Juan Carlos Cal y Mayor
En Chiapas, los jilgueros vuelven a cantar. No lo hacen al amanecer ni en los cafetales, sino en los pasillos del poder, donde su canto meloso sirve para acompañar cada discurso, cada foto, cada gira. Son los turiferarios modernos, los que perfuman el aire con incienso de adulación, convencidos de que su cercanía al sol los hará brillar. Pero, como en toda corte, terminan tiznados por el humo.
Durante años aprendieron el oficio del halago: escribir comunicados disfrazados de opinión, repetir loas en medios oficiales y aplaudir cualquier ocurrencia como si fuera una visión de Estado. No importa si ayer juraban lealtad a otro amo; hoy se reinventan como heraldos de la nueva era. Su instinto de supervivencia política es admirable: siempre caen parados, aunque sea sobre el fango.
EL CORO Y SU PARTITURA
Nada nuevo. Chiapas ha tenido una larga tradición de jilgueros del poder. En cada sexenio, un coro distinto entona las mismas notas: elogio, sumisión y olvido. El problema no son ellos —porque el oportunismo es tan viejo como la política— sino el daño que hacen a la vida pública. Convierten el debate en adulación, la crítica en sospecha y la inteligencia en propaganda.
Hoy, mientras los verdaderos problemas del estado —la pobreza, la inseguridad, la degradación ambiental— exigen voces serias y libres, los jilgueros se ocupan en cuidar su asiento en la próxima ceremonia, su mención en el boletín, su lugar en la foto. Les basta con ser vistos, aunque ya nadie los escuche.
EL TURIFERARIO DIGITAL
Las redes sociales les dieron alas. Ya no necesitan micrófono ni imprenta: basta con un tuit adulador o una publicación servil para ganarse una sonrisa desde arriba. Así, Chiapas asiste al espectáculo del incienso digital: elogios automáticos, coros sincronizados, periodistas que ofician como sacerdotes del elogio. Lo más irónico es que algunos de ellos se autoproclaman “críticos” mientras compiten por ver quién quema más incienso ante el altar del poder.
LA PRUEBA DEL TIEMPO
Pero el tiempo es un juez implacable. Los gobernantes pasan, los jilgueros mudan de nido y el eco de sus alabanzas se disuelve en el aire. En cambio, las voces que se atreven a disentir, las que no dependen del presupuesto ni del favor oficial, son las únicas que permanecen. En Chiapas, como en toda democracia, la libertad se mide por la capacidad de decir lo que incomoda, no por la habilidad de aplaudir lo que conviene.
En este momento de su historia, estoy seguro de que estos jilgueros actúan motu proprio. Conozco a ERA desde hace treinta años: es un político tolerante a las críticas, sabe escuchar y rectificar cuando hay que hacerlo. Escucha la voz de la sociedad sin matices ni edulcorantes. Flaco favor le hacen estos irredentos aduladores, así como sus esbirros que intentan acallar las voces porque no saben hacerlo de otra manera y terminan poniendo en mal a su jefe.