Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, Este domingo me despierto recordando la noche del 27 de enero en que, Claudia, tu madre y yo, mirando hacia el Tacaná invocamos tu llegada. Esa noche supimos que te dábamos vida, esa noche te deseamos, y te creamos con amor; nueve meses después, el 21 de octubre, te vimos llegar. En esta ocasión, no te puedo regalar este mes, porque desde entonces, Octubre te pertenece.
Octubre te pertenece, querida Ana Karen. ¿Para qué escribir crónicas lejanas o relatos ajenos cuando tú misma eres lo mejor de mis historias? ¿Para qué fascinarse con los paisajes de montaña o la claridad de un cielo azul reflejado en un mar esmeralda, cuando tu sonrisa es el mejor de mis soles y la más brillante de mis lunas?
Este Octubre te observo antes de aprender a pronunciar las cientos de palabras que pronto disparabas con vehemencia para sorpresa de propios y ajenos; te observo en la imagen de un ultrasonido girando de un lado a otro como buscando la salida, la luz y la oportunidad de entrar en nuestras vidas. Estás ahí, en el océano uterino de Claudia, en el ansia de verte nacer. Estas ahí, viviendo tu propio universo como una Princesa que baila en el Lago de los Cisnes y quizá, de ahí te venga ese gusto fascinante por la música de Tchaikovsky que te gusta escuchar una y otra vez.
Desde este octubre, te miro en saliendo del vientre de tu madre a la vida misma quien te protegía amorosamente. Y apenas cortaron ese cordón que une dos vidas, te entregas a los brazos de tu madre; tu olfato es más agudo que tu vista y sin embargo, tratas de reconocer la voces que a lo lejos te llaman. En octubre percibiste el aroma de los médicos, de Tere Ríos, la doctora amiga que te entregó a los brazos de tu madre; percibes los olores del quirófano pero prefieres quedarte con el aroma de tu madre y con el mío, que jamás escapará de tu memoria, porque antes de conocer por la vista, se reconoce por el olfato.
Desde aquél octubre, mi olfato te percibe y te identifica entre todas las mujeres del mundo porque eres única e irrepetible; te observo introspectiva, siempre con la mente concentrada en las cosas más simples que te rodean como hurgando en los secretos del ¿por qué? y el ¿para qué? Siempre curiosa, siempre inquieta, incapaz de mantener el pensamiento en blanco…
Octubre te trajo envuelta en un lienzo de oro tejido en esas mutantes, hojas doradas y estresadas que dan paso a la primavera; en ellas, te recostamos entre los bosques de niebla, en medio de cafetales y cultivos de flores exóticas donde florecen los gnomos, duendes y hadas que pueblan tu imaginación. Octubre me recuerda el poema de Thomas Dylan que te repetía mientras navegabas en el interior de tu madre. “Mi cumpleaños empezó con los pájaros acuáticos / y con pájaros de árboles alados que volaban mi nombre”.
Octubre lluvioso, te recibió con las travesuras del Niño y la Niña, provocando en 1978, uno de los más terribles huracanes arrasando todo a su paso; dejando a Valdivia bajo el lodo. Impetuosa, te revelaste muy temprano a las celdas de una cuna que limitaban tus movimientos y de ella, saltaste a explorar los rincones de la casa descubriendo en cada objeto una nueva palabra. Tu mente se llenó de frases, que repetías con plena congruencia. Y nos sorprendías.
Octubre te selló con su libra, con sus ópalos y caléndulas de colores siempre dispuestas sobre la mesa. Te selló con su sol meridional, con la tapisca del café y la recolección de frutos. Te selló con su aire de oro, con sus melodías de flauta y su ritmo acompasado. Te selló con el nombre de Ana Karen, dos nombres míticos y evocadores en mi memoria que tu madre quiso tatuar en ti.
Octubre te abrió a la percepción del mundo; aprendiste las cosas muy rápido, tenías prisa por caminar y por hablar; tenías prisa por descubrir cada objeto y por aprender nuevas cosas. Tenías prisa por vivir y no quisiste esperar los plazos de tu infancia. Te adelantaste y de pronto, uno trataba con una adulto pequeña que en verdad no era sino una pequeña sedienta de vida. Saltaste de la cuna a la duela apenas en un suspiro porque los barrotes no son lo tuyo; naciste con ideas de libertad y desde entonces no aceptaste ni siquiera los límites de un barandal; te posesionaste de tu cama sin enfado ni temor; jugaste con los primeros objetos a tu alcance e hiciste de cualquier cosa un juguete a la impronta de tu imaginación. Creaste mundos imaginarios; en ellos, descubriste nuevas voces, colores diferentes y texturas que le dan ahora a tu vida un sentido diferente al buscar siempre la belleza, la armonía y la música que vibra en el espíritu de los objetos.
Octubre te dotó de inteligencia y sensibilidad, entregándote el don de la creatividad; de la percepción aguda que te permite ver más allá de las cosas, escuchar más allá de los sonidos y de ahí, tu gusto por Albinoni, Corelli, Tchaikovsky y Rachmaninoff. Te observo escuchando el Preludio en G menor de Rachmaninoff, y me doy cuenta que la obra y tú, viajan con la misma intensidad.
Octubre te brindó la audacia para alcanzar las profundidades del agua. Sin temor alguno, corriste hasta la orilla de las playas en busca de conchas y estrellas de mar, esas a las que llamamos medusas y poníamos a secar hasta verlas petrificadas con un deseo y un sueño contenido en cada una de ellas,. Me hace evocar tus pies y tu cara inundada con la arena de la playa dándole a tu piel un tono artificiosamente moreno que contrastaba con tu rubia cabellera tan fina como escasa. Y todos reíamos porque en ese afán ya deseabas incursionar en el océano infinito para descubrir las cosas que existen en sus profundidades. Sí, aprendiste a nadar sin miedos y con el ansia loca de correr sobre el agua hasta encontrar el otro extremo.
Veintisiete octubres han pasado, vinieron tiempos de estudio; decidiste por la medicina y la psicología; con tu madre viajes por el mundo. Ahora, tu ternura la expandes a tu hijo Noah Andrè, mimosa y tierna le repites un “te amo” como lo hacen tu abue Maru y tu tía Gaby.
Son 27 años dedicándote más de 5200 cartas como testimonio de mi amor; dejándote una parte de mí; donde puedas mirar hacia el pasado con la alegría de un futuro mejor. Te obsequio mi vida en cada relato, en cada historia, es lo que te puedo dar, con la esperanza verte entre las mujeres que transforman el mundo con acciones cotidianas, porque tú, siendo mejor que yo, todo lo transformas. Con esa luz iluminas a tu abuela, a tu tía y a tu madre cada mañana. Y yo, la añoro, pero aún en la lejanía, alcanzo a ver tu destello y desde ahí, observo tu vida y tu sonrisa, como una cuestión de amor.