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La palabra y la voluntad que se hereda

La palabra y la voluntad que se hereda
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Gilberto Bátiz García

Durante abril y mayo de este año recorrí el país entero en pos de democratizar la justicia.
Dimos la vuelta a México en 60 días. Me reuní con maestros, campesinos, mujeres que luchan. Pero también con abogados, con la comunidad médica, con jóvenes estudiantes, con personas que creen en el poder de la palabra y en la necesidad de transformar las instituciones.
En muchas de esas reuniones, una anécdota contenida en este libro —la del encuentro entre el Che Guevara y Fidel Castro en México— me sirvió para romper el hielo. A esos médicos que me escuchaban con escepticismo, les dije, como lo hizo Fidel: “yo también soy doctor, pero uno que extirpa otros males: los males sociales y los que tienen que ver con las injusticias”. Y entonces, el diálogo empezaba. Porque este país, más que certezas, necesita conversaciones.
Ese recorrido nacional, que bautizamos como el Nuevo Éxodo por la Democracia, también me llevó a la raíz. En Culiacán, caminé una calle conocida como La Bátiz, me detuve a mirar la historia en los ojos de quienes me contaban de mi abuelo, de la familia. Me reencontré con el origen. Y por eso, entenderán mi doble alegría de acompañar hoy al notario Gilberto Bátiz López —mi padre— en la presentación de su libro Con el viento al hombro.
Hablar de esta obra es hablar de una herencia viva. De una manera de ver el mundo donde la justicia, la literatura y la memoria se abrazan. Con el viento al hombro no es simplemente una biografía del Che Guevara. Es una conversación larga y luminosa entre generaciones. Es un abuelo que le habla a su nieta sobre un viejo amigo, y en esa charla se van hilando la historia y el corazón.
Mi padre escribe como quien escucha. Como quien ha vivido, pero sobre todo, como quien ha aprendido a mirar con atención. Respeta el idioma como se respeta a una patria. Y respeta a sus personajes como se respeta a los amigos que ya no están.
En las páginas de este libro hay versos libres que aparecen como relámpagos entre los párrafos. Hay memorias que se sienten, que huelen a selva y a pólvora, que cruzan fronteras. Pero también hay un mensaje constante: el de que la historia no es un álbum cerrado, sino un puente que se extiende hacia adelante.
¿Por qué volver a contar la vida del Che? Porque sigue siendo símbolo. Porque en un mundo fatigado de cinismo, su figura encarna la obstinación por lo justo. Porque fue un romántico con fusil, un médico con causa, un Quijote del sur que prefirió morir de pie antes que traicionar sus ideas. Pero, sobre todo, porque más allá del personaje, el Che representa lo más valioso que podemos heredar: el compromiso.
Con el viento al hombro es un testamento. Uno que no se guarda en un cajón, sino que se lee en voz alta. Que no se dirige a un tribunal, sino a las conciencias. Es un acto de confianza en que las palabras todavía pueden cambiar el mundo. Y en que recordar no es añorar, sino prepararse para lo que viene.
Hoy, como hijo, como lector y como servidor público, me honra presentar este libro. Porque me recuerda quién soy y de dónde vengo. Pero también porque me compromete con lo que sigue. En un país que sigue buscando justicia, necesitamos más palabras con raíz, más historias con sentido, más libros como este.
Gracias, papá, por enseñarme que la justicia también se escribe. Que la esperanza puede ir al hombro. Y que la memoria, cuando se comparte, se transforma en destino.

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