Alejandro Flores Cancino
Erasmo Catarino tomó protesta como senador propietario por Chiapas. No es chiapaneco. No tiene trayectoria política ni antecedentes de trabajo legislativo o social en el estado. No hay en su carrera una sola muestra de compromiso con los pueblos indígenas, con el desarrollo regional o con las causas que históricamente han marcado a Chiapas. Pero ya es senador de la República. Aunque sea por unos días.
La pregunta no es qué méritos tiene, sino a quién le sirve. Y la respuesta está en una operación política que poco tiene que ver con la dignidad de la representación popular. Luis Armando Melgar, empresario y político cercano a Ricardo Salinas Pliego, necesitaba votos en 2024. Y en la lógica del marketing electoral —donde importa más el rostro conocido que la propuesta— decidió sumar a su fórmula a una figura mediática: un cantante popular cuya fama se remonta a un reality show musical de hace casi dos décadas.
La maniobra apenas y funcionó. Melgar obtuvo, por muy poco, la primera minoría al Senado por Chiapas. Y hoy, para cumplir con la formalidad, Erasmo Catarino ocupa el escaño. Lo simbólico no puede pasarse por alto: Chiapas, uno de los estados con mayor carga histórica en la lucha por la representación real de los pueblos, ha sido reducido a un instrumento político. ¿Qué no hay perfiles en Chiapas? ¿O es que Chiapas sigue siendo un simple experimento para probar fórmulas electorales de laboratorio?
No se trata de descalificar a Erasmo Catarino como persona. Se trata de señalar el desprecio con el que las cúpulas partidistas manejan la representación política. Y de contrastarlo con lo que alguna vez fue el Senado para Chiapas: una trinchera de dignidad, compromiso y valentía.
Ahí estuvo Belisario Domínguez, el médico de Comitán que sacrificó su vida al denunciar la tiranía de Victoriano Huerta. Su voz fue acallada con violencia, pero su legado permanece como símbolo nacional de la libertad de expresión y el compromiso cívico. Más recientemente, Eduardo Ramírez Aguilar, hoy gobernador electo, utilizó su paso por el Senado como plataforma política, construyendo una ruta que —más allá de afinidades— al menos pasó por la participación real y por el conocimiento de la tierra que hoy gobierna.
Erasmo Catarino no representa a Chiapas. Representa un momento lamentable del sistema político mexicano: uno donde la forma le gana al fondo, donde la popularidad pesa más que la preparación y donde los estados más golpeados por la desigualdad siguen siendo utilizados como piezas intercambiables en el ajedrez de las élites.
Chiapas no necesita ídolos improvisados. Necesita representantes comprometidos. No necesita decorados. Necesita voces. Y, sobre todo, necesita respeto.