Corina Gutiérrez Wood
Hombres, lean con cuidado. No porque los vaya a atacar, eso se los dejo a las columnas militantes con megáfono, sino porque quizá en estas líneas encuentren una verdad que incomoda; las mujeres solemos tener claro lo que queremos; aunque a veces finjamos que no.
Y antes de que alguno levante la ceja con suspicacia, pongamos el contexto en la mesa que siempre ayuda a que el vino entre mejor. Esta columna nació de una noche cualquiera entre amigas, copa en mano, conversación honesta, y una frase de una de ellas que cayó con precisión quirúrgica en medio del silencio:
“Qué se debe hacer con alguien que no sabe si quiere estar contigo.”
Ahí estaba, la duda convertida en sentencia.
No dramatizamos. No hicimos investigación profunda. Simplemente supimos que esa frase es casi patrimonio universal femenino. Porque todas, en algún punto, hemos navegado ese océano lleno de boyas que dicen “ya veremos”.
Y el fenómeno es curioso; una mujer “madura”; esa categoría que la sociedad usa para decir que ya entendemos la vida, aunque sigamos pagando terapia, se cruza con un hombre de la misma generación. Hay química, entusiasmo, cenas con buena playlist, mensajes con emojis correctamente administrados. Todo parece alineado, hasta que él, súbitamente iluminado por la duda, pronuncia:
“No sé si quiero estar en una relación.”
Traducido del dialecto masculino contemporáneo: “me gustas; pero también me gusta mantenerme en mi zona de confort.”
Y ahí se activa la alarma:
La indecisión. Ese pequeño temblor emocional que a los hombres les parece filosófico, pero que a nosotras nos suena a “bandera roja ondeando con coreografía.”
Porque las mujeres hemos avanzado lo suficiente como para saber identificar un cariño que avanza; y uno que solo da vueltas en la glorieta de la incertidumbre. Podemos tolerar muchas cosas; los tacones, la agenda saturada, la depilación un jefe insufrible, pero no a alguien que no sabe si quiere estar.
Y ojo, no es drama. No es presión. Es intención.
Los hombres, con frecuencia, confunden claridad con cadena perpetua. Creen que decir “quiero intentar algo contigo” es equivalente a firmar el compromiso matrimonial y adoptar dos gatos y un perro. Cuando en realidad, la claridad es uno de los mayores afrodisíacos;seduce más que cualquier gimnasio o barba perfectamente delineada.
Porque lo que nos atrae no es la promesa, sino la postura. No el “fluyamos”, sino el “aquí estoy”.
Entonces, cuando alguien se queda congelado en la duda, nosotras interpretamos la señal correctamente; no es confusión, es falta de ganas.
Y ahí aparece la parte valiente del amor propio; la decisión de no quedarse esperando a que otro resuelva su monólogo interno.
No se trata de convertirnos en heroínas trágicas ni en mártires del afecto disparejo. Ya superamos esa etapa de películas ochenteras. La claridad es un filtro natural; quienes no saben elegir, se autoexcluyen sin que tengamos que decirles nada.
Porque al final, hay dos tipos de movimientos en la vida amorosa adulta; los que suman y los que detienen.
Y nosotras ya sabemos que nuestro tiempo vale más que una duda ajena bien disfrazada.
Eso no quiere decir que condenemos a los hombres. De hecho, muchos ya lo entendieron; los hay que dicen lo que sienten, que no esperan al ultimátum para demostrar afecto. Que se quedan sin temerle al compromiso como si fuera una trampa medieval.
Esos hombres existen, respiran y hasta mandan mensaje antes de dormir. A ellos, gracias por la coherencia entre palabra y acto.
Los otros, están aprendiendo. Y es válido. Todos tenemos un proceso emocional distinto. Lo que no es válido es que su proceso se lleve de rehén al nuestro.
Porque la vida adulta trae una verdad que se debería enseñar desde el kínder; el amor se demuestra, la duda también. Y retirarse a tiempo no es perder; es respetarse; y si algún día vuelve; cuando ya resolvió sus murallas internas y su brújula afectiva, quizá nos encuentre en otro capítulo. Con alguien que sí supo estar. O tal vez nos encuentre solas, pero plenas, sabiendo que la compañía jamás será un requisito para la felicidad.
Lo esencial es no quedarnos donde el cariño es condicional o la presencia es intermitente.
Porque una mujer que continúa su camino no deja vacío; deja espacio para lo que sí debe llegar.
Crecer es aceptar que esperar no siempre es amor, y que detener a otro tampoco lo es.
Así que, queridos hombres que siguen leyendo con esta valentía admirable; no le teman a la claridad. Un “quiero estar aquí” siempre será más valioso que un “todavía no lo sé” suspendido en el aire.
Porque en esta etapa de la vida no se ama a medias; se ama con decisión; y si alguien no sabe si quiere estar contigo; tranquila, tú ya sabes lo que quieres y con eso, basta.
Así que, mujeres que me leen; no pierdan su claridad para acomodar la indecisión de nadie.
Y hombres que llegaron hasta el final sin ofenderse; bienvenidos. Quizá ya aprendimos que amar es elegir, no aplazar.