir de las y los emprendedores. Volver la mirada hacia los emprendedore. Al menos sería un paso firme hacia adelante. ¿O no?