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Percance de vía: cuando un descarrilamiento se viste lenguaje políticamente correcto / Sarcasmo y café

Percance de vía: cuando un descarrilamiento se viste lenguaje políticamente correcto / Sarcasmo y café
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Corina Gutiérrez Wood

Pocas cosas definen tan bien el absurdo como un tren ultramoderno que se sale de la vía, pero oficialmente no se descarrila. No importa que un vagón haya quedado fuera del riel, que rozara a otro convoy o que todo se detuviera de golpe: las autoridades aclararon con toda solemnidad que no fue un descarrilamiento, sino un “percance de vía”. Como si un vagón cansado del viaje se saliera solo a estirar las ruedas.

Según reportes, el episodio ocurrió el 19 de agosto de 2025 en Izamal, Yucatán, mientras uno de los trenes maniobraba para entrar al taller. Un vagón se desvió y tocó lateralmente a otro convoy. No hubo heridos ni daños estructurales de gravedad, pero el evento dejó al descubierto algo mucho más preocupante, persisten dudas sobre si el sistema de cambio de vía ya está totalmente automatizado, pues en percances previos se reconoció que parte de estas maniobras se hacía manualmente.

Sí, leíste bien. En pleno siglo XXI, en uno de los proyectos de infraestructura más grandes del país, sigue habiendo preguntas sobre el nivel real de automatización. De acuerdo con declaraciones oficiales de 2024, algunos tramos dependían todavía de personal que movía palancas y ajustaba mecanismos a mano. No es solo un detalle técnico, es la gran metáfora del proyecto en su conjunto.

El percance anterior tuvo lugar en marzo de 2024, el entonces titular de la Sedena, general Luis Cresencio Sandoval, reconoció públicamente que el descarrilamiento ocurrido en Tixkokob se debió a una falla en el mecanismo manual conocido como “clamps”, que no estaba bien ajustado. Por más que se soñara con un tren “inteligente” y automatizado, la realidad era otra: dependía del buen ojo y la destreza humana para evitar accidentes.

Ahora, uno pensaría que después de casi un año de operaciones y miles de millones invertidos, el Tren Maya sería un caso de éxito, una joya de la infraestructura nacional. Pero cuando escarbas un poco, te das cuenta de que lo que sí funciona muy bien, es el discurso.

En fin, vamos al grano, según estimaciones de analistas financieros citadas en medios nacionales, el Tren Maya habría acumulado pérdidas por más de 5,800 millones de pesos en lo que va de 2025. Eso equivale a más de 12 millones diarios solo para mantenerlo operando. Si uno multiplica eso por los poco más de 3,000 pasajeros diarios en promedio, cifra incluida en reportes oficiales, tenemos una fórmula mágica en la que cada viaje podría costar más de lo que muchos ganan en un mes. Y eso que estamos hablando solo del costo operativo, sin contar el costo ambiental y social, que, como siempre, se paga en silencio.

Durante Semana Santa, claro, se rompieron récords: 6,641 pasajeros en un solo día, de acuerdo con reportes de la Sedena. Un dato digno de un anuncio triunfal. El problema es que la temporada alta dura pocos días, y los tramos semivacíos son mucho más comunes de lo que el discurso oficial reconoce. En algunos trayectos, según testimonios y publicaciones en redes sociales, apenas había dos reservaciones por salida. O sea, servicio de tren privado, pero financiado por todos.

Desde el principio, el Tren Maya se vendió como una obra que impulsaría el turismo sustentable, la inclusión social y el respeto al medio ambiente. La realidad ha sido otra: selva talada, cuevas colapsadas, cenotes cubiertos de cemento, pasos de fauna construidos después de arrasar el hábitat y una larga lista de daños reconocidos incluso por la propia SEMARNAT.

En abril de 2025, la Secretaría de Medio Ambiente admitió que sí hubo daños ambientales durante la construcción. Cinco años después. Prometieron restauración, reforestación y compensación ecológica, pero sin fechas ni presupuestos claros. Una disculpa tardía siempre es bienvenida, aunque no necesariamente útil.

Y ahora, con la reciente firma del Corredor Biocultural de la Gran Selva Maya junto con Guatemala y Belice, una reserva de 5.7 millones de hectáreas, el gobierno se pone el sombrero verde otra vez. La ironía es que, justo junto a esa zona protegida, se planea extender el mismo tren que pasó por encima de cuevas y especies en peligro. Porque aquí cuidamos la naturaleza, después de haberle pasado encima con maquinaria pesada.

Y si todo esto suena caro, es porque lo es. El costo original del proyecto era de 156 mil millones de pesos. Hoy, según estimaciones revisadas por la Auditoría Superior de la Federación y medios especializados, ronda los 544 mil millones. El equivalente a varios aeropuertos, hospitales, universidades o cualquier otra cosa con impacto nacional. Pero lo importante no era el precio, sino la velocidad de entrega. Porque más vale entregar algo incompleto, pero dentro del sexenio, que hacer algo bien y a tiempo en otro gobierno.

A esto hay que sumar las acusaciones de corrupción: contratos entregados sin licitación, empresas fantasma y familiares de altos funcionarios beneficiados, según denuncias públicas y reportes de investigación. Incluso circuló un audio, que se volvió viral, en el que se escucha una frase ya histórica:
“Ya cuando se descarrile el tren, ya va a ser otro pedo”.
¿Y saben qué? Tenían razón. Ya lo fue.

En el frente legal, la historia tampoco avanza. Cientos de amparos promovidos por comunidades indígenas y organizaciones ambientalistas siguen empolvándose en tribunales. Algunos jueces han sido cambiados, otros señalados, y en general el sistema judicial ha demostrado que la justicia, cuando se trata de megaproyectos, también tiene demoras… como el tren.

Mientras tanto, defensores del medio ambiente han sido estigmatizados, criminalizados y ridiculizados. Porque en este país parece más peligroso defender un cenote que talarlo.

El Tren Maya no solo divide territorios, ecosistemas o presupuestos. También divide opiniones. Hay quien lo defiende como símbolo de soberanía, de justicia para el sur, de visión de Estado. Y hay quien lo ve como lo que tristemente ha sido: un monumento caro, polémico y poco funcional.

Así que sí el Tren Maya es una metáfora con ruedas. Una obra que promete futuro, arrasa presente y se tambalea en cada curva. Un tren que, en lugar de llevarnos hacia el desarrollo, nos hace cuestionar si alguna vez nos subimos al vagón correcto.

Aunque claro, fue solo un “percance de vía”. Como cuando tu casa se inunda, pero insistes en que solo es “agua con iniciativa”.

Y sé que muchos no van a estar de acuerdo conmigo. Algunos defenderán al Tren Maya como una gran hazaña nacional. Y está bien. Yo, por mi parte, estoy convencida de lo que digo, así que el que quiera, que se suba al tren. El que no, que espere el próximo “percance de vía” para bajarse, porque al final, el tren podrá ir lento, pero la creatividad para nombrar sus fallas va en primera clase

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