Juan Carlos Cal y Mayor
EL DESCARRILAMIENTO
El descarrilamiento del Tren Maya, más allá de ser un accidente, se ha convertido en la metáfora más precisa del régimen obradorista. No se trata solo de una obra mal planeada y peor ejecutada, sino del símbolo de un sexenio que apostó a megaproyectos faraónicos mientras dejaba en ruinas la infraestructura esencial del país. La promesa de un tren que detonarían el turismo, integraría a las comunidades y generaría desarrollo terminó convertida en una herida abierta en la selva, con tramos improvisados, sobrecostos monumentales y afectaciones ambientales irreversibles.
Lo peor no es únicamente la inversión perdida en vías mal trazadas, trenes importados sin tecnología propia y estaciones inconexas. Lo verdaderamente grave es lo que se dejó de hacer: con los más de 500 mil millones de pesos enterrados en la selva, se habrían podido construir decenas de hospitales de tercer nivel, remodelar aeropuertos en todas las regiones del país y levantar carreteras que detonaran la economía local.
Para dimensionar: el nuevo Hospital General de Zona del IMSS en Tuxtla Gutiérrez tendrá una inversión cercana a 2,400 millones de pesos; es decir, con el dinero malgastado en el Tren Maya se habrían podido levantar más de 200 hospitales de ese tamaño en todo el país. Esa fue la oportunidad sacrificada en aras de un capricho político, disfrazado de proyecto de “soberanía” y “justicia social”.
LA FALSA AUSTERIDAD
Este verano lució en todo su esplendor la contradicción central del régimen: su pseudo política de austeridad. Mientras se presumía un gobierno “sobrio” que viajaba en aviones comerciales y recortaba sueldos de la burocracia, se despilfarraban recursos en proyectos inviables y en una red de clientelismo que terminó por tragarse cualquier noción de disciplina fiscal.
La austeridad fue selectiva: ajustó a los más débiles, a los hospitales sin medicinas, a las universidades sin becas, a la ciencia sin apoyo, pero nunca se aplicó a los caprichos del poder. El discurso de “primero los pobres” se convirtió en una consigna hueca: primero los pobres, sí, pero pobres en servicios, pobres en oportunidades, pobres en futuro.
PUDRIDO ANTES DE MADURAR
Morena se pudrió más rápido de lo que tardó en madurar. En pocos años pasó de ser una esperanza ciudadana a un aparato clientelar tan corrupto y cerrado como los que decía combatir. La ambición de control y la obediencia ciega sustituyeron cualquier ideal. La disciplina interna se volvió sometimiento, y la lealtad al líder terminó por asfixiar la diversidad y el debate.
El descarrilamiento del Tren Maya no es solo físico: es moral, político y económico. Cada accidente, cada retraso y cada sobrecosto son piezas de un mismo rompecabezas: un país que se dejó arrastrar por la narrativa del “pueblo bueno” mientras se instalaba un régimen de simulación.
SEIS AÑOS PERDIDOS
La propaganda no puede tapar la realidad: México perdió seis años que pudieron ser de modernización, pero que terminaron en improvisación y ocurrencias. El régimen que prometía transformar resultó ser un espejismo que hipotecó el futuro para financiar la nostalgia de un caudillo.
Hoy, el tren que nunca llegó a destino refleja al régimen que nunca supo conducir al país. Lo que descarriló no fue solo un convoy, sino la ilusión de millones de mexicanos que confiaron en que esta vez las cosas serían distintas. El saldo está a la vista: instituciones debilitadas, economía estancada, inseguridad desbordada y un partido en el poder que ya exhibe los mismos vicios que juró combatir.
EL LEGADO DE FAMILIA
Y como colofón de este “régimen austero”, queda la herencia más cínica: los negocios de los hijos del presidente, amparados en contratos, influencias y privilegios. La 4T no solo falló en limpiar la política del país, sino que terminó repitiendo la misma historia de siempre: un gobierno que enarboló la bandera de la honestidad, mientras la familia del caudillo hacía fortuna a la sombra del poder. Ese, quizá, sea el verdadero epitafio del obradorato.