Juan Carlos Cal y Mayor
Cuando visité hace ya algunos años, el Mercado de San Miguel, en Madrid, quedé maravillado. A un costado de la Plaza Mayor, ese pequeño recinto de hierro y vidrio se ha convertido en un santuario gastronómico. No es un simple lugar de abasto: es una experiencia donde se mezclan aromas, sabores y tradición. Algo similar ocurre en Barcelona con el Mercado de La Boquería, instalado en un edificio de igual belleza arquitectónica y con una vitalidad que atrae tanto a locales como a turistas. En ambos casos, el mercado es parte esencial de la identidad de la ciudad y un motor económico por sí mismo.
EL CONTRASTE EN CHIAPAS
El contraste se vuelve inevitable cuando se piensa en los mercados públicos de Chiapas. Lugares que deberían ser orgullo cultural y escaparates turísticos lucen en condiciones lamentables: pasillos estrechos, techos deteriorados, puestos improvisados, higiene deficiente, malos olores y cero planeación estética.
Son espacios donde se concentra lo más auténtico de nuestra gastronomía y de nuestros productos regionales, pero sin el cuidado ni la visión que les permita convertirse en verdaderos escaparates. Y ahí está el gran pendiente.
EL EJEMPLO DE EL SALVADOR
El ejemplo reciente viene de El Salvador un país cuya extensión es un tercio comparado con Chiapas. Que no tiene nuestros recursos naturales, ni nuestro potencial cultural y gastronómico. El presidente Nayib Bukele inauguró hace apenas unas días un mercado de primer mundo, construido sobre lo que antes era un viejo y deteriorado edificio. No se trató de un remozamiento superficial, sino de una transformación total: instalaciones modernas, funcionales, seguras y limpias, pero al mismo tiempo adaptadas a las necesidades de los locatarios tradicionales.
Un mercado que, sin perder su esencia popular, fue concebido como un centro de atracción turística por sí mismo. Un espacio digno que no solo mejora la calidad de vida de quienes trabajan ahí, sino que potencia la economía local y proyecta una nueva imagen del país.
EL PENDIENTE EN CHIAPAS
La pregunta inevitable es: ¿por qué en Chiapas no se puede pensar en algo así? En San Cristóbal, el mercado José Castillo Tielemans se encuentra rebasado y en malas condiciones. En Tuxtla, el mercado de los Ancianos refleja abandono y desorden. Lo mismo ocurre en Comitán o Tapachula, donde los mercados podrían ser auténticos centros de encuentro y motores de turismo, pero se mantienen como bodegas atiborradas y caóticas. Falta visión, planeación y, sobre todo, voluntad política para dignificarlos.
MERCADOS COMO MOTORES DE DESARROLLO
Un mercado moderno no significa desplazar a los comerciantes tradicionales ni encarecer el acceso a los productos. Al contrario: significa darles un espacio más higiénico, seguro y atractivo, donde puedan crecer sus ventas y ofrecer mejores condiciones a los consumidores.
Significa integrar al turismo, aprovechar la riqueza gastronómica y cultural, y proyectar una imagen distinta de nuestras ciudades.
UNA LECCIÓN QUE SEGUIMOS IGNORANDO
España lo entendió hace décadas y convirtió a sus mercados en joyas arquitectónicas y culturales. Bukele lo ha entendido ahora en El Salvador, un país subdesarrollado y ha demostrado que con decisión y visión se puede transformar lo ordinario en extraordinario.
En Chiapas, seguimos esperando que alguien se atreva a imaginar un mercado como motor de desarrollo y no como un problema urbano más. Si los mercados son reflejo de la cultura, los nuestros hablan de abandono y conformismo. Y eso, más que tristeza, debería provocarnos vergüenza.