Juan Carlos Cal y Mayor
Hay celebraciones que dicen más de un pueblo que mil discursos. En Chiapas lo sabemos: nuestra cultura es una constelación de símbolos vivos, rituales que cruzan siglos y que siguen latiendo en cada comunidad. Pero pocas veces se había entendido —y proyectado— esa riqueza como lo vimos este año con la fiesta del Mequé. Lo digo sin rodeos: me sorprendió. Y para bien.
FIESTA POPULAR
El Mequé es una celebración ancestral que hunde sus raíces en la tradición indígena zoque y en las prácticas rituales de los Altos. Pero también —y esto es fundamental decirlo— es fruto de esa fusión que nos define: el mestizaje cultural que mezcló calendarios litúrgicos europeos con simbolismos prehispánicos, dando vida a un sincretismo único en México. Nunca antes esta riqueza había tenido una plataforma estatal tan sólida, diversa y profesional.
Este año participaron autoridades municipales, la Universidad de Ciencias y Artes, Coneculta, la Secretaría de Turismo y un equipo artístico que entendió la profundidad del símbolo: bajo la dirección escénica, coreográfica e historiográfica de mi amigo Hiram Marina —ese gran director chiapaneco que supo traducir el alma indígena y la herencia hispánica en lenguaje teatral— el Mequé brilló como nunca.
NO PODÍA SABERSE
Lo confieso: dudé que algo tan nuestro pudiera proyectarse a gran escala sin diluir su esencia. Ya habíamos visto esfuerzos como el Día de Muertos en el Parque Bicentenario, pero el Mequé tiene otra dimensión. Sin embargo, al ver los videos, la puesta en escena, las sedes múltiples, la participación de quienes lo celebran desde siempre, el colorido, la mística, el folclor… entendí que estábamos ante algo mayor. Un renacimiento cultural con y con respeto a nuestro origen dual: indígena y español.
IDENTIDAD
Hay que reconocer algo: ahora se ha entendido que fortalecer nuestras tradiciones es fortalecer nuestra identidad profunda, no solo ancestral sino esa que proviene de un solo tronco con dos raíces que se entrelazan. La cultura no es un adorno: es una política pública. Y eso explica por qué por primera vez vemos instituciones completas alineadas para impulsar un ritual que forma parte del alma chiapaneca en su expresión más auténtica: indígena, católica, mestiza.
PERTENENCIA Y PROYECCIÓN
La identidad no solo preserva lo que somos: nos da sentido de pertenencia, nos une como comunidad y genera cohesión social. En un mundo cada vez más fragmentado, sabernos parte de una historia común nos fortalece y nos da rumbo. La identidad compartida también nos proyecta al exterior con mayor fuerza: cuando un pueblo se reconoce en sus raíces, potencia su cultura, su creatividad y su capacidad de dialogar con el mundo desde su propia voz.
LA IMPORTANCIA
Y aquí viene lo esencial: si Oaxaca lleva décadas proyectando la Guelaguetza al mundo, Chiapas tiene no una, sino decenas de celebraciones con una riqueza antropológica, histórica y estética que puede competir —y brillar— al mismo nivel. Desde los Altos hasta la Costa, desde los rituales zoques con su raíz hispana, cada región tiene un universo simbólico propio. El Mequé es una puerta; el potencial completo es una galaxia.
PROYECTAR, INSTITUCIONALIZAR, TRASCENDER
Lo que sigue es pensar en grande. Esto no debe quedarse como una iniciativa afortunada de un solo gobierno. El Mequé debe institucionalizarse, programarse, crecer, mejorar. Su proyección nacional e internacional puede traducirse en turismo, inversión cultural, y sobre todo, en respeto y admiración por lo que somos: una identidad compleja, ancestral y mestiza.
Si quienes hoy están detrás de este logro tienen visión —y espero que la tengan— comprenderán que Chiapas acaba de abrir una puerta estratégica para su futuro cultural y económico. Que no se cierre. Que se ensanche. Que este sea apenas el inicio de una era en la que nuestras raíces indígenas y nuestra herencia española se proyecten al mundo con toda la dignidad que merecen.
Chiapas está listo para eso. Solo falta creerlo… y seguir haciéndolo realidad.