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A mi padre

A mi padre
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Daladier Anzueto

Hace pocos días vi a una gran mujer octogenaria en Tuxtla justo en el sopor de las tres de la tarde. 

En cuanto la alcancé a ver parada en la acera con porte distinguido junto a su hijo, no pude detenerme y le dije:

¡Pero qué guapa, doña Rebeca!

A ella se le dibujó una sonrisa y con su mirada escudriñadora alcanzó a decir con voz firme:

Qué bárbaro. Cómo te pareces a tu padre…

Fue ahí cuando de un derrepente, evoqué la memoria de mi padre. 

Mi papá fue un hombre bueno. Me enseñó el camino de la vida entre muchas vicisitudes de los tiempos en que todo era incierto. Eran esos años de mi infancia en los que hacer planes era cosa imposible. Y es que no se tenía claridad de lo que podría hacerse al día siguiente. Si se venía el temporal, no se podría sembrar el maíz. El río crecido habría sido capaz de llevarse a los animales. Era difícil adivinar si el sol saldría para poder caminar el sendero para ir a la escuela muy alejada de la comunidad rural donde nacimos y crecimos mis seis hermanos y yo. 

Aún así, mi padre siempre conservaba la bondad y el buen humor para inventar relatos que nos hacían reír. 

Así fue que aprendí desde niño, que uno podía y debería aspirar al modelo ideal pero hacer lo que teníamos qué hacer. Con solo lo que tuviéramos a mano.

Es ahora que uno se pone a pensar al pasar el tiempo que no importa que nos puedan tildar de improvisados.

El método de prueba y error, puede arrojarnos luces.

Por eso, hoy con más ganas que nunca, quiero parecerme a mi padre quien logró vivir hasta los 87 años conservando siempre el amor por la vida y apostando al pragmatismo.

¡Abrazos!

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