Carlos Perola Chandomi
La presidente de México, levantó una denuncia. No por una ejecución extrajudicial, ni por un asesinato, ni por un feminicidio, ni por los miles de desaparecidos que el gobierno ha aprendido y enseñado a olvidar.
Fue por un episodio de acoso, por unas fotos indebidas, por una ofensa que cruzó la línea de la decencia.
Y sí, nadie debería ser tocado sin su consentimiento, lea bien dije nadie…ni retratado sin su permiso.(esto último si fuera un simple mortal, no aplica para los servidores publicos, menos para aquellos que salen a darse un baño de pueblo). Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Pero algo se pudre en el sistema cuando solo despierta indignación si la víctima tiene fuero, micrófono y cadena nacional con mañanera.
Lo irónico o mejor dicho lo escatológico es que argumentan “Si esto le hacen a la presidente de Mexico ¿qué va a pasar con las mujeres del país?”, preguntó.
La respuesta es otra, presidente:
Si esto les pasa a las mujeres del país todos los días, ¿qué hace el gobierno, que hace la presidente de Mexico en sororidad con ellas?.
Porque debemos de convenir que, cuando la violencia toca a una mujer sin apellido ilustre, sin investidura, lo que encuentra no es justicia, sino trámite. Una carpeta archivada, una cita reprogramada, una promesa que se vence antes del amanecer.
Durante años, México ha enterrado hijas sin nombres, madres sin cuerpos, hijos sin causas. Y el Estado, solemne, repite su mantra: “Estamos investigando.” “llamé a reunion a todo el gabinete”
Lo irónico es que hasta que el agravio tocó la puerta de Palacio Nacional. Entonces y solo entonces, de repente, se redescubrió la dignidad, la ley, la palabra “respeto”. Como si el dolor necesitara rango constitucional para volverse legítimo. ¿No le parece escatológico?
Como si la empatía despertara solo cuando el espejo refleja la investidura o ¿refleja la realidad del México en que vivimos?
Y en el atril del poder se escuchó: “Debe haber respeto por la mujer.” Sí. De acordeón con usted. Sin duda alguna.
Pero también debe haber respeto por la justicia, por la vida, por la seguridad, por la inteligencia del pueblo que advierte cuando la autoridad confunde respeto con miedo, y moral con privilegio.
Porque en democracia, lea bien dije en la democracia, el respeto no se impone: se gana. Y la autoridad no se protege con escoltas, sino con ejemplo. (Que por cierto no son los mejores ejemplos).
Lo grave no solo es el agravio a la presidente de Mexico.
Lo grave es que la seguridad que debe garantizar el Estado al pueblo entero, se confunda con la seguridad únicamente del poder o de la envestidura.
Que se blinden los egos mientras el pueblo camina descalzo entre el miedo y la costumbre.
Garantizar la seguridad no significa proteger la imagen presidencial, únicamente, sino cuidar la vida de cada quien: de la mujer que toma un taxi, del joven que protesta, del periodista que escribe demasiado, del fotógrafo, la seguridad del simple mortal.
En resumida cuenta, El Estado no está llamado a custodiar el prestigio de sus mandatarios, sino la paz de su gente.
Y cuando esa paz se fractura todos los días, sin eco, sin respuesta, sin justicia ya no es Estado de Derecho: es Estado de privilegio.
El agravio que toca al poder se atiende con urgencia.El que toca al pueblo, con reuniones.
Esa es la verdadera fotografía del país: un poder que solo se conmueve cuando se ve a sí mismo en el espejo del dolor.
Así que sí, presidenta: esto es grave indudablemente.
Pero indubitablemente es Más grave que el aparato del Estado se active por eso, mientras las víctimas del pueblo se vuelven estadísticas.
Ahora bien, La libertad de expresión —esa vieja hereje— no se mide por lo que halaga al poder, sino por lo que lo ofende.
Las cortes del mundo lo han dicho una y otra vez:
El discurso político, incluso el incómodo, el irónico, el cruel, es el corazón de la democracia.
La libertad de expresión no existe para los aplausos,ni para que les guste, sino para los desacuerdos. De otro modo, no sería libertad: sería cortesía.
La Suprema Corte mexicana lo dijo claro:
“Quienes participan en la vida pública deben tolerar un grado mayor de crítica, incluso si resulta ofensiva o chocante.”
Y los jueces de otras tierras lo confirmaron:
la Corte estadounidense, en New York Times vs Sullivan, estableció que no hay libertad real si los funcionarios pueden castigar el error, la exageración o la sátira.
El error es el precio de la libertad; la censura, su ruina.
Por eso, cuando el poder convierte la crítica en delito, confunde el respeto con sumisión.
En la Sentencia de Herrera Ulloa vs. Costa Rica (2 de julio de 2004):
“Es lógico y apropiado que las expresiones concernientes a funcionarios públicos o a otras personas que ejercen funciones de una naturaleza pública deben gozar, en los términos del artículo 13.2 de la Convención, de un margen de apertura a un debate amplio respecto de asuntos de interés público, el cual es esencial para el funcionamiento de un sistema democrático.”
Y:
“Aquellas personas que influyen en cuestiones de interés público se han expuesto voluntariamente a un escrutinio público más exigente y, consecuentemente, se ven expuestos a un mayor riesgo de sufrir críticas, ya que sus actividades salen del dominio de la esfera privada para insertarse en la esfera del debate público.”
Y cuando el gobierno se indigna solo cuando lo hieren a él, olvida su deber más sagrado: proteger la paz, garantizar la seguridad de los ciudadanos, no el prestigio únicamente.
La presidente tiene derecho a sentirse agraviada, sí. Pero no a que su agravio se vuelva doctrina. Para olvidar el pasado.
Porque la justicia, cuando mira hacia arriba y no hacia el pueblo, deja de ser justicia: se vuelve privilegio con firma y escudo.
Así que sí, presidente, esto es grave.
Grave por lo que muestra, ( en donde si) no por lo que aparenta.
Grave porque confirma que al parecer, en México, la dignidad solo existe cuando la ofensa toca al poder o a la investidura.
El resto —las mujeres, los hombres que no salen en la foto— siguen esperando su turno en silencio, entre expedientes y madres buscadoras.
Atentamente
Hijo del camino
no tengo bandera,
solo polvo en los pies y memoria en el pecho.
Caravana es mi patria,
donde el canto y la queja duermen juntos.
Y mi vida,
¡ah¡ mi vida,
una inesperada travesura del destino
que se negó a pedir permiso para soñar y ser libre.