José Antonio Molina Farro
Hay muchas definiciones tanto para el líder como para el político. Política viene de la voz griega que significa ciudad, es la ciencia de gobernar pueblos. Pero hay algo irrefutable, y es que por perfecto que sea un sistema de gobierno, por completo que se imagine un programa administrativo, por lógicas y bien intencionadas que sean sus orientaciones, fracasará si no cuenta con hombres y mujeres aptos para que puedan implantarlo. El gobernante debe poseer el carácter y la perspicacia suficientes para rodearse de persona que sepan y puedan interpretar sus ideas, usando los instrumentos legales adecuados para asegurar su éxito. El gobierno requiere dotes de psicología, facultades extraordinarias para percibir, en un momento dado, cuál es el deseo y cuáles los intereses de los gobernados. Además don de mando y don de gentes. La inflexibilidad del político debe ser siempre en cuanto a la tesis, en cuanto a los principios fundamentales, en cuanto a las orientaciones definitivas; pero debe ser flexible, elástico y dúctil en lo relativo a la aplicación de las leyes, que una interpretación exigente puede originar la ruina de sectores económicos importantes y la pérdida de empleos. Se dice que la razón en política es el éxito, pero el éxito no es la conservación del poder, de la influencia, del dominio sino el beneficio social, colectivo, nacional que un político que se precie de serlo puede lograr para su patria. Por supuesto que estoy consciente de un planteamiento utópico de mi parte, cuando vemos que hoy ocurre precisamente lo contrario. Pero se vale soñar,” Los sueños utópicos son a menudo verdades prematuras”. Lamartine dixit.
El líder, cuya definición ha sido frecuentemente falseada necesita poseer un fúlgido sentido de responsabilidad, y seleccionar a sus colaboradores en función de sus méritos y capacidades, debiendo implacablemente eliminar a los que sin solvencia moral juegan con el destino de seres humanos como si se tratara de cosas fútiles o despreciables. Sueñan día y noche en enriquecerse. Las tres potencias del alma racional y los cinco sentidos del cuerpo se reducen a una desmesurada y perversa ambición. Por su parte también es muy importante que el líder prepare a nuevos jefes para el mañana, dándoles oportunidades para que se formen y crezcan. Nada tan eficaz para hacer prosélitos como la fidelidad a la palabra empeñada, estableciendo un paralelismo entre las palabras y los hechos. Esto aunado a una voluntad indoblegable que se agigante al chocar con los obstáculos.
Lo cierto es que hay dos tipos de gobernantes: el explotador y, digamos, el redentor. Uno va al gobierno, al poder para poder tener, y los que van al poder para servir al pueblo, los que luchan por el bien sin restricciones y la felicidad del pueblo, sin recompensa material. Uno persigue su provecho material y es cómplice del desmantelamiento de la legalidad, con hipocresía institucionalizada, que destruye la confianza ciudadana cuando esta existe y se sostiene con una coalición cívico militar desmontando los dispositivos de control constitucional sin brújulas alternativas. El otro aspira a la gloria. Parece que hoy asistimos al imperio de las masas, pero la muchedumbre amorfa, sin guías que la orienten, sin espíritus sagaces que condensen sus aspiraciones dispersas, sin conductores que a inciten a obrar, es una fuerza inerte o destructiva, energía inútil que despliega sus ondas dormidas en la placidez de la hondonada. El número adquiere potencialidad efectiva solo cuando una inteligencia superior preside su desenvolvimiento. Uno de los pensadores más lúcidos y profundos que con finura captó los hálitos del porvenir, José Ortega y Gasset escribió en una página insuperable: “Una acción es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos. Cualquiera que sea nuestro credo político, no es forzoso reconocer esta verdad, que se refiere a un estrato de la realidad histórica mucho más profundo que aquél donde se agitan los problemas políticos. La forma jurídica que adopte una realidad nacional podrá ser todo lo democrática y aún comunista que quepa imaginar; no obstante, su constitución viva, transjurídica, consistirá siempre en la acción dinámica de una minoría sobre la masa. Cuando en una nación la masa se niega a ser masa –esto es, a la minoría directora-, la acción se deshace, la sociedad se desmembra, y sobreviene el caos social, la invertebración histórica”.
Sebastián Lerdo de Tejada. “Es un héroe nacional, Benemérito de la Patria, fundador y forjador de la República Mexicana, y es precisamente el legado de Guadalupe Victoria lo que guía la acción acertada que nos ha permitido tener la valentía e inteligencia de superación de los problemas a través de un proceso democratizador y de participación conjunta en el poder político, que redunda en importantes logros en el bienestar de los mexicanos”. (25 de agosto de 1843).
Guadalupe Victoria. Primer presidente de México y uno de los cinco mejores presidentes de la historia de nuestro país. La historiografía oficial lo tiene en el olvido. Es tan solo un referente superficial conmemorativo. Las generaciones presentes, salvo excepciones, lo desconocen. Tomó posesión el 10 de octubre de 1824. Sentó las bases de la estructura jurídica del Estado mexicano, hizo efectiva la abolición de la esclavitud, creó la Hacienda Pública, creó el Ejército Nacional y estableció la Marina de Guerra, fundó el Museo Nacional, incansable promotor de la educación y la libertad de prensa y de expresión. Instituyó la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Estableció relaciones diplomáticas con el Reino Unido, la Gran Colombia, la República Federal Centro Americana y ratificó la frontera con EU. Proclamó que “el verdadero estadista es aquél que crea riqueza donde hay miseria y logra satisfacciones”. Terminó su mandato presidencial de cuatro años y cumplió cabalmente la Constitución al entregar el poder a su sucesor Vicente Guerrero. Sus restos descansan en la Columna de la Independencia.