Alicia Martínez Vázquez
Al reubicar espacios en la casa de San Cristóbal de Las Casas, tuvimos que trasladar un rosal hermoso del patiecito interior al traspatio. Fue Rosemberg, maestro albañil oriundo de Suchiapa y fiel practicante del tradicional calalá de su tierra, de manos fuertes, ásperas, llenas de sabiduría ancestral, quien se ocupó de la tarea. Aunque no soy cultivadora de rosas porque requieren mucha tierra y nutrientes extra, he mantenido ese rosal porque le gusta al Charly, mi cónyuge. El espinoso arbusto en ocasiones está frondoso y florido, pero más tiempo está raquítico. Pírrico aporte nutricional le serán mis cenizas, incluso así, es mi deseo que las esparzan en sus raíces. Cuando alguien me pregunta por qué quiero ese destino para mis restos, les digo que para espantar por las noches a quienes se asomen al jardín; es decir, para joder aun ya muerta.