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Intercambio de libros / Odiseas Posmodernas

Intercambio de libros / Odiseas Posmodernas
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Esdras Camacho

De niño iba cada tres días, y a veces diario, con una caja llena de revistas, recuerdo especialmente las de “Sentimental y Libro vaquero” a dos o tres direcciones, para dejar una caja y llevar otra. Este era el pasatiempo de algunos adultos, entre ellos mi madre, el intercambio de revistas.

¿Leí alguna de estas revistas? Probablemente. Pero no me lo permitían. Si leí alguna historia, fue intrascendente. Suficiente drama tiene la vida real como para andar buscándolo en la ficción literaria.

—Puedes leer éstas —me dijo un día, señalando unas llamadas “Joyas de la literatura universal”, adaptaciones de tramas de obras selectas.

Melodramas, historias de dolor, romance prohibido, superación personal y aventuras heroicas eran la constante en todas, y el efecto placentero de escapar del tedio y aburrimiento de hombres y mujeres, soñadores con un mundo ideal, amas de casa desempleados o con subempleos.

Este entretenimiento duró mucho tiempo, hasta que la señal de televisión se volvió accesible para la mayoría. No todos los hogares tuvieron pronto un aparato televisor, y cuando lo tuvieron… no todos tenían buena recepción de la señal. Entonces comenzó la otra historia, la de apartar tiempo en el día, al final, para captar con emoción el “culebrón” transmitido. “Monte Calvario” y “Cuna de Lobos”, las mejores de los años ochenta en México.

Las publicaciones impresas no pudieron competir con la televisión y su mercado se redujo hacia un estrato social de menor educación y poder adquisitivo. Mi madre abandonó el intercambio de revistas.

La ficción literaria como evasión y escape había quedado tatuada en mis neuronas. Al fin y al cabo, todo surge de la mente; las telenovelas, dibujos animados y películas también. Por ello, desarrollé un gusto por las publicaciones impresas, supe que había categorías infantiles, de consulta y literatura. No me imaginaba lo diverso, múltiple y abundante que era el mundo de los libros.

Comencé leyendo a Baudelaire, las mil y una noches y poemas sueltos de Guadalupe Amor, Jaime Sabines, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. Luego vendrían los grandísimos García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, Rulfo, Traven, etcétera.

Existimos lectores celosos que no queremos desprendernos de los fascinantes libros que nos han provocado las mismas emociones intensas que a los lectores de “lágrimas y risas”. Sin embargo, quisiera proponer de nuevo, si no de forma definitiva, un “intercambio temporal” de libros, con la promesa de devolverlos en algún tiempo considerable.

Puede ser posible en un entorno afectivo, solidario y responsable, con gente que se atreva a compartir sus lecturas preferidas, con otros de igual calidad humana.

Así podríamos beneficiarnos de todas las historias, hacer otros amigos, conocer otros lectores y ampliar nuestro círculo social.

¿Qué tal?

EsdrasCamacho

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