1. Home
  2. Columnas
  3. Sombreros de charro bajo cielos lejanos / Sarcasmo y café

Sombreros de charro bajo cielos lejanos / Sarcasmo y café

Sombreros de charro bajo cielos lejanos / Sarcasmo y café
0

Corina Gutiérrez Wood

Ah, septiembre. Ese mes donde el patriotismo florece como jacarandas en primavera. De repente, todos se sienten profundamente orgullosos de sus raíces, sus colores y sus tradiciones. Aparecen las blusas bordadas, los sombreros charros y los filtros de Instagram con banderitas ondeando digitalmente sobre rostros perfectamente maquillados. Las playlists de Spotify se llenan de mariachi, aunque el resto del año no se escuche más que reguetón o Coldplay.

Pero hay un grupo muy especial de mexicanos que vive esta fecha con un entusiasmo singular, aquellos que aman tanto a México que deciden celebrarlo… lejos de él.

Porque claro, ¿cómo no honrar a Hidalgo, Allende y los insurgentes que dieron la vida por la patria, si no es desde una suite en Las Vegas, rodeado de luces de neón, ¿tequila de 500 dólares y un DJ Tieso neerlandés tocando “México Lindo y Querido” versión electrónica?¡El verdadero espíritu de Dolores, ahora con servicio de valet y WiFi de alta velocidad!

Mientras el pueblo organiza su fiesta con cazuelas de barro, banderas de papel de china y mezcal a temperatura ambiente, nuestros patriotas de exportación se suben a su vuelo internacional para celebrar “su amor por México” desde un entorno controlado, libre de baches, inseguridad y, sobre todo, de mexicanos comunes. Porque sí, hay niveles, y no todos combinan con Gucci.

“Cada quien celebra como quiere”, dicen. Y sí, claro. Como dijo Morelos: “el suelo debe ser igual para todos”, pero él no especificó si hablaba del penthouse o del Zócalo. Total, un poco de interpretación artística nunca viene mal cuando se trata de justificar incoherencias. ¿Qué importa que la patria esté aquí, si la champaña está allá?

Y así vemos cada año la misma postal: influencers patrióticos, empresarios de corazón tricolor y políticos brindando discretamente por la independencia nacional desde algún resort en Nevada. “¡Viva México!”, gritan, mientras firman la cuenta en dólares y piden tacos sin picante para no arruinar la digestión sin darse cuenta de que los indigestos son ellos.

Hidalgo, que cabalgó de pueblo en pueblo para encender el movimiento que daría inicio a la independencia, debe estar dándose de topes celestiales viendo cómo su Grito se ha convertido en un espectáculo de marketing con patrocinio de marcas de mezcal que jamás pisarán Oaxaca.

Y Morelos, tan firme él con su visión de justicia e igualdad, seguramente no contaba con que la nueva forma de amar a México fuera observarlo con cariño… desde un rascacielos en otro país.

Pero bueno, no seamos tan duros. No es fácil amar a México desde México. Aquí hay polvo, hay tráfico, hay contradicciones. Es mucho más cómodo amar la patria desde una zona horaria diferente, con aire acondicionado, room service y un letrero de “Viva México” en luces LED que cambia de color con la música.

Lo que sí habría que pedirles, ya que tanto presumen su amor por este país, es un poco de coherencia. Porque no puedes amar a México como quien ama un souvenir, algo bonito, exótico y que da conversación. No puedes llenarte la boca con discursos de orgullo nacional y al mismo tiempo pasar cada 15 de septiembre en modo turista en tierra ajena, entre fiestas temáticas y tacos de caricatura.

Celebrar a México con mariachi rentado en Las Vegas es como conmemorar a Gandhi con una pelea de box. La intención puede estar ahí, pero el contexto es una bofetada.

Y luego están los disfraces, sombreros de charro comprados en el duty free, camisas con bordados mal entendidos, tatuajes del nopal al lado de una palmera en Ibiza. Toda una estética de lo mexicano reducida a elementos folclóricos que caben en una maleta de mano. Porque lo importante no es vivir México, sino usarlo como fondo para la selfie.

Pero aquí va una sugerencia que de verdad podría ser un acto de amor genuino hacia México, en vez de dejar tu dinero en un país que no lo necesita, ven y gástalo aquí, en lo nuestro. Compra esos sombreros de charro hechos por las manos que realmente los conocen, que los tejen con el corazón, con historia. No esos productos industriales que no hacen más que ridiculizar lo que es, en esencia, un símbolo de nuestra cultura.

Compra un rebozo o un poncho que haya sido trabajado por artesanas y artesanos, no los fabricados en una línea de producción masiva. Así, con tu dinero, no solo apoyas la economía local, sino que también preservas nuestras tradiciones, de una forma que no es una burla de lo mexicano, sino un homenaje real.

Y por si te queda alguna duda sobre cómo tratar lo que es auténtico, déjame recordarte algo, en el mercado, regateas hasta la última moneda, porque claro, ¡eso es lo más auténtico! El vendedor casi te ruega que te lo lleves. Pero cuando llegas a una tienda con aire acondicionado, en un centro comercial de lujo, y te encuentras con un sombrero charro en el escaparate, ahí no regateas. Pagas lo que te piden, porque el sombrero ya está en su “lugar”, en su escaparate, en el lugar adecuado para que tú lo valores como lo que es, un producto de prestigio. 

Ese mismo sombrero que en el mercado, entre mantas, te costaría un tercio del precio, ahora te parece razonable porque está tras una vitrina, en un ambiente controlado, donde todo lo que importa es la apariencia. 

Mientras tanto, aquí estamos los demás. Los que sí vivimos el país. Los que gritamos con el corazón en una plaza sudorosa, no desde un rooftop con open bar. Los que comemos pozole con cucharas de peltre y no con cucharas de plata. Los que cantamos el Himno con los gallos de siempre, no con autotune.

Y no es cuestión de pobreza contra riqueza, ni de quedarse o irse. Es cuestión de verdad. De que tu amor por México no sea un performance de temporada, ni una narrativa para likes. Es tener el valor de reconocer que amar a este país implica también abrazar su complejidad, caminar sus calles, mirarlo a los ojos sin filtros ni cristales polarizados.

Decía Morelos que uno de los principales objetivos de la nación era “moderar la opulencia y la indigencia”. Qué irónico que, dos siglos después, la opulencia siga celebrando con copas en la mano, lejos de esa indigencia que fingen no ver, pero que sustenta gran parte de la vida que disfrutan.

Así que celebren, claro. Bañen de glitter su sombrero, contraten mariachis por Zoom si hace falta. Pero no se atrevan a hablar de amor a la patria cuando la miran de lejos. No insulten la memoria de quienes murieron por este país gritando desde una pista de baile con luces estroboscópicas, mientras el “¡Viva México!” se les escurre entre risas y selfies.

La próxima vez que lo griten, háganlo con algo más que entusiasmo etílico. Háganlo con compromiso, con presencia, con consecuencia. Porque si tanto lo aman, si tanto les duele, si tanto les enorgullece… ¿por qué México siempre les queda tan lejos?

LEAVE YOUR COMMENT

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *