Corina Gutiérrez Wood
Entrar al gimnasio debería ser tan sencillo como respirar: llegas, entrenas, sudas, te vuelves más fuerte, más feliz y te vas. Fin. Pero no, queridos lectores, eso sería como esperar que los políticos cumplan promesas o que los gatos hablen francés. El gym no es solo ejercicio;es un zoológico moderno, una novela sin guion, un circo. Y yo, como columnista en proceso, esa que está haciendo sentadillas, pero también tomando notas mentales, estoy aquí para documentarlo todo. Porque sí; este lugar es oro puro para quien escribe.
Primero, los serios; los que vamos por salud física y mental. Nosotros sabemos que cada repetición, cada minuto en la caminadora y cada sesión de yoga es inversión en nuestro bienestar. El sudor no es castigo, es gloria líquida. El agotamiento no es drama, es victoria silenciosa. La mente despejada después de una rutina vale más que cualquier like. Aquí no hay show, solo esfuerzo genuino y resultados reales; aunque uno de vez en cuando se tome una selfie para demostrarle al universo que el trabajo interno también deja huella externa.
Ahora, los demás; ¡ah, los demás! Si la vida fuera una serie, el gym sería el set de filmación. Y los personajes; de colección. Una fauna digna de estudio científico, si los científicos tuvieran sentido del humor.
Primero, los gymbros. No solo levantan pesas; levantan la amistad y la complicidad a niveles olímpicos. Van en dúo inseparable; uno no existe sin el otro. Si uno levanta, el otro grita; si uno respira, el otro ya le está corrigiendo la técnica. Son como un matrimonio fitness, pero con proteína en polvo en lugar de terapia de pareja. Coreografían sus rutinas como si fueran una compañía de circo; saltos, gritos motivacionales, y la sensación de que en cualquier momento se puede romper la credibilidad o un tríceps.
Luego están las gymsis, la hermana del hierro. Tu aliada, tu cómplice, tu espejo humano. Una duo dinámico; si una quiere hacer glúteo, la otra también. Si una falla la repetición, la otra la mira como si hubiera traicionado el pacto sagrado del fitness. A veces me siento como cronista de zoológico; observando estos dúos sincronizados ejecutando rutinas a la perfección mientras yo me pregunto en qué momento perdí coordinación entre mente y cuerpo.
Y claro; el gymcrush. Ese personaje que aparece como enviado por los dioses del fitness para recordarte que las pulsaciones pueden subir incluso antes de que empieces con el cardio. Tiene esa aura magnética y esa caminata que provoca distracciones masivas. Tú intentas concentrarte en tus repeticiones, pero la vida tiene otros planes. A veces entrenan, otras solo existen con estilo. De cualquier modo, la motivación y la presión estética se disparan. Y sí, yo observo. No por coquetear, claro que no, sino por investigación periodística, obvio.
Los influencers del gym son una obra de arte multimedia. Todo en ellos es contenido; la botella, la toalla, la mirada al espejo. Sudor real, poco. Sudor en filtro, épico. Cada repetición es performance, cada selfie un recordatorio de que la belleza también hace pesas. Si una cámara no está grabando ¿realmente pasó el ejercicio?
Luego, los filósofos del gym, maestros de la contemplación del hierro. Suspiran profundo, miran la barra como si les fuera a responder preguntas existenciales “¿Es mi dolor realmente crecimiento?” Llevan más tiempo descansando que levantando peso, pero ¡ah! cuando filosofan; bueno, aíslate, porque puede haber humo cerebral.
Los mártires del lunes, nuestros héroes de temporada. Llegan positivos, energéticos “Esta semana sí.” Martes tal vez. Miércoles jamás. Su constancia es como dieta en cumpleaños; aspiracional. Pasan más tiempo en el celular que haciendo peso muerto; pero sin perder la esperanza de un cuerpo de portada. Son la prueba viviente de que la intención tiene su propio brillo, aunque el músculo no se entere.
También están los que van solo a lucirse, los ángeles del espejo. Caminar es su cardio, posar es su propósito. Sus rutinas son tan breves como sus egos extensos. Se pasean con la toalla colgando del cuello como capa de superhéroe, mirando su reflejo como si el mundo entero estuviera en audición para amarlos.
Los guardianes de las máquinas son otra especie fascinante. Tú pides alternar y te observan como si les hubieras insultado al perro. La máquina es su territorio, su torre, su reino del hierro. Y tú, pobre intrusa, solo quieres cuatro series para vivir. Entre ellos y el resto del mundo solo existe un acuerdo; mirar sin tocar.
Los que van en grupo; ocupan media sala, pero con estilo. Selfies grupales entre repeticiones, risas que rebotan por toda la instalación, y una coreografía improvisada que bloquea absolutamente todo. Entrenan, claro; pero lo prioritario es la experiencia social; ser los reyes del gym por un día.
Los entrenadores personales son los verdaderos héroes anónimos del gimnasio. Los ves ahí, patrullando entre máquinas como guardianes del bienestar, listos para salvar una espalda en peligro o rescatar a alguien atrapado bajo una barra demasiado ambiciosa. Detectan una mala postura a 20 metros, como si tuvieran visión de rayo X, y con un simple “¡vamos que tú puedes!” convierten el cansancio en motivación. Son los que te empujan a creer en ti cuando tu cuerpo ya pidió un Uber para irse a casa. Puede que no tengan capa, pero cuando evitan que te rompas un tríceps o la dignidad, se ganan una medalla invisible que solo quienes sudamos ahí podemos ver.
Y las máquinas; oh, las máquinas. Esos inventos están diseñados para humillarte, fortalecer tu cuerpo y cuestionar tu equilibrio emocional que convierten lo cotidiano en cinematográfico.
La moda fitness es un universo con sus propias reglas. Leggings con tecnología de compresión cuántica, camisetas que prometen ventilación casi divina y tenis que, según la marca, te harán saltar como gacela motivada. Porque si el outfit no combina, ¿realmente entrenaste o solo sobreviviste?
La dieta, ese drama paralelo. Batidos de proteína que cuestan como una cena de lujo, snacks energéticos que parecen químicos espaciales y ese eterno conflicto ¿un pedazo de pastel arruina tres meses de esfuerzo o solo dos? Cada cerveza es un acto de rebelión, cada hamburguesa una tentación bíblica. Y mientras algunos vigilan calorías como inspectores fiscales, los que vamos por salud buscamos equilibrio; porque la vida sin tacos no es vida.
El gym también es social; miradas cómplices, historias que empiezan en la caminadora y terminan quién sabe dónde, consejos no solicitados del tipo “hermana, baja la muñeca” aunque tú solo estés estirando. Conversaciones profundas sobre el porqué del CrossFit, o si el yoga cuenta como cardio.
Y ahí estoy yo; tomando notas mentales, escribiendo esta columna desde la trinchera, disimulando mientras hago mi rutina real. Porque entre risas, sudor y humanidad en licra, está el verdadero motivo de venir; salud, fuerza y la satisfacción de superarte a ti misma.
Al final; y aquí está la verdad incómoda, lo más importante no son los personajes, ni los influencers, ni las selfies acrobáticas. Lo que realmente importa es que cada sesión nos hace más fuertes por dentro y por fuera. Que el músculo también se construye en la paciencia y que la constancia vale más que cualquier ego inflado.
El resto; nos da historias. Nos da comedia involuntaria. Nos da material infinito para columnas como esta.
En resumen, el gym es un lugar donde lo serio y lo absurdo conviven sin pudor. Donde la disciplina se codea con el narcisismo y donde la salud mental comparte espacio con el drama innecesario. Entre sudor, vanidad y coreografías improvisadas, seguimos entrenando por y para nosotros mismos; yo regreso mañana; por salud, por disciplina, y honestamente, por el chisme.