Alejandro Flores Cancino
No existe un manual para protestar eficazmente.
La mayoría de las personas somos apáticas o nos incomodamos cuando una manifestación altera la rutina, especialmente si hay cierres viales. Pero lo que pocos reconocen es que, muchas veces, esos cierres son la única forma de ejercer presión ante gobiernos que no escuchan de otra manera.
En Chiapas, los ejemplos recientes lo confirman.
En Comitán, un grupo de vecino, en su mayoría adultos mayores, decidió organizarse, cerrar la calle y botear para conseguir recursos con los cuales mejorar el camino de su propio barrio, olvidado por el Ayuntamiento. La respuesta oficial no fue apoyo ni diálogo, sino represión y enjuiciamiento.
En Tuxtla Gutiérrez, madres buscadoras cerraron el Libramiento Norte. El tiempo que permaneció bloqueado fue menor al que el propio gobierno tardó en reparar un tramo hecho con corrupción y mala calidad. Pero, igual que en Comitán, hubo hostigamiento y criminalización del reclamo. Si no hubiera sido por la presión mediática, el fiscal ni siquiera habría bajado a escuchar sus demandas.
Estos casos reflejan una realidad compleja: protestar en Chiapas sigue siendo un acto de riesgo, aunque la Constitución garantice el derecho a la libre expresión y organización.
Pero también dejan otra lección: la protesta debe ejercerse con respeto a la Ley, porque cuando las causas justas se desbordan en caos, pierden legitimidad y dan argumentos a la autoridad para no atenderlas.
Durante años, Chiapas vivió bloqueos, carreteras tomadas y parálisis social; hoy el reto no es repetir esos métodos, sino buscar nuevas formas de manifestación que exijan sin dividir, que presionen sin violentar y que construyan sin destruir.
Aprender a protestar, sí, pero también aprender a hacerlo con inteligencia, respeto y unidad.
Porque callar, en un estado con tanta historia de resistencia, sería lo verdaderamente peligroso.
