Ángeles Mastretta
No conocí a Rosario Castellanos pero he sido su lectora y su amiga encerrada en el enigma de la amistad, que se teje leyendo como quien escucha. Creo que a ella le hubiera gustado vivir para ver que esta representación de los suyos decidió otorgar un premio para recordarla. Por eso lo agradezco dos veces, a ustedes y a ella, cuyo ejemplo de vida los movió a dedicarle el homenaje de premiar en su nombre.
Dar este premio es darle a Rosario un regalo; recibirlo es un privilegio, una anomalía de las emociones. Muchos de los poemas de Rosario están premiados por la tristeza. Dice que le enseñaron la tristeza; sin embargo escribió: “A veces tan ligera como un pez en el agua, me muevo entre las cosas feliz y alucinada, feliz de ser quien soy, sólo una gran mirada: ojos de par en par y manos despojadas”. Estoy segura porque he aprendido la calidad de las palabras con ella. Contaba el mundo y admiro la fuerza y la convicción de sus libros, de que ella se hubiera ganado mil veces este premio; de quienes nos toca recibirlo hemos de hacerlo con alegría, con sencillez, con reverencia.
Rosario Castellanos supo apiadarse de los demás, tanto como alguna vez quisiera serlo yo y seguramente lo han querido ser ustedes. Supo decir su compasión y su compromiso como una declaración de fe, como un viaje al corazón de la noche. Ella pudo mirar a los demás y describir sus penas.
A nosotros nos ha tocado leerla y aprender de su generosidad. Cuando supe que existía esta medalla, pensé en unos versos de Rosario. “El que se va se lleva su memoria, su modo de ser río, de ser aire, de ser adiós y nunca”.
Está claro que entonces ella no pudo o no quiso imaginar de qué modo iba a quedarse con nosotros su memoria, su río, su aire, su hasta siempre ella.
Los premios son tesoros que a veces cuesta recibir porque son responsabilidades. Quien recibe el premio Rosario Castellanos trenza su nombre al de esta mujer excepcional, a esta pionera, a esta poeta extraordinaria.
A esta buena voz iluminada por la tristeza y la ironía, por una lucidez que lastima. Una pasión que impuso a esa escritura la verdad y la inteligencia como una ley inapelable. ¿Cómo puedo recibir este premio?, no puede ser más que con responsabilidad. Dijo Rosario: “Considera alma mía esta textura áspera al tacto a la que llaman vida. Reparen tantos hilos tan sabiamente unidos y odia después si puedes”.
Buena cara al mal tiempo. Si que aprendimos de mujeres con la fuerza de Rosario Castellanos, pero no nos enseñaron con la misma consistencia a recibir la buenaventura como algo que se celebra sin matices, sin dudas y sin culpa. Un premio por hacer lo que me gusta, me dije y, pensando en Rosario Castellanos, lo acepté con mucho gusto porque he pasado media vida tratando de aprender que los premios hay que recibirlos como las penas cuando llegan: con tranquilidad, con alegría y con agradecimiento. “El mundo es la forma perpetua del asombro”, escribió Rosario Castellanos. Al recibir este premio, me asombro. Pregunto con frecuencia para qué hacer una novela.
Por qué limitar horas a preguntarse si es mejor escribir fuego o escribir lumbre, escribir mar o escribir deseo, escribir deseo o escribir afán, absoluto, sed, demencia, luna, luciérnagas, menos certeros que los físicos, más empeñados en la magia que los médicos. Los escritores trabajamos para soñar con otros, para mejorar nuestro destino, para vivir todas las vidas que no podríamos vivir siendo sólo nosotros.
Es necesario a veces encontrar compañía, dijo ella. Amigo, no es posible ni nacer ni morir sino con otro. Es bueno que la amistad le quite al trabajo esa cara de castigo y a la alegría ese aire ilícito de robo. Me alegra que ustedes consideren que quien imagina, sueña, recrea y cuenta la realidad por escrito, tiene un quehacer que como dice la convocatoria del premio: el premio mismo honra nuestro país. Lo recibo con humildad y segura de que en mi premian a muchos otros. Muchas gracias.