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El primer día / A Estribor

El primer día / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

De los primeros libros sobre política que leí en la biblioteca de mi padre, destacaba la secuela de Luis Spota: La costumbre del poder. Incluía Retrato hablado (1975), Palabras mayores (1975), Sobre la marcha (1976), El primer día (1977), El rostro del sueño (1979) y La víspera del trueno (1980). Esas novelas representaron con realismo, como ninguna otra en aquellos años de autocensura, una radiografía de la política mexicana. Antes de leerlas, había disfrutado Casi el paraíso y el principe Ugo Conti sobre las frivolidades del poder.

Resultaba relativamente sencillo identificar a los políticos de la época, aunque los nombres eran ficticios, porque el relato era novelado. Hace poco volví a releer El primer día. La diferencia es que, mientras la primera vez tenía 16 años, ahora puedo ver las cosas desde otra perspectiva, dados mis años de participación en la política de nuestro estado.

LA NOVELA

Don Aureliano Gómez Anda -el presidente- ha entregado la banda presidencial y se dirige a su casa en un viejo, pero flamante, Mercedes negro. Ya no hay guardias presidenciales ni escoltas siguiendo su comitiva, solo su fiel chofer de toda la vida. El chofer representa el vínculo con una realidad que el protagonista parece haber perdido: la vida cotidiana y las relaciones humanas genuinas. A través de él, Spota subraya la soledad y el abandono que experimentan aquellos que, tras haber detentado el poder absoluto, se enfrentan a su efímera naturaleza.

Ya en su casa, durante horas, Don Aureliano no recibe una sola llamada, salvo la visita de un viejo amigo cuyo nombre no recuerda: Francisco (Paco) Marín. Le concede un minuto. Al verlo, su memoria regresa. Paco es quien le dio su primer empleo cuando era apenas un joven. Ha llegado para agradecerle una recomendación que, mucho antes de que fuera presidente, le permitió conseguir un modesto trabajo con el que pudo ganarse la vida. Lo viene a agradecer ahora que, por fin, puede verlo…

El breve encuentro se convierte en una larga charla que trae a la mente del expresidente muchas de las cosas de las que se arrepiente, entre ellas, no haber tenido más colaboradores como aquel viejo, honrado y agradecido amigo. Así es el poder…

LOS QUE LLEGAN, TAMBIÉN SE VAN

El relato me recuerda en lo personal, lo que me ha tocado conocer de cerca sobre los hombres del poder en Chiapas: lo que viví y escuché junto a mi padre, y lo que experimenté con los gobernadores de nuestro estado. Me tocó vivir, como a muchos, la abrupta salida de Eduardo Robledo, quien renunció después de una exitosa campaña, teniendo apenas 64 días en el poder. Renunció porque desde Gobernación se lo instruyeron. Así funcionaba el poder.

Estuve en su despacho junto con empresarios líderes de las cámaras que formaban la coalición de organizaciones ciudadanas. Yo era un joven asesor. “Les presento al nuevo gobernador”, dijo Robledo, y por una puerta entró Julio César Ruiz Ferro. Recuerdo que mi amigo Sinar Corzo, a quien lamentablemente asesinaron en 2019, estaba ahí. Se plantó y espetó: “¿Y tú quién eres?”. Nadie conocía a quien el Congreso chiapaneco estaba nombrando gobernador en ese momento. Fue cuando se frustró aquel intento de nombrar al licenciado Plácido Morales; ya todo estaba planchado.

Con la matanza de Acteal vino la debacle que costó la cabeza de Ruiz Ferro. También lo visité en la casa de gobierno en El Mirador, el último día. Entre caminando como Juan por mi casa, sin que nadie me dijera nada. Y llegó Roberto Albores al poder. Yo después fui diputado, con 32 años, y de ahí surgieron otras historias, pero ya les contaré. El día en que Albores entregó el poder a Pablo Salazar y a petición de este último, la transmisión de poderes se realizó en el Poliforum, un auditorio con capacidad para unas 4,000 personas. Los priistas, que eran mayoría, aprobaron el cambio de sede del Congreso para la toma de protesta.

Recuerdo que hablé con Albores y le advertí: “No vaya, licenciado. Le van a faltar al respeto”. Y así sucedió. Apenas lo nombraron, el público le dio la espalda. Al final, salió entre groserías de algunos asistentes, mientras Pablo disfrutaba de su “fiesta” rodeado de los suyos, que abarrotaban el evento. Pablo había ganado con una coalición de ocho partidos, incluido el PAN, al que yo pertenecí, pero esa es otra historia. Luego llegaron Juan y Manuel al poder.

LA HUBRIS

La hubris es la trampa del poder: convierte la ambición en un arma de autodestrucción. Citando a Spota, diría que siempre he observado el fenómeno del poder, me ha tocado ver su ascenso y salida. El síndrome de la hubris, como diría Juan José Rodríguez Prats: lo que sucede cuando las personas llegan al poder y, en muchos casos, pierden contacto con la realidad rodeados de panegirístas. Pero esa realidad siempre aflora cuando el poder desaparece. Solo que muchos actúan como si nunca se fuera a acabar. El poder no es para siempre.

Una conocida frase advierte: “Ten mucho cuidado a quién pisas al subir, porque tarde o temprano te lo encontrarás al bajar”. Siempre sucede, invariablemente. “El rey ha muerto, ¡viva el rey!”. Pero cuidado: ese otro rey también morirá.

MEMENTO MORI

Memento mori es una expresión latina que significa: “Recuerda que morirás” o “Recuerda que eres mortal”. Se dice que se usaba en la Antigua Roma para recordar a generales victoriosos o emperadores que no eran más que humanos. La moraleja es clara para los que llegan: véanse en el espejo de los que se van.

El poder es para servir. La cabeza debe ser fría para no dejarse seducir por los elogios, y el corazón caliente para entregarse con pasión a la tarea de gobernar. Los amigos abundan, se multiplican, emergen hasta de entre las piedras. Pero recuerden: no son amigos de la persona, sino del poder y sus privilegios. Por eso, a muchos les resulta frustrante sentir que quienes se beneficiaron de ellos han sido ingratos. Es falso. Ellos siempre serán fieles… al poder.

La ambición del hombre mediocre no es el dominio de sí mismo, sino el sometimiento de los demás. El líder que sirve es aquel que deja huellas, no cicatrices. Un verdadero líder nunca descuida a su familia; ellos son su primer y más importante equipo. No olvidarse de los verdaderos amigos. Un verdadero amigo es aquel que llega cuando el resto se ha ido. Un verdadero amigo es aquel que camina a tu lado en la oscuridad cuando todos los demás buscan la luz. Ellos estarán siempre, sobre todo cuando el poder se esfume.

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