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Callar no es gobernar

Callar no es gobernar
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Juan Carlos Toledo

“Sin libertad de expresión, un pueblo pierde su derecho a saber cuándo su gobierno falla.”

La libertad de expresión es la piedra angular de toda democracia funcional. Lo ha sido desde siempre. Y sin embargo, en los últimos años, esta libertad ha sido cercada por una nueva ortodoxia que —en nombre de la justicia social, la sensibilidad o el bien común— pretende ponerle bozal al pensamiento incómodo, a la crítica y al disenso.

En Europa, esta tendencia ya es ley: bajo la etiqueta de “discursos de odio”, varios gobiernos han decidido que es mejor censurar que debatir. Silicon Valley, por su parte, juega a ser policía del pensamiento, borrando lo que considera inapropiado mientras simula neutralidad. En Estados Unidos, incluso hay movimientos que sugieren revisar la mismísima Primera Enmienda. El mensaje es claro: no importa si tienes razón, lo que importa es si ofendes. Y si alguien se ofende, entonces tu opinión debe desaparecer.

Como sostiene Andrew Doyle, sin libertad de expresión no es posible innovar ni comprender el mundo.

En México no nos estamos quedando atrás. Aquí, la crítica también molesta. El gobierno, en lugar de tolerar el escrutinio, lo toma como ataque. Basta una columna incómoda o un análisis no alineado para que se encienda la maquinaria de descalificaciones, hostigamiento digital o presión institucional. Desde el poder se insiste en que la prensa “miente”, que los analistas “manipulan”, y que las redes sociales están “controladas por intereses”. Pero lo que molesta, en realidad, no es la mentira, sino la verdad cuando incomoda.

No se trata de defender la calumnia o la desinformación —eso tiene su lugar en el Código Penal, no en la mordaza institucional—. Se trata de entender que sin libertad de expresión, no hay diálogo ni pluralidad posibles. Si solo se permite una narrativa, un discurso, una interpretación de la realidad, entonces no estamos en democracia: estamos en propaganda.

Porque callar no es gobernar. Gobernar es tener la madurez de escuchar, incluso lo que no gusta. Es enfrentar la crítica con argumentos, no con censura. Es entender que la verdad no necesita protección, pero sí libertad para manifestarse.

La libertad de expresión está bajo asedio. Y no hay disfraz progresista que oculte esa intención. Llamarlo “discurso de odio”, “lenguaje violento” o “fake news” es solo el nuevo rostro de la censura. Si no lo enfrentamos hoy, mañana será demasiado tarde. Porque cuando el silencio se vuelve ley, hablar se convierte en un acto de resistencia.

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