1. Home
  2. Columnas
  3. Perros con fiesta de cumpleaños, humanos con Prozac / Sarcasmo y café

Perros con fiesta de cumpleaños, humanos con Prozac / Sarcasmo y café

Perros con fiesta de cumpleaños, humanos con Prozac / Sarcasmo y café
0

Corina Gutiérrez Wood

Sé que con este texto me voy a ganar varios enemigos en todas las redes sociales, considerando que hoy hay más pet lovers que personas que han leído un libro completo. Pero alguien tiene que hacer la pregunta incómoda que pocos se atreven: ¿hasta dónde va el amor por las mascotas y dónde empieza la obsesión?

Antes de que me cancelen, aclaro: no soy fan de los peluditos. Sin embargo, tengo un perro en casa. Lo cuido, lo alimento, lo llevo al veterinario, lo procuro y hasta lo consiento. Pero no le hablo como si fuera un bebé, ni le abro cuenta en Instagram. Hasta ahí llego. Porque, a veces, sinceramente, parece que hay más devoción por un Labrador con suéter que por la propia especie humana.

Todo esto viene a cuento porque el 28 de julio se celebra el Día Mundial del Perro. Esa fecha en la que medio mundo saca a pasear a su mascota como si fuera la reencarnación de Gandhi, mientras el otro medio lo conmemora subiendo fotos del perro mirando al horizonte con cara de mártir y frases tipo: “Gracias por sanar mis heridas”, como si fuera Frida Kahlo en versión canina, con posgrado en traumas emocionales.

Y no lo digo con envidia. Lo digo con asombro. Bueno, y con un poco de incredulidad. Y con algo de sarcasmo. Porque sí, porque se me da, y porque es gratis.

Pero eso no me impide ver la realidad: el perro, hoy, está más cerca de ser humano que de ser perro.

Tiene cama con memory foam, playlist para calmar su ansiedad, ropa por temporada y de marca, y cumpleaños con fiesta temática. Tienen snacks sin gluten, seguro médico, analista emocional (disfrazado de etólogo) y horarios estrictos.

Y no exagero: ya es casi normal ver a alguien empujando una carriola con un Yorkieenvuelto en manta térmica, como si acabara de salir del pediatra y no de un paseo por el parque.

Y en ese instante, mi cerebro colapsa entre dos pensamientos simultáneos:
Qué ternura; y qué nivel de desquicio emocional tenemos que manejar para necesitar que un perro con suéter nos complete la postal de familia funcional.

Porque sí, hay amor. Pero también hay un pequeño desliz colectivo: hemos empezado a tratar a los perros como si fueran personas, y a las personas como si se pudieran silenciar o bloquear.

Y no lo digo de broma; hay quienes lloran con videos de rescates caninos, pero no se inmutan si, en la misma banqueta, un niño desnutrido estira la mano.
La empatía selectiva es el nuevo accesorio de temporada: entre más peludo el sufrimiento, más likes obtiene.

Y está bien quererlos. Está bien cuidarlos. Pero en serio: no necesitan que les hables como si entendieran la trama de tu divorcio. ¡¡Son perros, no terapeutas con cola!!

Hay quien les dice “mi perrhijo” y les festeja el primer diente. Hay quien los lleva a “guarderías caninas” con uniforme y jornada completa.
Y los domingos, bueno, los domingos son familiares, claro: papá, mamá, niños y Thor, el bulldog con corbatita.

¿Será que los amamos tanto porque son adorables? ¿O porque no nos contradicen, no nos interrumpen, y nunca nos piden explicaciones emocionales?
Porque amar sin conflicto suena tentador. Aunque sea con correa.

Yo digo que está perfecto quererlos, cuidarlos, apapacharlos.
Pero no olvidemos que son eso: mascotas.
No son bebés. No son novios. No son el reemplazo emocional de lo que no supimos construir con humanos.

En fin, si algún día me sorprenden celebrándole el cumpleaños al perro con pastel orgánico y piñata, no se alarmen. No es una crisis.
Es simplemente aceptar que, en esta vida, algunos nacen para tener pedigree, y otros para recoger lo que dejan en el parque.

LEAVE YOUR COMMENT

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *