Sr. López
Tío Rubén, de los de Toluca, era repelente, grosero y mal encarado; nadie de la familia lo trataba y a nada se le invitaba, pero eso sí, si en alguna casa había un enfermo de cosa seria, siempre lo llamaban: era un médico infalible y en su consultorio había cola, porque la gente iba a que la curara no a saludar. Ya muerto se supo que cobraba una consulta sí y otra no, resultó que era buena persona.
La popularidad, no sirve para nada, excepto para quienes se dedican a la farándula o los que han encontrado esa extraña manera de ganar dinero cosechando babeantes “likes” y también, claro, si se quiere ser la Reina de la Prepa. Pero no sirve para nada serio en artes, profesiones, oficios ni en los deportes (si un futbolista es delirio de muchedumbres y le inquieta el sueño a señoritas -tos-, pero es una nulidad en la cancha, a la cancha no entra).
Y así, a algunos políticos y jefes de Estado, la popularidad les importa. No es cosa reciente, Julio César, un siglo antes de Cristo, tiraba monedas a la muchedumbre en sus marchas triunfales en Roma y parece que también en el Coliseo para ganar popularidad (método ampliado en un país que este menda sabe… y usted también: amor al contado).
Como la conocemos, la popularidad de los políticos, sí es cosa reciente. Se inició con Hitler en Alemania mediante encuestas secretas que hacían muy en serio en el Servicio de Seguridad (Sicherheitsdienst), con 200 mil empleados en eso; los documentos conservados muestran los altibajos de su popularidad: en 1934 tuvo un bajón muy serio, luego con muchos trabajos subió al 50%, que al comienzo de la guerra se desplomó al 17%, pero fue subiendo conforme acumulaba victorias en el campo de batalla, pero cuando derrotó a Francia y cobró las afrentas del Tratado de Versalles, se disparó al 96% … nadie nunca en Alemania ha tenido tanta popularidad (aunque lo nieguen).
A Stalin parece que le importaba un reverendo y serenado cacahuate ser popular, lo que quería era mantener el poder. Lo cierto es que a pesar de ya saberse las barbaridades que cometió como las 750,000 ejecuciones sumarias en el Gran Terror de 1937-1938, y los cerca de 30 millones que mandó al Gulag, ahora en Rusia es creciente su popularidad; el Centro Levada -prestigiada ONG rusa de estudios sociológicos y encuestas-, en 2019 hizo sondeos en 137 ciudades y poblados, y el resultado fue que el 51% de la población rusa, admira a Stalin, lo respeta y siente simpatía por semejante monstruo. Para irnos entendiendo sobre el real significado de ser popular en cosas de gobierno.
Otro caso similar es el del chino Mao Tse-tung o Zedong, como prefiera (pero, póngase listo, el apellido es Mao, en China el nombre de pila va después, igual que en Hungría… de nada). Zedong es probablemente el mayor asesino de la historia, se estima que mató entre 45 y 65 millones de chinos, decía que si moría el 10% ó 15% de la población para hacer de China una potencia, le parecía “un precio más que asequible”. A su muerte se destaparon sus horrores y sus contemporáneos lo describieron como un “egoísta, absolutamente inescrupuloso, paranoico, envidioso, sanguinario y vil, sin ideología”. Bueno, en la China actual, las encuestas indican que el 70% de la población valora como positivo su gobierno y sigue habiendo largas colas para ver su fiambre en su inmenso mausoleo en Pekín, en el mero centro de la famosa plaza Tiananmén, la principal del país. No se le olvide: 70% de aprobación al gobierno del monstruo.
En nuestro continente, ya más afinados los medios para hacer estudios demoscópicos, la cosa empezó con Franklin D. Roosevelt (1882-1945), primer presidente de los EUA que midió y verificó su popularidad mediante encuestas; es el único que ganó cuatro elecciones presidenciales consecutivas y cuya popularidad en su punto más alto, en 1941, rebasó el 70% no superado por ninguno de sus sucesores en la Casa Blanca. Y no bajó su popularidad ni por los sufrimientos de la Segunda Guerra Mundial. Su monumento en Washington, mide tres hectáreas y recibe cerca de tres millones de visitantes al año… era y es popular.
Todo esto para dejar en claro que la popularidad, la aceptación popular de un dirigente, de un jefe de Estado, no dice nada sobre su calidad moral o ética, ni sobre si fue o no acertado en su gobierno, ni sobre si significó el bien para su país.
Y todo eso, por la incómoda insistencia propagandística del gobierno, en la enorme popularidad de la presidenta Sheinbaum, de la que se nos dice y repite hasta hartar que su popularidad anda en las nubes.
Como es muy recomendable creerle primero a un vendedor de coches usados que a uno de la cuatroté, este su texto servidor recurrió a la encuesta publicada el lunes pasado por El Financiero (del que no es de creerse se deje sobornar para emitir encuestas a modo, como casi todas).
Según esa encuesta, la señora Sheinbaum tiene un 73% de “respaldo ciudadano”, de “aprobación”, de popularidad, pues. Santo y bueno, la señora es más popular que la Adelita.
Sí, pero la misma encuesta señala que en febrero pasado el 83% la consideraba honesta y ahora, ya solo el 64% (bajó casi 20 puntos); y el 78% consideraba que tenía capacidad para dar resultados y cayó al 54% (24 puntos abajo). Palacio… tienen un problema.
Al dar las cifras en porcentaje a veces la gente se enreda. Si en las calificaciones escolares debajo de 6 es reprobar, en esto, debajo de 60, también es reprobar: 59% es como sacar 5.9 en la escuela: tronado.
Se lo digo por las calificaciones que da la encuesta al desempeño de la señora del segundo piso: en salud, la calificación es de 44; en el manejo de Pemex, 36; en economía 53; en seguridad pública, 42; combate al huachicol, 39; como usted ve, es un gobierno reprobado por la gente.
Y peor que todo eso, la encuesta dice que en cosas del crimen organizado, el 74% de la gente está que no la calienta ni el sol y en lo de la corrupción, el 75%, está que trina.
Bueno, pero es muy popular… no la queríamos para la novia de México.