Alejandro Flores Cancino
Lo que ocurrió en las elecciones judiciales no fue solo una baja participación: fue una señal clara de que algo anda mal. Apenas un 12% del padrón votó a nivel nacional, y eso dice mucho más que cualquier discurso o análisis técnico. Dice que la ciudadanía ya no confía, que no cree en lo que se le ofrece y que, sin dinero de por medio, la maquinaria electoral simplemente no se mueve.
Esta elección dejó al descubierto algo que muchos no querían ver: sin clientelismo, sin operadores que presionen o repartan, sin promesas con billete en mano, la mayoría prefiere quedarse en casa. Y cuando eso pasa, no solo se debilita el sistema democrático, sino que se abre la puerta para que unos pocos —los que ahora están en el poder— decidan por todos.
Porque aunque casi nadie haya votado, los cargos se llenan igual.
Entonces, ¿qué nos toca hacer? Primero: tomarnos en serio lo que viene. Las próximas elecciones están cada día más cerca, aunque eso no parezca. Y si dejamos que la apatía siga marcando el paso, lo único que vamos a cosechar es más de lo mismo.
No podemos seguir esperando que los partidos nos resuelvan la vida. Si queremos un cambio real, habrá que organizarnos, hablar con los vecinos, con los amigos, con la familia. Preguntar —de verdad— qué país queremos y quién lo puede representar con dignidad. Y esto aplica a todo cargo de elección popular.
Porque si no lo hacemos nosotros, lo volverán a hacer otros. Y no siempre con las mejores intenciones.
Hoy, más que nunca, toca recordar que la democracia no solo se defiende con votos, sino también con participación activa y conciencia colectiva. No podemos permitir que el silencio se vuelva costumbre.
