1. Home
  2. Columnas
  3. La paradoja de la vida / Relatos escritos

La paradoja de la vida / Relatos escritos

La paradoja de la vida / Relatos escritos
0

Nadia Ruiz

En una realidad marcada por contrastes y deseos opuestos, donde cada etapa de la vida arrastra sus propias nostalgias e ilusiones, el ser humano parece vivir en una constante insatisfacción. Lo que se tiene nunca es suficiente, y lo que se anhela, muchas veces, está justo del otro lado de lo que se posee.

Los niños sueñan con crecer, con dejar atrás la dependencia y alcanzar esa libertad que imaginan en el mundo adulto. Mientras tanto, los ancianos, con la sabiduría que solo los años pueden dar, ya no buscan metas lejanas: solo anhelan un poco más de tiempo. Tiempo para aprender cosas nuevas o para disfrutar las anécdotas que vivieron.

Del otro lado, el desconocido persigue la fama como si en ella estuviera la validación de su existencia. Sueña con ser visto, escuchado, admirado. Pero el famoso, agotado por las luces que nunca se apagan y por los ojos que siempre lo vigilan, ruega por un respiro. No quiere brillar todo el tiempo. Lo que más desea es recuperar su privacidad, su paz, su libertad interior. Mientras uno se cansa de la abundancia, el otro sobrevive con la esperanza.

Y así, se repite una verdad tan vieja como la vida misma: el que lo tiene todo, sueña con lo que no tiene; el que no tiene nada, sueña con tenerlo todo. Al final, ambos son prisioneros del deseo. Porque la carencia enseña gratitud, mientras que la abundancia, muchas veces, conduce al olvido.

Esa es la paradoja de la vida: cuando se tiene, se subestima; cuando se pierde, se añora. Y muchas veces, solo en la ausencia comprendemos la profundidad de lo que teníamos. El presente pasa de largo porque vivimos mirando lo que falta, sin darnos cuenta de que estamos rodeados de pequeños milagros cotidianos.

La vida nos pone frente a escenarios opuestos para enseñarnos a valorar. Nos muestra que el arte de vivir no está en la acumulación ni en el deseo constante, sino en la gratitud. En aprender a vivir aquí, ahora. A mirar con otros ojos lo que ya forma parte de nosotros, lo que damos por hecho. Porque el vacío del que lo tiene todo a veces es más profundo que el del que no tiene nada.

Que no sea el silencio de la pérdida lo que nos enseñe a valorar. Que tengamos el valor de detenernos, mirar lo que hoy nos rodea y reconocer su valor antes de que se vuelva ausencia. Porque lo verdaderamente valioso no siempre hace ruido, ni brilla; a veces solo está… esperando ser visto, sentido, vivido. Y quizá, el mayor acto de amor que podemos hacer con nuestra vida, es aprender a agradecer lo que ya tenemos, antes de que el deseo nos robe la paz y el tiempo nos lo arrebate para siempre.

LEAVE YOUR COMMENT

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *