Corina Gutiérrez Wood
Empecé el día creyendo que podía con todo. Creyendo que este sería el día en que el mundo cooperaría y que el universo conspiraría a mi favor… Luego llegue a la of. Abrí la puerta y fue como destapar la caja de Pandora, pero sin mitología, solo lo real y dramas disfrazados de urgentes.
Desde temprano comenzó la función. Clientes preguntando lo mismo que respondí tres o cuatro veces (con negritas, subrayado y toda la pedagogía del mundo), correos que empiezan con un “¿te molesta si te paso esto urgente?” cuando ya lo pasaron, no es urgente, y sí, claro que me molesta.
A eso se suman las compañeras con la energía de una planta artificial. Una lleva veinte minutos decidiendo el color de una presentación, mientras yo intento sacar los pedidos para que sus clientes no me devoren viva, y trato, sin éxito, de que mi cara no refleje un deseo legítimo de cometer homicidio en primer grado contra el causante de todo esto.
Normalmente, puedo con eso. ¡En días normales soy zen, soy diplomática, incluso sonrío! Pero hoy no. Hoy cualquier cosa me detona: escuchar la conversación con la abuelita, mientras la of está en caos, preguntando como está el gato, las respuestas en el chat llenas de stickers, como si estuviéramos jugando a trabajar y no sobreviviendo en una empresa con problemas reales. Porque claro, como si un emoji pudiera realmente decir lo que pensamos. La verdad es que no leemos intenciones, leemos desde el humor en el que estamos. Lo que para algunos es un guiño coqueto, para mí, en días como este, es un: “Procediendo a ejecutar el caos.”
Y luego está la que pregunta “¿cómo lo corregimos?” como si llevara media hora de pasante y no veinte años en la nómina.
Todo me desespera. Me preguntan cosas que ya preguntaron, y la tentación de reenviarles su propio mensaje con un: “Lee, cariño. Aquí lo dice, en negritas y mayúsculas. Usa tus ojos. Para eso los tienes” es casi irresistible. Pero me contengo. Porque una tiene que ser adulta, profesional, mantener la imagen, y sobre todo no terminar esposada dentro de una patrulla a las cinco de la tarde.
Así que antes de cometer un acto violento o irreparable, escribo; como desahogo, como acto de salud mental, y también como amenaza pasiva disfrazada de humor. Porque si algo tengo claro, es que ser sarcástica en días de intolerancia es mi forma más elegante de no gritarle a nadie.
Así que si hoy logro no explotar, mantener dibujada la sonrisa hipócrita (pero linda) hasta el final del día, entonces sí, sin duda alguna, merezco bono, ascenso y canonización.