Corina Gutiérrez Wood
La soberanía mexicana es como el mole, espesa, compleja y, en ocasiones, indigesta. Es, aparentemente, el pilar del orgullo nacional en un país donde puedes carecer de justicia, electricidad, drenaje, médicos o clases, pero jamás permitirás que un extranjero venga a ayudarte a limpiar el desastre. Aquí, cuando decimos “nosotros nos encargamos”, significa exactamente eso: no tenemos idea de qué hacer, pero nadie más lo hará por nosotros.
Decir “soberanía” en México tiene el mismo efecto que gritar “¡Viva México!” el 15 de septiembre: no cambia nada, pero te hace sentir mejor por 30 segundos. Es ese amuleto mágico que los gobiernos sacan de la bolsa cada vez que alguien les recuerda que no están haciendo su trabajo. No garantiza justicia, seguridad ni servicios básicos, pero sí sirve para inflar discursos, ondear banderas y gritar “nadie nos manda”. Es la excusa premium para no aceptar ayuda y seguir administrando el caos con orgullo patrio.
Eso incluye decirle “no” al país más poderoso del mundo cuando sugiere, de manera poco amable, que quizá se necesita algo más que abrazos para lidiar con la situación actual. ¿Qué hace el gobierno? Se ofende, se eriza y responde con la energía de un adolescente que prefiere reprobar el año antes que aceptar un consejo del papá. “¡Este país lo arreglamos nosotros o no lo arregla nadie!”, parece ser el lema. Y hay que admitirlo, lo están logrando. No lo arregla nadie.
Mientras se ondea la bandera del “yo puedo solo”, las cifras saltan a la vista como payasos en un funeral. México tiene más de 112 mil personas desaparecidas según datos oficiales. En muchos estados, el miedo es tan parte del paisaje como los Oxxos. Las familias duermen con sobresalto, no por huracanes o terremotos, sino porque nadie garantiza que llegues vivo a casa, ni siquiera cuando solo ibas al trabajo, a la escuela o por unas tortillas.
La impunidad alcanza niveles bíblicos: 94.8% de los delitos quedan sin castigo. Y eso solo en los casos denunciados, porque más del 90% de los crímenes ni siquiera se reportan. ¿Por qué? Porque todos sabemos que denunciar un delito en México es como lanzar una moneda al pozo de los deseos. Pero no, no necesitamos ayuda. Tenemos todo bajo control. El caos está perfectamente distribuido y autogestionado.
Aquí entra el arte del doble discurso. Si hablamos de inversiones extranjeras, ahí sí se nos olvida la soberanía: nearshoring, maquilas, mineras canadienses, cadenas gringas de hamburguesas… bienvenidos todos. Abrimos la puerta, servimos café, posamos para la foto y aplaudimos como si eso compensara la inseguridad desbordada, desapariciones, crímenes sin castigo, miedo constante, que hace tambalear todas esas inversiones. Pero si alguien sugiere mandar ayuda para frenar la violencia, de golpe recordamos que somos herederos de Cuauhtémoc, Juárez y la Revolución. Nadie toca nuestro suelo, salvo cuando se trata de abrir un mall.
Aquí, el caos se administra con orgullo y la soberanía se luce como una armadura brillante mientras todo arde a nuestro alrededor. Es como si tu casa estuviera en llamas, los vecinos llegaran con extinguidores y tú, con el pecho inflado, respondieras: “Gracias, pero prefiero ver si se apaga sola. Aquí resolvemos nuestras tragedias a nuestra manera”. Porque en este país, más vale quemarse con dignidad que aceptar que alguien tenga un extintor más grande.
Y sí, la “tía de todos ustedes” ha dicho que no quiere intervención militar extranjera, lo cual suena valiente, hasta que recuerdas que en algunas regiones del país ni siquiera entra el propio ejército mexicano. Hay comunidades donde el Estado dejó de existir, no porque Washington interviniera, sino porque simplemente se rindió. Pero seguimos rechazando ayuda, si alguien mete las manos, quedaríamos como incompetentes. Y eso no lo vamos a permitir. Preferimos administrar la tragedia con aplomo. Hemos perfeccionado el arte de no resolver nada sin que parezca abandono total. Es un talento nacional.
¿Y si aceptar ayuda funcionara? ¿Qué vendría después? ¿Reestructurar fiscalías? ¿Depurar policías? ¿Invertir en prevención del delito? ¡Ni pensarlo! Eso significaría reconocer que hay un problema estructural, y nadie llega al poder para admitir problemas, sino para negarlos con pasión. Además, ¿cómo mantener el discurso nacionalista si unos gringos hacen el trabajo sucio? Peor aún: ¿qué pasaría si tuvieran éxito? ¿Quién aceptaría que México podría estar mejor con ayuda externa? Eso sí sería un escándalo.
No es que el orgullo esté mal. Es solo que, en exceso, provoca ceguera, sordera y adicción a la autojustificación. México se aferra a su soberanía como náufrago a una tabla, mientras la marea sube y la orilla nunca aparece.
Y no estamos solos. Hay millones de personas que, con heroísmo cotidiano, sobreviven a esta realidad. Gente que no gobierna, pero resiste. Que no tiene escoltas, pero sí miedo. Ellos también tienen orgullo, pero del bueno, el que se gana trabajando, no dando discursos.
Así que gracias por la oferta, vecinos del norte. De verdad. Pero no necesitamos ayuda. Aquí todo está perfectamente organizado, las autoridades no se hablan entre sí, los sistemas de seguridad son opcionales y la justicia es como los eclipses, aparece cada tanto y solo se ve desde algunos lugares. Soberanía tenemos. Estado funcional, no tanto. Pero no se metan,el desastre lo hacemos nosotros. Con libertad, con dignidad y con una tasa de homicidios que no queremos compartir, pero sí ocultar.
Al menos nos queda el consuelo de que, si todo se viene abajo, podremos decir con orgullo que lo hicimos solos. Sin intervenciones, sin ayudas, sin consejos, solo con nuestro talento nacional para hacernos los fuertes mientras todo se desmorona. Porque si algo nos une más que el himno, la bandera o el fútbol, es esa convicción absurda de que es preferible hundirse con soberanía que flotar con asistencia.
Al final del día, México prefiere abrazar un orgullo que lo consume lentamente antes que aceptar una mano que podría salvarlo. Porque para muchos, admitir la necesidad de ayuda es peor que vivir con el desastre. Y así seguimos, orgullosos, caóticos y solos.
¿Y ustedes? ¿De verdad creen que todavía podemos apagar este incendio solos?