HISTORIAS DEL PENAL
* En el mundo carcelario, donde todos pierden la fe y la memoria, el periodista se preocupó por rescatarla
Enrique Alfaro
El fallecido periodista Ángel Mario Ksheratto Flores, luego de haber estado en el penal recluido como interno de alta peligrosidad por haber criticado al entonces gobernador Pablo Abner Salazar Mendiguchía, me decía en broma que en El Amate, independientemente de su condena, había un abogado que te sacaba.
“El licenciado ‘Lazos’ en infalible para salir de aquí con todo y que esté uno condenado de por vida”, escribió en su novela Palabra bajo arresto, publicada hace 13 años, bajo el sello editorial Editorum.
“La tragedia de esta prisión es que la impotencia amedrenta a la más fuerte de todas las voluntades. He visto a varios internos derrumbarse frente a su propia desventura. Entienden las razones por las que han sido traídos, pero no alcanzan a comprender por qué, la desgracia y la pobreza los sigue a todas partes. No es raro saber que a cada cierto tiempo, uno de ellos termina colgado de una cuerda o con las venas abiertas”, reflexionó en su relato autobiográfico, pero sentenciaba:
“Al menos ésa es la explicación oficial pues se cree que un alto porcentaje de los suicidios dentro de las prisiones son en realidad ejecuciones.”
Byron, el mara salvatrucha
“Nadie se queda para siempre en una cárcel, a menos que construyan un cementerio dentro de las prisiones. Muerto, pero se sale. De todas formas, hay liberación. Además, aquí se consigue de todo, hasta mejor que estando allá afuera. Mujeres, droga, alcohol, armas itodo, jefe, todo!.”
Sobre las drogas en el penal
“El concepto de rehabilitación de la que se ufana el gobierno es una de las grandes falacias oficiales. Aquí nadie se rehabilita, aquí es una auténtica escuela de vicos, perdición y delincuencia”, registró en su libro en el que denunció lo que le contó un recluso:
Los mismos policías penitenciarios introducen la droga por las torres traseras y las instaladas en el sector femenil, mismas que iban a recoger en terrenos aledaños al penal, en las motos “todo-terreno” que tenían a su disposición.
El diablo huele bien
—Ver el diablo en persona es un privilegio que pocos locos como yo, pueden tener—me dijo una mañana Tarzán, un antiguo prisionero que a sus 40 años tiene tantas arrugas en la cara como delitos cometidos:
(…)
—Tarzán, usted que me ha hablado del amor de Dios, me dice que es “un privilegio” ver al diablo, explíqueme cómo está eso— le pregunto un día en que ambos lavábamos nuestras precarias prendas carcelarias en la pileta del área.
(…)
—¿Y cómo es que ve al diablo, si me asegura que Dios ya lo transformó, que Dios es ahora su guía y protector? No lo entiendo ¿Cómo le hace? ¿Qué jodidos toma para ver a Satanás siendo usted, como me dice, un “hijo de Dios” a los que no les está permitido
drogarse, por ejemplo?
—Fácil, jefe, muuuuy fácil; me pongo hasta madre de drogas. Es bien fácil; mire usted mi jefe: me trueno una piedrecita junto con un carrujito de marihuana y, si alcanza el money, pues le echamos polvito y una botellita de “chicha”. Con eso, de volada se me aparece el chamuco .
(…)
—Pero me gusta su forma de ver la vida aquí adentro. Dígame: ¿Cómo es el diablo?
—Tiene varias formas y caras.
—¿Cómo? ¿No es así de feo, con cara de cabra en brama como lo pintan los artistas? ¿No tienen pezuñas de toro, barriga de mariachi, barba del Che Guevara, uñas de teibolera, pelos en la espalda, nalgas de chucha flaca, piernas de político en huelga de hambre, cola de diputado, cuernos de chivo?
—Ni que fuera narcotraficante para tener cuernos de chivo – responde atacado de la risa. —Mire, a veces es hombre, a veces mujer; otras, se me aparece en forma de un niño; también toma forma de animal.
—¿Cómo lo reconoce? ¿Tienen alguna seña? Digo, no vaya usted estar hablando con una visita, creyendo que es el diablo; o no vaya a ser que está usted agarrando a patadas a la taza del baño.
—Usted sabe que yo no tengo visitas y la taza del baño apesta; éste huele bien.
La desaparición de Tarzán
“Antes de desaparecer del penal, cuando le faltaban unos meses para cumplir su condena de 35 años, Tarzán le dijo al periodista Ksheratto:
“Los presos que salen de cualquier cárcel de Chiapas, no tienen ningún amparo. Para empezar, no hay un solo programa de rehabilitación, ya no digamos un programa de empleo o un asilo que los ayude a reincorporarse a la sociedad. Hay qué decirlo con todas sus letras: los penales son en realidad, universidades del crimen.”
Las instituciones de derechos humanos
Celia, una presidiaria de El Amate, le sostuvo al periodista: “Solo mandan ‘visitadores’ y nunca más vuelven. La Comisión Nacional de Derechos Humanos, le echa la ‘bolita’ a la Comisión Estatal y ésta a la Nacional; hasta le mandamos una carta al Sub-comandante Marcos, pero nunca respondió.”
Área de visita conyugal
Con un lenguaje descarnado, el periodista Ángel Mario escribe:
“Esa noche era de visita conyugal y el área estaba llena de presos con sus esposas e hijos. El llanto de un niño nos sacó de la conversación y uno a uno, salimos intrigados de la celda para ver lo que le ocurría al chiquillo. En la planta de abajo, un bebé llora desesperado, sentado a la puerta de una celda, exigiendo a sus padres que le abriesen la puerta. En el resto del patio, otros chicos juegan displicentes, sin poner atención al llorón.
—¿Por qué llora el bebé?— preguntamos a mismo tiempo los tres.
—Es que sus papás están haciendo “cositas” allá adentro y no lo dejan entrar hasta que terminen— explica una niña descalza de más o menos 10 años.
“Nos quedamos viendo sin saber qué hacer. Inexplicablemente, a esa área dejan entrar a las parejas con sus niños y éstos, irremediablemente, tienen qué ser testigos de lo que los adultos hacen.
(…)
“De tres pisos, el área conyugal es como un hotel dentro de la prisión. Celdas amplias, corredor estrecho. Los baños, tan oxidados, que bien puede morir de gangrena cualquiera que llegase a cortarse en sus afiladas puntas. De hecho, muchos presos han contraído graves enfermedades venéreas con el solo contacto con éstas. En algunos baños, los hongos pululan con tanta libertad que casi saltan sobre uno.
(…)
“A veces las golpizas entre parejas eran memorables. Cuando la paliza se tornaba insoportable, las mujeres salían corriendo, desnudas, a los pasillos o el patio pidiendo la ayuda de los guardias para someter al rijoso marido o amante en turno. Y todo eso era presenciado por decenas de niños que suelen acompañar a sus padres. Por eso no nos sorprendió la precocidad de aquella niña, pues desde muy chicos aprenden los asuntos relacionados con los adultos.
“De hecho, hubo un tipo que en varias ocasiones, ofreció a sus ‘hijas’ en materia de prostitución a quienes convivíamos en el área conyugal. Por 50 pesos, ponía al mejor postor el cuerpo de quienes en realidad eran sus hijastras. Y cuando no encontraba ‘cliente’ para éstas, él sostenía escandalosas sesiones de sexo con su mujer y sus ‘hijas’, al oído de todos. Las muchachas no cumplían aún los 18 años, aunque por la azarosa vida que llevaban, parecían tener más de 30.
“Ahí se torcieron las reglas, se acabaron los cuidados hacía los niños. En el penal femenil no es raro ver a niños de menos de dos años deambulando por todas partes. La explicación oficial es que no se puede separar a los niños de la madre. Sí, pero, ¿deben los niños presenciar los actos sexuales de sus padres? ¿A qué están expuestos en un lugar como la cárcel niños como la que nos habló de sexo como toda una experta?”
Fiestas en el penal
El también columnista del diario Cuarto Poder, escribe en su novela:
“El 14 de febrero, las autoridades penales dispusieron una fiesta para celebrar el ‘Día del Amor y la Amistad’. Los patios del penal varonil estaban a rebosar de reos y sus familiares. El grupo musical contratado para amenizar la celebración, tocaba a todo volumen.
“Tropas de niños corrían por los campos mientras sus padres bailaban en la improvisada pista. Las botellas de ‘chicha’ y ‘Presidente’ estaban a la vista de todos y nadie objetaba a nadie ni nada.
—Para ocasiones especiales, se permite ingresar licores —me explicó un guardia. Otro terció y aseguró que hasta la cocaína era permitida entonces.”
El precio de los presos
Sobre las tarifas al interior del penal, Ksheratto registra:
“En la prisión, cada reo tiene un precio; los que llegaban por narcotráfico debían pagar hasta medio millón de pesos para no servir de sirvienta; los funcionarios, acusados de malversación de fondos, entre 200 y 400 mil pesos; los secuestradores, 600 mil pesos. Los que menos pagaban eran los de delitos menores como accidentes de tránsito, pensión alimenticia, robo a casas habitación. La tarifa era de entre 10 y cien mil pesos, dependiendo del ‘status social´.”
Policías con sueldo miserable
“La vida de los policías era precaria; con un sueldo que apenas rebasaba los mil pesos a la quincena, tenían muchas veces qué pagar sus pasajes de Tuxtla hasta la prisión, dejar dinero para la comida de la familia, los útiles escolares, el pago del agua, la luz y mil gastos más.
—Esto nos obliga a extorsionar o hasta meter hasta drogas para ganarnos un dinerito extra— Me dice uno de ellos bajo la promesa de nunca mencionar su nombre.
—¿Qué pasa si los descubren metiendo drogas, por ejemplo?
—Si no hemos avisado a los superiores y no les damos su parte, nos dejan aquí en calidad de presos; algunos se la pasan hasta seis meses detenidos.
—Pero el delito de tráfico de drogas es grave, ¿Por qué seis meses?
—Es un acuerdo interno secreto. Nadie lo sabe afuera. Nadie se entera.
—¿A quiénes hay qué notificar?
—A los jefes de grupo, a los directivos del penal.
—¿Qué cantidad de droga o cuántas botellas de licor es permitido meter?
—Si es ocasional, tres o cuatro botellas a la quincena. Un par de carrujitos de marihuana, dos piedritas, depende de a cada cuánto mete uno…
—Pero veo que en el interior, son grandes cantidades de droga las que circulan.
—¡Ah! Es que la de ahí, entra por otras vías. Ahí es por la noche y son cargamentos importantes. Ahí es otro cantar del que no te puedo hablar mucho porque sé poco… Y si supiera, no te lo diría porque ahí si ya es grande el problema.
De Shopping
En el último capítulo de su libro, el periodista Ángel Mario Ksheratto, quién falleciera de enfermedades respiratorias estando libre, concluye:
“El autogobierno en El Amate, es una realidad inocultable; la última aduana hacia lo que llaman ‘población interna’ —donde lo mismo hay sentenciados que procesados—, es cuidada celosamente por los mismos reos, en su mayoría, jóvenes. Ningún policía, del rango que sea, puede pasar al interior, a no ser que le sea autorizado expresamente y por razones estrictamente confidenciales. Cuando un custodio obtiene permiso para ingresar al área donde se encuentran los módulos verde,café, melón y azul, debe ir escoltado por los “guardias” que cumplen condenas o están aún bajo proceso. Son, para los custodios, garantías de seguridad. Quien ose insultarlos o vapulearlos, es severamente castigado por las autoridades surgidas de entre los mismos prisioneros.”
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Como bien anuncia la contraportada de la novela: durante su estancia en la cárcel de máxima seguridad, el autor se dedicó a recopilar información sobre las condiciones de vida de los reclusos. En Palabras bajo arresto, el periodista chiapaneco expone carencias, injusticias, abusos y toda la calamidad en que se encuentran miles de prisioneros.
Habría que preguntarse: ¿qué ha cambiado a trece años de distancias de esta valiente crónica de Ángel Mario Ksheratto Flores?