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Karl Popper

Karl Popper
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José Antonio Molina Farro

“El valor de un diálogo depende de la multiplicidad de las opiniones concurrentes. Si la torre de Babel no hubiera existido habría que inventarla”. K. P.

Es uno de los más lúcidos exponentes del pensamiento liberal del siglo XX. Nació un día como hoy, el 28 de julio de 1902.Su obra es una de las más sugestivas y renovadoras de nuestro tiempo. “Soy un optimista en el que la intelligentsia ha decidido que uno debe ser un pesimista si quiere estar a la moda. Popper era un convencido de que el mundo actual, con todas sus limitaciones y defectos era el mejor que había tenido la humanidad. Hace de la crítica – el ejercicio de la libertad- el fundamento del progreso. Si la verdad, si todas las verdades no están sujetas al examen del {ensayo y el error}, si no existe una libertad que permita a los hombres cuestionar la validez de todas las teorías que pretenden dar respuesta a los problemas que enfrentan, la mecánica del conocimiento se ve trabada y éste puede ser pervertido. En el gran bosque de desaciertos y desengaños, de insuficiencias y espejismos por el que discurrimos, la única posibilidad de que la verdad se vaya desbrozando un camino en el ejercicio de la crítica racional a todo lo que es –o simula ser- conocimiento. Sin esa expresión privilegiada de la libertad, sin derecho de crítica, el hombre se condena a la opresión y a la brutalidad y, también, al oscurantismo. La columna vertebral de su filosofía: solo constituye una teoría científica aquella que puede ser {falseada} refutada. La que puede ser sometida a la crítica, a verse desmenuzada analíticamente, sopesando sus más íntimos aspectos, auscultada en sus motivaciones, supuestos, desarrollos. Si resiste a todo este asalto crítico y se sostiene, ella hace avanzar el conocimiento y de la sociedad. 

La sociedad abierta y sus enemigos. En el principio de la historia humana no fue el individuo sino la tribu para defenderse de la fiera, del rayo, de los espíritus malignos, de los miedos: la sociedad cerrada. El paso de la sociedad cerrada a la abierta se inicia en Grecia con los presocráticos y alcanza con Pericles y Sócrates el impulso decisivo. Nombres y fechas aparte, lo sustancial de su tesis sigue vigente: en algún momento, por accidente, o a resultas de un complejo proceso, para ciertos hombres el saber  dejó de ser mágico y supersticioso, un cuerpo de creencias sagradas protegidas por el tabú y apareció el espíritu crítico, que sometía las verdades religiosas –las únicas aceptables hasta entonces- al análisis racional y al cotejo con la experiencia práctica. La destribalizaciónde la vida intelectual cobraría desde entonces un ritmo acelerado y catapultaría a ciertas sociedades hacia un desarrollo sistemático en todos los dominios: la inauguración de una era de racionalidad y de espíritu crítico de verdades científicas-.El nacimiento del espíritu crítico resquebraja los muros de la sociedad cerrada y expone al hombre a una experiencia desconocida. La responsabilidad individual. Su condición ya no será la del súbdito sumiso sino la del ciudadano que juzga, analiza por sí mismo y eventualmente se rebela contra lo que parece absurdo, falso o abusivo. La libertad, hija y madre de la racionalidad y del espíritu crítico, pone sobre los hombros del ser humano una pesada carga: tener que decidir por sí mismo qué le conviene y qué lo perjudica, cómo hacer frente a los innumerables retos de la existencia, si la sociedad funciona como debería ser o si es preciso transformarla. Al mismo tiempo que despuntaba la sociedad abierta el individuo pasó a ser protagonista de la historia. La larga y difícil marcha de la libertad en la historia significaría desde entonces el imparable desarrollo de Occidente hacia ese progreso bifronte, hecho de naves que viajan a las estrellas y de medicinas que derrotan a las enfermedades de derechos humanos y Estado de derecho. Pero también de armas químicas, atómicas y bacteriológicas – y de terroristas suicidas- capaces de reducir a escombros el planetay de una deshumanización de la vida social y del individuo al compás de la prosperidad material y el mejoramiento de los niveles de existencia.

Entonces, si no hay verdades absolutas y eternas, si no hay manera de progresar en el campo del saber es equivocándose y rectificando, todos debemos reconocer que nuestras verdades pudieran no serlo y lo que nos parecen errores de nuestros adversarios pudieran ser verdades. Reconocer ese margen de error en nosotros y de acierto en los demás es creer que discutiendo, dialogando, -coexistiendo- hay más posibilidades de identificar el error y la verdad que mediante la imposición de un pensamiento oficial único, al que todos deben suscribir, so pena de castigo o descrédito.

“Sea usted platónico, hegeliano, comteano, marxista o seguidor de Maquiavelo, Vico Splenger o Toynbee, usted es un idólatra de la historia, y, consciente o inconscientemente, un temeroso de la libertad, un hombre asustado de la responsabilidad que significa concebir la vida como permanente creación, como arcilla dócil a la que cada sociedad, cultura, generación pueden dar las formas que quieran, asumiendo por eso la autoría, el crédito total de lo que, en cada caso, los seres humanos logran o pierden.

GradualismoUna vez que nos damos cuenta de que no podemos traer el cielo a la tierra sino solo mejorar las cosas un poco también vemos que podemos mejorarlas poco a poco mediante continuos reajustes a las partes, en vez de proponer la reconstrucción total de la sociedad. Avanzar de esta manera tiene la ventaja de que a cada paso se puede evaluar el error a tiempo, aprender de él. Es la ingeniería fragmentaria o gradual la más sólida base  de sustentación del orden democrático, contra la tiranía de las ideologías utópicas o mesiánicas que identifican al Estado con la sociedad y creen detectar un fin común en la historia, algo que conduce inevitablemente al abandono del pensamiento racional y a la tiranía política. Agrega algo de suma relevancia,  el funcionamiento de las instituciones no depende nunca de la naturaleza de éstas sino también de las tradiciones y costumbres de una sociedad.

Intelectuales. Popper les reprochaba su propensión a escribir de manera confusa, creyendo que la tiniebla lingüística era sinónimo de profundidad, algo que había convertido a la filosofía contemporánea en poco menos que  en una indescifrable logomaquia. Les censura haber sembrado el pesimismo y la crítica más injusta sobre la sociedad occidental de nuestro tiempo {el mejor mundo que ha existido}, inoculando en los jóvenes ese desprecio sbre la sociedad abierta de nuestros días, la más libre, próspera y justa que ha conocido la humanidad. “Nosotros los intelectuales, hemos hecho daños terriblespor miles de años. Asesinatos colectivos en nombre de una idea, de una doctrina, de una teoría, de una religión, esa es nuestra obra, nuestra invención: la invención de los intelectuales. Como se ve, Popper subestimó la naturaleza de las palabras y ese fue un error, por el supuesto de que se las pueda usar como si ellas no tuvieran importancia. Y no, las palabras siempre importan, no se puede ser un servidor pasivo del lenguaje, todo pensador expresa la atención necesaria, a fin de ser, cada uno, el dueño de las palabras, el gobernante de su propio discurso. “Aun en los regímenes más sanguinarios los gobernantes buscan el bienestar de su pueblo, aun cuando estas buenas intenciones se enfrenten a filosofías utópicas o metodológicamente equivocadas”. Lo dicho: Popper, un optimista de la naturaleza humana.

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