Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen,
La vida de Martina es apenas un instante con unos cuantos episodios extraordinarios: cuando la hicieron madre a los 14 años; cuando realizó el viaje de su vida; cuando conoció al marinero que le juró amor eterno y el día que decidió aprender a escribir y leer a sus 60 años para conocer el contenido de las cartas de su padre; y poder ingresar a la cooperativa de pescadores; después de largos años de espera.
Martina creció a la orilla de la laguna de Tamiahua; allí el sol quemó su piel morena. A los 6 años empezó a trabajar y desde entonces, no recuerda haber hecho otra cosa en su vida más que capturar ostiones. Su piel lleva el aroma de las lagunas, del mar y del río. ¿Sus sueños? ¿Acaso tuvo oportunidad de soñar alguna vez? ¿Soñó algún día? Ella tampoco está segura de ello. La única ilusión en su vida fue un marinero a quien mantuvo económicamente por dos años antes de verlo partir.
Martina, por ser la mayor, fue la madre de sus 8 medios hermanos, ninguno de ellos concluyó la primaria y para ella, las letras llegaron al atardecer de sus 60 años. Su gran aventura de joven fue realizar el viaje de su vida ¡hasta Papantla! a 60 kilómetros de su natal Tamiahua.
Recuerda ese viaje con la lucidez de las experiencias inolvidables que marcan la vida y dejan huella de los lugares recorridos. Aquella Feria de Papantla quedó grabada en su memoria con las peleas de gallos y las carreras de potrillos; con el baile de coronación y un anochecer de luna llena que la regresó a la realidad de sus lagunas al día siguiente al salir el sol.
Martina habla bajito pero es locuaz; habla de la reducción del 50 por ciento en la producción de ostiones en tan sólo 10 años; habla de los investigadores que censuran el cultivo de ostiones por insalubres y contaminantes; habla de cuando solía dormir al caer el sol. En ese entonces, no se conocía la televisión; habla del deseo por ir a la escuela, de su angustia por no saber leer ni escribir; habla, habla, habla… habla sin protestar, sin quejarse de su destino, sin amargura, sin rencor… habla asumiendo que ese era su destino, el que Dios quiso para ella.
Cuando le pregunto por su padre, Martina calla, calla, calla… un largo silencio como quien trata de poner más orden en las emociones que en los pensamientos; percibo en sus ojos el destello de recuerdos y emociones encontradas, percibo su reacción a una pregunta no esperada, no deseada… pero insisto.
─A mi padre no lo conocí, -me responde con un cambio de tono en su voz de evidente sacudimiento. ─Mi madre me contó una leyenda para tener un buen recuerdo de él. Me dijo que fue uno de los marineros que murió el 13 de mayo en el buque petrolero Potrero del Llano al ser hundido por los alemanes en 1942. Gracias a ello, crecí valiente y orgullosa de mi papá por defender al mundo en la segunda guerra mundial y con esa imagen, me defendí de los niños que me ofendían por no tener padre. Pero a los 14 años cuando me violaron, mi madre me lo escupió a la cara: “pagaste lo que tu padre me hizo…”; y fue cuando me enteré que nunca fue marino sino un hombre que bajo el efecto del alcohol violó y mató a una chiquilla de alta posición social. Un hombre que fue sentenciado a vivir el resto de su vida en las Islas Marías.
Martina deja de lado los ostiones que abre, selecciona y separa los mejores para el restaurante que se los compra a muy bajo precio; se sacude las manos antes de meterlas a una cubeta llena de agua clara para lavarlas como quien limpia culpas ajenas. Sus canas contrastan con su piel bronceada y sus ojos claros; me mira a los ojos y de frente me inquiere: ¿por qué me pregunta acerca de mi padre?
Martina se deja llevar con la charla; en su memoria existen las palabras de su padre a través de sendas cartas escritas desde la lejana prisión, creada en 1905 por el presidente Porfirio Díaz.
─¿Sabe por qué quise aprender a leer y escribir? Tuve dos motivos. El primero fue para ingresar como socia de la cooperativa. Como era era requisito ser letrada, me inscribieron en el INEA. Pero mi principal motivo para ingresar a la Escuela de Adultos, fue el día en que mi madre muere y descubro las cartas de mi padre; ¿sabe usted lo que es tener a su padre a lado y no poderlo escuchar por no saber leer?
Mi madre jamás me habló de las cartas de mi padre. Tampoco sé, si alguien se las leyó o nunca se enteró de su contenido. Cuando descubrí los sobres atados en 5 paquetes de 100 cartas cada uno, decidí preguntarle a Cristóbal, de la cooperativa, de quiénes eran esas cartas. “Son de tu padre, Martina. Las mandó desde la cárcel de Islas Marías. De la primera a la última transcurrieron muchos años”, me contestó.
Esa revelación me empujó a la escuela para poderlas leer. Fui una alumna constante, dedicada y muy disciplinada. Mi ilusión era poder leerlas de “corridito”; saber quién fue mi padre, y sobre todo, si hablaba de mí en esas cartas. ¡Y sí!, hablaba de su hija a quien amaba sin conocer. En ellas relataba los paisajes de la isla rodeada de la aguas doradas del Pacífico; de su vivienda y la gente con quien pasaba sus días. Narraba sus aventuras y desventuras; de sus culpas y arrepentimientos. Y al final de cada carta, le rogaba a mi madre responderle. Supongo que mi madre nunca lo hizo; y a pesar de ello, él siguió enviando susCARTAS LEJANAS hasta el día de su muerte.
Martina toma un trapo para limpiarse la cara, quizá del sudor o tal vez, de las lágrimas con las que podría haber respondido a esas cartas de no ser analfabeta durante tantos años.
—Al leer las cartas, me reconcilié con mi padre; perdoné sus malas acciones. Traté de comprenderlo y hasta la fecha, al leer sus cartas, una y otra vez, hablo con él. En mi cabeza, le respondo a sus palabras llenas de miedos, esperanza y el deseo de volver a ver a mi madre y a su amada hija.
Martina respira hondo.
— ¿Sabe usted lo que significa saber escribir y leer? Ustedes disfrutan de ese privilegio sin tomar conciencia del valor de las palabras. Para mí, fue como encender una luz en la más profunda oscuridad y ver que existe un mundo más amplio del otro lado de esta laguna. Hace unos días empecé a responder cada una de esas cartas como si el tiempo me diera una segunda oportunidad. Las enviaré a las Islas Marías aunque ya nadie las lea.
Para Martina, el episodio de mayor trascendencia fue reencontrar a su padre en más de 500 cartas escritas con sangre y sudor; con lágrimas y el fuego encendido de la esperanza de algún día regresar a su hogar… más de quinientas cartas interrumpidas al morir su padre sin haber realizado su sueño. Martina calla, y yo la acompaño en su silencio.
¿Conoces el valor de una carta, Ana Karen? Esas cartas lejanas que nos acercan a los seres queridos son una cuestión de amor.
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