Juan Carlos Toledo
México y sus estados tienen necesidades reales, urgentes, ineludibles: gritan por seguridad, por salud, por educación, por infraestructura. Pero esos gritos rebotan en los muros sordos del poder, mientras los discursos oficiales celebran una democracia que solo existe en los boletines de prensa y nadamás.
La elección del Poder Judicial, anunciada como “inédita” y “ciudadana”, terminó convertida en un rotundo fracaso electoral. Con más del 80% de abstención, fue un proceso que no convocó al pueblo, sino que confirmó su desconfianza.
¿Cómo puede hablarse de legitimidad cuando 8 de cada 10 ciudadanos decidieron no participar? No fue apatía. Fue rechazo. Rechazo a un ejercicio que nació sin claridad, sin conexión con la gente y sin garantías reales de impacto.
El resultado no fue la elección de nuevos representantes del Poder Judicial. El verdadero ganador fue el abstencionismo. Y el gran perdedor, como siempre, fue el pueblo.
Mientras tanto, la justicia sigue siendo un lujo inaccesible. Las clínicas no tienen medicinas, las escuelas no tienen techos, las calles no tienen luz, y la gente no tiene esperanza. Pero eso no estuvo en la boleta.
El problema no es que el pueblo no participe. El problema es que ya no cree en lo que ustedes llaman democracia.
Este proceso no será recordado por su innovación, sino por su fracaso. Un fracaso que no solo se mide en cifras, sino en la desilusión acumulada de un país que ya no se traga el cuento de la participación vacía.
México grita. Pero su grito se pierde en las urnas vacías que ustedes llenaron de boletas electorales.
“Y mientras la nación exige justicia, ustedes celebran su simulacro”.