Juan Carlos Cal y Mayor
PIEL DE OVEJA
Si alguien no puede dar lecciones de civilidad, institucionalidad y respeto a la ley es la izquierda mexicana que hoy dice encabezar Morena. La izquierda parasitaria de siempre, deformada por la incorporación y reciclaje del peor PRI, aquel partido al que tanto criticaron y del que terminaron copiando sus peores prácticas.
Piel de Oveja es la careta que hoy porta Morena: un movimiento que se dice humilde y cercano al pueblo, pero que hoy rebosa de soberbia y privilegios. Tras el disfraz de la transformación se esconde la improvisación, la ineficacia y la tentación autoritaria de quienes, incapaces de dar resultados, prefieren vivir de la confronta y el discurso. Ganar elecciones no es lo mismo que ejercer el poder con responsabilidad.
Y no me refiero a todos los militantes de ese partido, sino a un grupúsculo enquistado en las principales posiciones de poder, como si de un tumor maligno se tratara. Son los mismos de siempre: los Noroñas, las Padiernas, los Pablos Gómez, la propia presidenta. Décadas medrando en la cúpula política, entre protestas, plantones y escándalos que han talado los cimientos de la vida institucional del país.
Basta recordar cómo inició la carrera política de López Obrador en Tabasco, alentando bloqueos e incluso con el incendio de pozos petroleros bajo la bandera de la “resistencia”. Desde entonces quedó claro que su método consistía en violentar la ley cuando la causa lo ameritaba, escudándose en un pueblo al que dicen representar y del cual se sienten dueños exclusivos. Por eso no pueden imponer el orden en el país: va contra su propia
naturaleza.
GOBIERNO SIN CIVILIDAD
El gran problema es que nunca aprendieron a gobernar. López Obrador convirtió la tribuna presidencial en un puesto de francotirador contra todo aquel que no pensara como él: prensa, intelectuales, artistas, sociedad civil y, por supuesto, la oposición. En lugar de dialogar, prefirió arrinconar, descalificar y desplazar.
Hoy, la presidenta maniatada, tristemente repite la fórmula. Es la primera vez que dos jefes de Estado en México no dialogan de frente con la oposición, sino a través de interlocutores sin autoridad moral para representar al pueblo. La violencia discursiva y política es parte de su ADN.
UN MALESTAR CONTINENTAL
Tampoco se trata de un fenómeno aislado. En Colombia, Gustavo Petro pasó de las guerrillas al Palacio de Nariño sin abandonar sus modos de agitador; en Chile, Gabriel Boric surgió de las protestas que incendiaron comercios y luego se lavó las manos acusando a “infiltrados”. La izquierda latinoamericana comparte esta manía: tirar la piedra y esconder la mano.
Lo que vemos en América Latina parece calcado: en Colombia, Gustavo Petro ordena prisión contra el expresidente Álvaro Uribe; en Brasil, Lula da Silva hace lo propio contra Jair Bolsonaro. Es el mismo patrón: la izquierda que, en lugar de construir instituciones fuertes y respetar la alternancia democrática, busca encarcelar a sus adversarios políticos, disfrazando de justicia lo que en realidad es revancha y persecución. No quieren alternancia, porque no son demócratas. Pueden afirmar sin pudor que lo de Venezuela es una democracia.
EL RETO MEXICANO
México enfrenta un desafío enorme: la dependencia económica con Estados Unidos, nuestro vecino y principal socio. Este debería ser un momento de mínima unidad nacional, pero lo que tenemos es a una presidenta que se suma a la conducta porril de quienes ya fracturaron la institucionalidad desde el Senado.
El contraste es evidente. Eduardo Ramírez Aguilar, también de Morena, supo conducir la presidencia de la Cámara alta con respeto y diálogo. Fue despedido con el reconocimiento unánime de sus compañeros legisladores… de oposición. Eso es oficio político.
LA MATRIZ AUTORITARIA
Todo proviene de una matriz autoritaria. Para ellos, la oposición es un estorbo, la crítica un enemigo y la ley un obstáculo. México necesita hoy una jefa de Estado que se coloque por encima de estas disputas, propias de la arena legislativa, pero que no deben arrastrar a la nación entera.
Si queremos salir adelante, debemos mantenernos unidos como país, pero eso no es rentable para el partido en el poder. Lo rentable es polarizar y mantener una clientela fiel a cambio de posiciones y de sus programas asistenciales, que no son otra cosa que un tiradero de dinero. Dinero que, por cierto, aporta con sus contribuciones esa otra mitad del pueblo a la que tanto denuestan.
Ese llamado a la unidad, sin embargo, choca con el sectarismo de un grupo que se siente dueño del país y que confunde el poder con licencia para avasallar. El futuro de México depende de superar esa visión torcida y recuperar la verdadera institucionalidad, pero hoy parecemos resignados a padecer lo contrario.