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El silencio de las conversaciones que pesan / Relatos Escritos

El silencio de las conversaciones que pesan / Relatos Escritos
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Nadia Ruiz

Dicen que el silencio a veces es prudente, pero cuando se prolonga, se convierte en una carga invisible. En una época en la que parece más fácil escribir un mensaje que mirar a alguien a los ojos, las conversaciones incómodas se han vuelto una especie en peligro de extinción.
Nos enseñaron que hablar de lo que duele hiere, y que callar es una forma de cuidar. Pero la verdad es que, la mayoría de las veces, no callamos para proteger al otro… sino para protegernos a nosotros mismos.

Porque enfrentarse a la verdad implica mostrar vulnerabilidad, aceptar que sentimos miedo, enojo, decepción o tristeza. Y en un mundo donde la apariencia de fortaleza se ha convertido en una armadura, pocos se atreven a despojarse de ella.
Y es que, como bien dicen, “no hay crecimiento sin incomodidad ni verdad sin riesgo alguno.” Cada palabra que decidimos no pronunciar es un paso atrás en nuestro propio crecimiento emocional.

Las conversaciones incómodas son, en realidad, un acto de valentía. No nacen del deseo de herir, sino de la necesidad de sanar. Son el momento en que decidimos mirar de frente aquello que hemos guardado bajo la alfombra emocional durante tanto tiempo. Y es ahí donde ocurre algo profundo: el alma se agita, pero también se aligera.

Imagina a Atlas de la mitología griega condenado a cargar el peso del mundo sobre sus hombros. Muchos de nosotros vivimos así, sosteniendo el peso de palabras no dichas, de emociones contenidas, de gestos que nunca explicamos. Cada silencio se vuelve una gota que cae, día tras día, dentro de un vaso invisible. Hasta que un día, sin darnos cuenta, el vaso se llena y se desborda. Es entonces cuando comprendemos que lo que callamos no desaparece, solo se acumula.

Hablar con honestidad duele. No hay forma fácil de decir lo que no nos gusta, lo que nos lastima o lo que ya no queremos permitir. Sin embargo, ese dolor no destruye: transforma. Nos obliga a crecer, a romper con la comodidad de lo conocido y a asumir la responsabilidad de nuestra propia paz.
Porque, en el fondo, “las conversaciones difíciles son puentes disfrazados de tormentas”: parecen venir a sacudirnos, pero en realidad nos conducen hacia el otro lado, donde habita la comprensión, la libertad y la paz interior.

Evitar esas conversaciones nos deja atrapados en un círculo de interpretaciones, suposiciones y resentimientos. En cambio, enfrentarlas nos regala algo mucho más valioso: la posibilidad de entender, perdonar y seguir adelante, incluso si no todo termina como esperamos.
Hablar con honestidad es difícil, pero es parte de crecer. Y crecer, aunque duela, siempre nos llevará a un lugar mejor, a uno donde por fin podamos sentirnos bien con nosotros mismos.

Vivimos en un mundo en el cual la mayoría de las personas prefieren callar y no decir lo que les duele por pena o miedo a hablar las cosas. Pero el silencio, tarde o temprano, se convierte en un espejo que nos devuelve el reflejo de lo que no nos atrevimos a decir.

Quizás el reto más grande de la vida no sea conseguir la felicidad, sino aprender a hablar antes de que el silencio nos hunda. Aprender a hablar sin herir, pero también sin esconder. Comprender que las palabras, aunque difíciles, pueden ser el primer paso hacia la libertad emocional.

Y entonces, cuando finalmente decidimos hablar, cuando la voz tiembla pero sale, entendemos que lo incómodo también puede ser hermoso, porque nos lleva al reencuentro con nosotros mismos.

Tarde o temprano la vida nos obliga a tener esas conversaciones incómodas que evitamos, porque en ellas se esconden las verdades que más duelen decir… pero también las que más nos liberan.

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