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Un libro de Quevedo

Un libro de Quevedo
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Carlos Román García 

El 2 de octubre de 1978 tuve en mis manos un libro gordo que reunía prosa y poesía satírica y festiva de don Francisco de Quevedo y Villegas, mi valedor poético, en una edición de dudosa calidad, cuyo ejemplar estaba bastante maltratado. 

Aunque mi intención era asistir a la marcha conmemorativa de la masacre de Tlatelolco, primera que se hacía en esa fecha después de 1968, contraje algún padecimiento que me produjo una calentura intensa y hube de quedarme en casa de mi tía Lupe, por el rumbo de Ecatepec, donde me hallaba refugiado. Pese a la fiebre leí no sé cuántas veces los versos que más me atrajeron y, acaso por su efecto en mi cabeza, los aprendí de memoria en la única ocasión que tuve el volumen en mis manos. 

El primero de ellos estaba dedicado a una flor crecida en la cuenca del ojo de una calavera, que vio Quevedo mientras caminaba por un panteón con el rey Felipe VI: Pobre flor que mal naciste / y que fatal fue tu suerte / que al primer paso que diste / te encontraste con la muerte. / El dejarte es cosa triste / el cortarte es cosa fuerte, / pues dejarte con la vida / es dejarte con la muerte.1 

Otro verso –cada uno de ellos refería la historia de su origen– relataba la ocasión en que el cojo genial llegó a casa de un herrero con la sana intención de cohabitar con su hija (del metalúrgico). Al entrar a oscuras, cayó en una trampilla que el artesano construyó ex profeso para sorprender y castigar a los fornicadores de su traviesa vástaga. Ya con el miembro fuera de la bragueta y en la mano, don Francisco improviso: Me ha mandado el dios Vulcano / a ver si en esta herrería / fabrican clavos como este / con la cabeza partida

En ocasiones llegué a titubear en la atribución de la autoría del libro de marras, pues si no era apócrifo, lo parecía. Lecturas posteriores en libros mejor editados me permitieron comprobar que, pese a su estado y apariencia, el libro era genuino. 

Años después, una investigadora de la Biblioteca Nacional, cuyo nombre he olvidado, encontró un libro sin portada y supuso que se trataba de un volumen perdido de algún autor ignoto del siglo de oro. Mis compadres Elena y Alfredo me comunicaron la noticia con emoción y me mostraron una fotocopia de algunas de sus páginas. 

Reconocí de inmediato el texto, también atisbado en el volumen arriba mencionado, se trataba de Gracias y desgracias del ojo del culo. Dirigidas a Juana Montón de Carne, mujer gorda por arrobas. Escribiólas Juan Lamas el del camisón cagado. Al revelar la amarga verdad terminé con el entusiasmo de mis amigos y con la posible gloria literaria de la investigadora. 

Recuperar el libro que disfruté afiebrado es una tarea cuasi imposible, pues recuerdo fragmentos, pero no la editorial, ni el país donde se publicó, ni el año de edición, mi tía ha muerto y no se sabe dónde habrá quedado el volumen, si es que subsistió. 

1 Transcribo aquí otra versión del poema, hallada en “A una flor nacida en una calavera: En torno al concepto de propagación contextual“, de David Mañero Lozano, artículo publicado en la revista Neophilologus: An International Journal of Modern and Medieval Language and Literature, que no especifica el lugar de la ocurrencia ni quien acompañaba al poeta; difiere de la que recuerdo, lo que no la invalida, pues es cosa común en la obra de Quevedo y otros autores la existencia de diversas traslaciones. No coincide tampoco con otras varias, atribuidas a Gustavo Adolfo Becquer, a Miguel Hernández y hasta a un abuelo jarocho llamado Carlitos, que tienen en común versificaciones deficientes: 

Bella flor, cuando naciste, 

¡qué funesta fue tu suerte! 

Al primer paso que diste, 

tropezaste con la muerte. 

Dejarte aquí es cosa triste, 

y llevarte es cosa fuerte; 

dejarte donde naciste

es dejarte con la muerte. 

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