Esdras Camacho
Me propongo encontrar puntos de coincidencia entre nosotros, por ello les pido me ayuden, con su participación a realizar este pequeño ejercicio.
Levanten la mano:
¿Cuántos de ustedes se han metido a nadar a un río?
¿Cuántos de ustedes tiene como color preferido el negro?
¿Cuántos de ustedes adoran los gatos?
¿Cuántos de ustedes… no se sabe completa la letra del himno nacional mexicano?
¿Cuántos de ustedes tiene como comida preferida los tacos?
Una última pregunta:
—Hay entre los presentes, ¿alguien que tenga o haya padecido alguna vez un tipo de alergia?
Con esto queda demostrada nuestras coincidencias.
Si, al tiempo de encontrarlas, nos percatamos también de las diferencias. Pero eso no viene hoy al caso, vamos a concentrarnos en las semejanzas.
Las semejanzas nos permiten reconocernos, somos aun en la heterogeneidad un todo, no armonioso, yo no digo eso, pero si un todo, un grupo de ciudadanos con experiencias en común.
En la escuela nos apartaban, según nuestros intereses o habilidades, estaban los que les gusta el futbol, los que son hábiles para las matemáticas, los que participan en clase, los que no, etcétera, y fuimos segregándonos en zurdos, derechos, callados, hablantines, altos y bajitos. En esas distinciones nos han apartado y hemos ido asumiendo e interpretando una etiqueta, que más adelante se transformará en una identidad.
Y para seguir encontrando gustos en común, creo que a todos nos gusta la libertad. Entendiendo la libertad como la capacidad de decidir, no estar sujeto a normas que restrinjan nuestros intereses, sueños, anhelos e ilusiones.
Ramón Sánchez Mandujano en su libro “Una vida miserable” aborda un tema, que es un límite. Hasta allí llega nuestra capacidad de dilucidar una experiencia, pero ¿y, si lo acompañamos en este extraordinario viaje por uno de los eternos misterios que tiene la humanidad? Y Al tiempo de leerlo desarrollamos de forma involuntaria una capacidad tan urgente en nuestros tiempos, la compasión.
El artista es un creador en libertad, aquel que pone sobre la mesa, su talento, y espera que haya quien tenga cosas en común con él, pero todos tenemos cosas en común entre sí. El autor nos está convocando a hacer una inmersión fantástica en su mundo, nos invita a su mundo interior, como si fuese una ventana o puerta a otra dimensión, pero ese “mundo interior” es espejo del nuestro, por eso, al discernir sus motivos, aclaramos también los nuestros.
Basta con decidirse a dar el paso hacia el otro, ese espejo velado que, aunque nos parezca extraño, revela la misma luz que nos habita, pues todos somos sombras de una misma llama.