1. Home
  2. Columnas
  3. El pueblo como categoría viva en las luchas populares de Chiapas

El pueblo como categoría viva en las luchas populares de Chiapas

El pueblo como categoría viva en las luchas populares de Chiapas
0
  • Una lectura desde la filosofía de la liberación y la articulación del pueblo como sujeto político en tiempos de fragmentación y búsqueda de justicia.

Carlos Perola Burguete

En cada coyuntura histórica en que el pueblo parece desvanecerse, reaparece con otras palabras, otros cuerpos y otras luchas. Enrique Dussel insistía en que “pueblo” no es un residuo romántico del siglo XIX, sino una categoría viva, una clave ética y política que permite entender desde dónde se enuncia la resistencia. Juan Manuel Contascolín lo recordó recientemente en el Coloquio “Descolonización y luchas populares en el siglo XXI”, en homenaje al propio Dussel: el pueblo no es una abstracción, es un sujeto concreto que sufre los efectos negativos del orden político vigente, y al enunciarlo, se convierte en sujeto político vivo.

Comparto la idea de que no hay neutralidad posible cuando se habla del pueblo. Dussel advertía que toda enunciación está situada, que nadie habla desde la nada. Ese concepto “locus enunciacionis”, como él lo llamó, está atravesado por las relaciones de poder, por las condiciones socioeconómicas y por las heridas que deja la historia. Desde ese lugar, Contascolín nos invitó a sospechar incluso de quienes, como él mismo, hablan en nombre de la teoría crítica. Sospechar es un acto político: es reconocer que el conocimiento y su narrativa, también toman partido.

El filósofo argentino-mexicano militante, Enrique Dussel, sostuvo que toda forma de orden o sistema político, produce inevitablemente víctimas. Y son ellas, decía, quienes manifiestan la ineficacia ética y material del sistema: las que ponen en evidencia la injusticia de su justicia, la violencia de su paz y la perversidad de su moral. Las víctimas y sus lenguajes, son la medida de la verdad de un orden, y también el punto de partida para imaginar otro. Juan Manuel Contascolín retoma ese principio para recordarnos que las luchas populares surgen justamente cuando el sufrimiento se hace intolerable, cuando la vida niega obedecer a la muerte.

Pienso en este proceso, desde los múltiples movimientos generados desde Chiapas, incluso en los recientes movimientos como el que las mujeres buscadoras mantuvieron durante treinta días, paralizada una de las principales arterias viales de Tuxtla Gutiérrez. No veo que ese movimiento se trate de una irrupción espontánea, ni de un acto desesperado, sino de un grito político que nace de la negación: de la ausencia, del silencio, de la indiferencia institucional. En la persistencia de las reivindicaciones consignadas por las mujeres buscadoras, se reconoce la dignidad que Dussel llamaba “negatividad creadora”: la fuerza de quien, aun desde la pérdida, afirma la vida. Las mujeres buscadoras son hoy el rostro visible de un pueblo que no renuncia a su derecho de saber, de nombrar y de existir.

Pero su lucha también muestra los límites del momento histórico. La vinculación articulada con el pueblo fue ciudadana y sólo alcanzó la solidaridad pasiva para no ser desalojadas, y no activa y movilizada, hilvanando reivindicaciones de causas con otros movimientos sociales o grupales. Lo que muestra la fragmentación social, la multiplicidad de causas y la dificultad para articular un horizonte común, debilitan la posibilidad de una transformación más amplia. Frente a esa dispersión, Dussel propuso la idea del “hegemón analógico”: una construcción política dialogada, que permite que los distintos movimientos sociales, o entes solidarios, sin renunciar a sus demandas particulares, compartan información, prácticas y objetivos en torno a una reivindicación general. No se trata de una reivindicación única o de suprimir la diferencia, sino de tejerlas.

En palabras de Juan Manuel Contascolín, el pueblo no es la suma mecánica de sectores ni una masa homogénea; es un bloque social que se construye desde abajo, que sufre, resiste y aprende. Su fuerza radica en la articulación de las luchas. Pensar en un “hegemón analógico es pensar en un método para que las causas particulares –feministas, indígenas, obreras, campesinas, urbanas– se reconozcan mutuamente. Es imaginar un “nosotros” que no borra las singularidades, sino que las hace dialogar.

El caso de las mujeres buscadoras chiapanecas y sus reivindicaciones, revela la necesidad y la dificultad de ese diálogo. Su demanda de justicia –en la localización de familiares desaparecidos y la dignificación de sus vidas–  debería conmover y convocar a otros movimientos: sindicatos, colectivos feministas, comunidades indígenas, defensores del territorio. Sin embargo, la soledad del plantón muestra que aún no hemos aprendido a construir el “nosotros analógico” del que hablaba Dussel. Cada causa parece enfrentada a su propio laberinto burocrático y simbólico, sin encontrar el puente que la conecte con las demás.

La categoría pueblo, entendida desde Dussel y recuperada por Contascolín, permite volver a pensar esa articulación. El pueblo no es sólo un conjunto de oprimidos; es una potencia política que emerge cuando las víctimas se reconocen entre sí y elaboran una estrategia común. El pueblo es una construcción en marcha, un acto de conciencia colectiva. En su sentido más profundo, implica pasar de la resistencia dispersa a la organización hegemónica, del lamento a la acción. En esa transición se juega la posibilidad de una nueva historia.

Por eso, cuando observo a las mujeres buscadoras sosteniendo su campamento frente a las oficinas estatales, veo algo más que una protesta: veo la materialización de lo que Dussel llamaría una “ética de la liberación en acto”. Ellas nos recuerdan que la verdad no se decreta desde arriba, sino que se construye desde el dolor compartido y la esperanza organizada. En su persistencia hay una lección política: el pueblo no desaparece, se transforma.

Aun así, la pregunta permanece abierta: ¿cómo convertir esa energía moral en una fuerza hegemónica capaz de incorporar otras reivindicaciones sin diluirlas? Dussel sugería que el camino pasa por la “praxis dialógica”, en la práctica, por el reconocimiento mutuo entre los distintos movimientos. No se trata de imponer una dirección única, sino de compartir los dolores y los sueños. La “hegemonía analógica”, decía Dussel, se construye con respeto, con reciprocidad y con cuidado mutuo.

Si logramos comprender que la lucha de las buscadoras también es la lucha de los campesinos desplazados, de los pueblos originarios que defienden su tierra, de los trabajadores precarizados, de los inmigrantes, y de las mujeres violentadas, entonces estaremos más cerca del pueblo del que hablaban Dussel y Contascolín: un pueblo consciente de su diversidad, pero unido por las reivindicaciones de justicia. La tarea no es menor. Requiere humildad política, organización paciente y una ética del nosotros que desborde los límites de la identidad.

El desafío de nuestra época es pasar de la suma de agravios a la creación de un horizonte común. Chiapas, con su historia de dignidad y rebeldía, puede ser el territorio donde esa articulación tome forma. No se trata de esperar un milagro, sino de reconocer que el pueblo ya está ahí: en las calles, en las comunidades, en las madres que buscan, en quienes siembran la tierra y en quienes todavía creen que la política puede tener rostro humano.

En tiempos de desmemoria y desencanto, volver a la categoría pueblo no es un gesto nostálgico, sino una apuesta por la vida. Como enseñó Dussel, el pueblo es la víctima que se organiza, la exterioridad que interpela al poder y la promesa de un nuevo comienzo. 

Quizá sea tiempo de volver a mirar a Chiapas no sólo como una geografía del conflicto, sino como una escuela política. Allí, las mujeres buscadoras, con sus rostros curtidos por la espera, nos están enseñando el camino de la persistencia. Ellas no esperan redención del Estado ni compasión de los medios. Esperan justicia. Y al exigirla, nos interpelan a todos. Porque la búsqueda de un desaparecido no es un asunto privado: es la prueba moral de un país entero.

No hay democracia posible mientras las víctimas sigan solas. No hay justicia sin comunidad. No hay liberación sin pueblo. Tal vez el primer paso sea reconocernos en esa mujer que, frente a las puertas del poder, sigue preguntando: “¿Dónde está mi hijo?”. En su pregunta cabe toda la filosofía de la liberación. Y en su silencio, la posibilidad de un nuevo comienzo.

Esa promesa late hoy en Chiapas, donde las mujeres buscadoras, con su dolor y su firmeza, nos muestran que el pueblo no se define por la derrota, sino por su inagotable capacidad de levantarse.

*Investigador Periodístico en luchas del campo mexicano, la soberanía alimentaria y económica y las relaciones entre Estado, empresas y comunidades rurales. Director de la A.C. PEROLA. Miembro Honorario del Despacho Jurídico B&G-Chiapas.

1

LEAVE YOUR COMMENT

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *