Juan Carlos Toledo
México despertó hoy con el eco de una “elección histórica”, al menos así lo bautizaron desde las cúpulas del poder o mafia del poder. Nos dijeron que se trataba de un simulacro para fortalecer la democracia, un ensayo general para que el pueblo se sienta parte del nombramiento de jueces y magistrados. Pero no nos engañemos: lo de hoy es una puesta en escena. Un teatro montado al aire libre con dinero público que bien podría estar salvando vidas en hospitales, fortaleciendo aulas derrumbadas, o dando dignidad a los maestros que educan con las uñas.
El Instituto Nacional Electoral duplicó el padrón en la última elección, en un esfuerzo monumental que culminó en la elección de la primera mujer presidenta del país —hecho realmente histórico y legítimamente celebrado. Pero lo de hoy no tiene nada de legítimo. Es una burla. Un espectáculo que, bajo el disfraz de participación ciudadana, intenta disfrazar la imposición con tintes democráticos.
¿Elegir jueces mediante el voto popular? Puede sonar atractivo en la teoría, pero en un país donde la mayoría apenas tiene acceso a una educación de calidad, ¿quién garantiza que los ciudadanos elegirán con criterio jurídico y no por popularidad, por propaganda o por lealtades ideológicas? Lo que hoy se vive no es democracia, es simulación.
Y mientras tanto, en Guerrero, Oaxaca y Chiapas, el sur del olvido, los niños siguen caminando horas para llegar a una escuela sin techos ni pizarras. Los hospitales públicos se convierten en casas del terror o en cascadas donde el diagnóstico más frecuente es: “no hay medicamentos”. El magisterio en esas regiones sigue recibiendo sueldos que ofenden la vocación, mientras los recursos se van en papeletas, urnas y lonas para una elección que no cuenta, que no pesa, que no decide.
¿A quién beneficia este circo? Sin duda no al pueblo. Porque una verdadera reforma al poder judicial no se construye con simulacros, sino con decisiones estructurales, con políticas públicas serias, con inversión en educación cívica y jurídica, y con voluntad de combatir la corrupción que permea en juzgados y tribunales.
Hoy no ganó la democracia. Hoy ganó el despilfarro, el maquillaje político, y la costumbre de jugar a la política mientras el país sangra por dentro.
Es momento de exigir más seriedad. México no necesita más escenografías democráticas: necesita justicia real, inversión social, y gobernantes que entiendan que la dignidad del pueblo no se construye con votos ficticios, sino con acciones concretas. Es cuánto.