Ramón Eloy Cerda Castillo
Luego de la reconstrucción de Europa, a mediados de los años sesenta, el mundo fue sacudido, primero por la liquidación del sistema oro-dólar en 1971 y luego por la crisis generada por las violentas alzas de los precios, a partir de 1973. Esto hizo que Inglaterra sufriera grandes problemas originados por sus fuertes déficits en la balanza de pagos. Entonces, el Fondo Monetario Internacional le aconsejó a ese país que abandonara sus políticas sociales y regulatorias. La receta se comenzó a aplicar luego de una fuerte resistencia popular. Es en este escenario que, en 1979, accede al poder político inglés Margaret Thatcher. En seguida, en Estados Unidos asume el gobierno Ronald Reagan, quien devino en la versión norteamericana de la ministra británica.
El liberalismo en el gobierno procedió a reducir el poder de los sindicatos, que ya estaban muy debilitados porque no habían podido detener la ola de despidos originada por la automatización industrial; luego eliminó la propiedad municipal de las cadenas de viviendas que eran alquiladas a bajos costos y que beneficiaban a las personas de menores recursos, procediéndose a su privatización. Finalmente, se modificó el sistema impositivo, haciendo que se beneficiara al gran capital. Estando así las cosas, ocurrió que en 1982 la empresa estatal de telecomunicaciones British Telecom requirió de mayores recursos para su expansión. Pero en ese momento el Estado carecía de fondos suficientes, entonces se recordó que unos años atrás el gobierno laborista había vendido unas acciones de la empresa petrolera estatal British Petroleum, así que se decidió vender toda la British Telecom, en lugar de inyectarle nuevos capitales. Esto dotó al gobierno de dinero fresco, al tiempo que los empresarios se vieron beneficiados con una industria que no tenían en mente desarrollar.
Así se inició, sin que nadie se lo propusiera, la tormenta del privatismo que se propagó, a partir de Inglaterra, en todo el mundo. Entonces, el liberalismo sostiene que el sector privado lo crea todo; sin embargo, es contrario a las reglas liberales que el Estado, que generó una empresa, deba transferírsela a un empresario que no tuvo la iniciativa de construirla, solo porque el Estado requirió una cantidad necesaria de dinero para mantener el equilibrio de su economía. Pues bien, este contrasentido, que es contrario a la lógica liberal, se convirtió en la bandera de los neoliberales de los tiempos actuales.
Este contrasentido dio origen al nacimiento de un capitalismo en el que la burguesía rapaz, estafadora y mafiosa se abalanzó sobre las empresas públicas que ellos no habían creado, pero de las que sustrajeron desmesurados beneficios. Paralelamente con el proceso privatizador, los conservadores thatcheristas procedieron a absorber, a favor del gobierno central, varias instituciones gestionadas por los gobiernos locales, como el Servicio Nacional de Salud, las escuelas, los politécnicos, las universidades, las cárceles y los servicios policiales. Todas estas entidades eran dependientes del gobierno central, y en su manejo y conducción se introdujeron procedimientos y mecanismos propios del mercado y de la administración privada. Esto también resulta un contrasentido al liberalismo de Adam Smith, para quien los servicios públicos administrados por el Estado tienen que gestionarse en función del bienestar social y no de la utilidad privada.
Asimismo, la carrera pública se destruyó; la mayor parte de los empleos a tiempo firme se convirtieron en empleos a tiempo parcial y con contratos temporales. Muchos especialistas pasaron a tener ingresos menores a sus necesidades vitales. Esto indica que se trata del restablecimiento del viejo liberalismo del siglo XIX, en condiciones algo distintas, puesto que lo actual resulta más irracional e inhumano que su predecesor.
Los aspectos del nuevo régimen, conocido como “neoliberal”, se distinguen de su predecesor en los aspectos siguientes:
A) A diferencia del liberalismo, el neoliberalismo tiende a arrasar, por medios típicamente gansteriles y mafiosos, las empresas que fueron creadas por el Estado para el beneficio social o colectivo, con el objeto de convertirlas en privadas, lo cual va en contra de todo principio liberal, porque las mismas no fueron organizadas por los empresarios privados y porque el destino de tales empresas era el servicio público, y por tanto no estaban destinadas a generar beneficios empresariales.
B) A diferencia del liberalismo, el neoliberalismo propicia ruinmente la creación de mecanismos de sobreexplotación. En tiempos del primer liberalismo, los empresarios se basaban en el principio del exceso de la oferta de mano de obra para pagar salarios bajos a los trabajadores. En el neoliberalismo, en cambio, se inventan los servicios en que se contratan trabajadores sin ninguna protección ni seguridad social, que prestan servicios laborales no personales a otras empresas que les pagan por eso un nivel razonable.
C) El fundador del liberalismo moderno, Adam Smith, tenía el criterio de que el sistema que propiciaba daría un bienestar más o menos equitativo a todos los integrantes de la sociedad. El neoliberalismo, en cambio, es indiferente a la miseria de los de abajo, a quienes culpa por su propia desdicha, lanzándoles el consuelo de un “chorreo” que vendría del exceso de riqueza de los potentados. Pero este chorreo es una absurda mentira, pues lo que sucede en verdad es que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres y marginados exponencialmente.
Los grupos anticapitalistas suelen estar contra el neoliberalismo porque favorece las grandes instituciones políticas-financieras supranacionales, como el FMI, el Banco Mundial, los bancos centrales, los cabildeos empresariales, etc., en detrimento de la sociedad civil.
El gran problema es la tergiversación que sufrieron algunas palabras en el siglo XX, como ya nos había advertido el Premio Nobel de Economía Milton Friedman al referirse a expresiones como “democracia”, “igualdad” o “liberalismo”. En realidad, se suele confundir el término “neoliberalismo” con el de “capitalismo corporativista”, uno de los rasgos esenciales de la economía del fascismo, impulsada por Benito Mussolini. Por otra parte, James Ostrowski afirma que: “el capitalismo corporativista consiste en privar a las personas de su libertad y concentrar el poder en manos de unas pocas organizaciones políticas y privadas”. En otro contexto, Jorge Valín sostiene que: “el avance del capitalismo corporativista lo vemos de forma clara cuando el Gobierno proclama estar privatizando: el gobierno no tiene interés alguno en otorgar libertad al ciudadano ni a la sociedad civil, sino al revés, por eso esclaviza al ciudadano con leyes innecesarias, hace lavados de cerebro masivos que llama ‘campañas de concientización’ y emprende guerras que eufemísticamente llama ‘misiones de paz’, enviando ‘tropas de pacificación’”.
La liberalización que practica el Estado significa, simplemente, que se desprende de cierta participación en una empresa semiprivada o que introduce a dedo empresas en un sector considerado monopolístico, pero manteniendo siempre el control. Esto no es liberalizar, porque la presión gubernamental sigue siendo feroz y, por tanto, el mercado no es tan libre.
Suficientes veces se ha dicho ya que el neoliberalismo es una forma despectiva de llamar al liberalismo. En realidad, pienso que no hay ninguna escuela económica que se defina a sí misma como neoliberal. Intelectualmente es un error, pero a pesar de ello muchos grupos anticapitalistas usan el término para definir un fenómeno político, y no económico, que aparentemente conlleva un mayor grado de libertad del mercado. Así se viven estas paradojas en un mundo globalizado por la economía, que a veces, en lugar de aclarar qué tipo de políticas económicas son, confunden más a la jabalinada.