Sr. López
Todos los niños queríamos a tía Susanita, porconsentidora, porque jamás regañaba y en su casa todo se podía… en cambio, en el Campo de Adiestramiento en que fue amaestrado este menda, las cosas eran exactamente al revés. Décadas después, un hijo de la ya difunta tía, dijo que nos envidiaba a los domesticados por la comandante Yolanda, y ante el asombro de este López, aclaró: -A ustedes los educaron… nosotros, ni modales ni estudios ni nada, como animalitos de monte -bueno… sí.
Este su texto servidor no tiene idea de cómo se gobierna un país. Lo que sí sabe es cómo NO se gobierna: no sin respeto a la ley ni complicidades.
Complicidades entendidas como camaradería de secuaces… y ya en estas, sin tolerar complicidades de otros en sus delitos o trapacerías.
Por supuesto se debe prevenir que puede haber un político decentísimo, íntegro, respetuoso de la ley y el prójimo, que como gobernante, resulte un fiasco, uno de esos a los que no salen bien unos huevos tibios, ni receta en mano.
Acomoda advertir que no se aprende a gobernar. El gobernante, nace, no se hace (el buen gobernante, que hay mediocres y hasta malos). Es como el piano, se puede estudiar música, practicar sin pausa y nunca ser un concertista, un virtuoso modelo Rubinstein, la Argerich o -de estos tiempos-, la maravillosa Anna Fedorova. Así, personajes inmensos como Churchill o Atatürk, de academia, de derecho, de filosofía o sociología, nada… y ya ve, son grandes de la historia.
Es sobre eso, sobre el arte de gobernar, de lo que este menda no tiene la menor idea (bueno, la menor sí, pero no cuenta). Para empezar, si gobernar es un arte, porque arte es la capacidad, la habilidad para hacer algo bien, y la palabra arte no alcanza para describir la más compleja actividad humana.
Es la más compleja, la más difícil porque la materia prima de la actividad política que es gobernar, es la gente… y no es por hacerlo sentir mal, pero los humanos somos una calamidad; y porque gobernarimplica la ejecución en simultáneo del ‘agere’ y el ‘facere’, latinajos insustituibles para referirse (el ‘agere’) a lo que se hace y queda en la persona, el acto moral, por ejemplo, cuyo efecto enriquece al propio actor; y lo que se hace y afecta lo exterior, es el ‘facere’, el ejemplo de siempre es una escultura que no es ‘agere’, es ‘facere’, porque el actuar del escultor, altera la arcilla, el mármol, lo externo a él.
En nuestra hermosa lengua, se nos enredó todo al quedarnos solo con la palabra ‘hacer’ (de ‘facere’, ‘facer’, hacer, como muchas otras palabras que empezaban con ‘f’ y en español cambiaron por ‘h’: ‘ficatum’, ‘fígado’, hígado… parece que se ha desviadoun poquitín su texto servidor, usted disculpe).
Ogaño (si quiere póngale ‘h’), en estos tiempos hay pensadores que disertan y escriben sesudos tratados sobre el bien gobernar, usando terminología ‘avant-garde’ y categorías más de administración de empresas que de algo que a fin de cuentas corresponde a la ética, la moral (no son lo mismo), y las virtudes humanas de la justicia, prudencia, fortaleza y templanza (que no, que ya le he dicho que no son del catecismo de Ripalda, sino de Platón).
Para mala suerte de estos intelectuales en boga, el arte de gobernar es materia tratada de antiguo y no hay mucho que agregar, aunque se pueda discrepar con lo que proponían los mejores de antes.
Uno que a este su texto servidor le parece digno de estudiarse es Plutarco, del siglo I d.C. (parece que nació el año 46 y murió ya setentón). En su obra ‘Moralia’ (nombrada así 1,300 años después de su muerte, por un monje griego), hay un opúsculo titulado ‘Preceptos para la dirección de la república. A un príncipe ignorante’. Nadita.
Don Plu trató a los principales políticos de su tiempo y estudió a los anteriores de Roma y Grecia. Para ahorrarnos palabras, fue un Quijote; propone que como de la política depende el bien común, el de la sociedad, es la más noble profesión; y enseña que siendo el ejemplo mejor que la palabra, el político debe ser ejemplar y ejercer con nobleza su actividad. Un Quijote, pero al menos a este junta palabras, le cuadra mejor que el otro, el famosísimo Maquiavelo.
El florentino Nicolás Maquiavelo está a caballo entre los siglos XV y XVI (1469-1527), su conocidísima obra ‘El príncipe’ (publicada después de su muerte, en 1531), la escribió para quedar bien con Lorenzo de Médici, ‘El magnífico’, que gobernaba Florencia por sus pistolas.
En ‘El Príncipe’, Maquiavelo se baila la huaracha en Plutarco. Plantea el ejercicio de la política de la manera más cruda, pragmática y utilitarista que se pueda concebir. Le dice a don Lencho, que no es aconsejable que el gobernante procure la felicidad de su pueblo, sino hacer todo lo necesario para perpetuarse en el poder (¿me estas oyendo inútil?, diría doña Paquita y que se ponga el saco la que le venga); de leer a este Nico, él tan tremendo, se llega a concluir que las virtudes del gobernante y sus cualidades, no importan en tanto que no ayudan a su beneficio personal ni a su gloria. ¡Caramba!
No es cierto que Maquiavelo sostenga que el fin justifica los medios, pero leyéndolo no hay otra conclusión. ¡Ah!, aconseja también que al gobernar se debe tomar en cuenta la maldad del hombre, todo lo malo que hay en la gente, pensar siempre mal y estar siempre alerta, aplastar lo que haga falta y preservar el poder.
Hay quienes quieren edulcorar a Maquiavelo, diluir suamoralidad, diciendo que se le malinterpreta. Ha de ser, pero quede claro que justifica los medios inmorales si permiten lograr sus objetivos al gobernante; lo dice clarito en el capítulo XV: “El que descuida lo que se hace por lo que debe hacerse, antes afecta su ruina que su preservación (…)”; el Príncipe no debe aferrarse a las virtudes, debe elegir entre ser bueno o no bueno, según le convenga.
Ahora piense usted si quienes hoy gobiernan a este nuestro país, siguen a Plutarco o a Maquiavelo, con un agravante, ni Maquiavelo justifica la corrupción. Van mal y no saben que van a peor.