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Defensa de la doctrina de Boswell como suficiente por ser cultísima y necesaria por majadera

Defensa de la doctrina de Boswell como suficiente por ser cultísima y necesaria por majadera
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Carlos Álvarez

Introducción

Me atrevería a decir que puedo contar en el apoyo de cualquier ser habitante de esta tierra para el cumplimiento de cualquier industria ruda y sin civilidad siempre que me halle en la disposición de actuar con una caridad lo debidamente precisa para inclinarle hacer creer que merece un mejor destino y que para ello tendría que hacerse enemigo de sus actuales suertes. Que lo piense verdaderamente es una empresa que no valdría la pena corroborar, y que se me juzgue por haberlo hecho alguna vez solo podría estar en las manos de las manos más dóciles y temerosas que suelen entender con una sutileza que no está al alcance de todo, las ocasiones en las que una persona está obrando con licitud para obtener algo para su beneficio. Nunca he tenido un solo lamento sobre las limitantes en las que los cielos pusieron el molde de mi ser para no ser tan vigoroso de los sesos, poseer una piel sensible a los cambios de clima, o unas articulaciones más frágiles que las de un anciano que ha cargado costales más de cincuenta años, y al contrario siempre me ha parecido un milagro suficiente que pertenezca a un grupo bastante tan perceptivo como maligno, que obedece al nombre de raza humana, en el que nos podemos aferrar a una que otra idea que me permita no adorar en demasía la inocencia, no querer satisfacer toda curiosidad, o deshacerse de procedimientos gentiles que nunca terminan de convencer a nadie.

Hay cierta idea más estúpida que novedosa, que es más bien una esperanza racionera, y esto es que cualquier persona es capaz de cualquier cosa. Pediré disculpas cada vez que una frase sea indebidamente ambigua pero nunca me defenderé por un reproche que se le pueda hacer a mi percepción moral. Habiendo observado que así como la obediencia es la bondad más suficiente entre todas nuestras nefastas pasiones, y como la sofisticación es la fantasía más indecente de todas las normalizadas por la voz pública, no parece haber una empresa en la que el entendimiento se beneficie de la aplicación de algún axioma antiguo sin sentir culpa de las pasadas oportunidades en las que nuestro espíritu se benefició de ideas sobre el bien y el mal que no estaban debidamente calibradas por la vasta y compleja balanza de la experiencia. Apreciando que nuestra conducta obedece leyes solitarias y casi siempre secretas mucho menos dignas del severo ritualismo de las religiones en las que existen propósitos divinos que aplastan las diversas formas de la fortuna de manera mucho más simple, concluyo con frecuencia que el deseo de la humanidad por saber de dónde proviene es mucho más enorme que el que posee por saber hacia dónde va; hay otro sentido más trágico en la humanidad y esto es que ni siquiera los seres asistidos por las mejores fibras o labrados con el más sólido de los metales son capaces de hacerlo todo, pero dado que esta expresión es bastante hermosa porque es demasiado general y demasiado general porque es algo patética, diría mejor que una cantidad inferior a lo que podemos contar con nuestros pies y nuestras manos en caso de tenerlos completos, es el número de hombres en la historia universal que han tenido un conocimiento efectivo para el cumplimiento de sus propósitos, y una cantidad todavía más inferior al número de personas necesarias para entender lo que es malo, es el número de seres que han logrado escapar de la infelicidad.

A quienes son favorecidos por una inteligencia dulce, un espíritu ameno, o una voluntad inquebrantable, les es eventual considerar toda aspiración algo desproporcionado y todo honor algo mucho más irregular que cualquier imprudencia. Quienes son sometidos por fortunas descabelladas e incalculables dolores, suelen observar los atributos morales de la riqueza como algo patético, exaltan todo lo que les resulte imposible obtener, y desprecian a quienes son promovidos de un estado de tugurio y herrumbre, a uno de alcurnia y sofistiquería. Pero he descrito al inicio de mi empresa sobre cierto orgullo particular jamás obtenido por mi espíritu en la educación recibida por quienes dirigieron mi destino, y esto tiene que ver con la lección más hermosa y para intimidante gracia que me auxilió para en el desentendimiento de infinitas incivilidades y gracias a la cual fui preso de una cifra tolerable de inmoralidades y una perdonable de mentiras, como es el hecho de no tener un solo ápice de interés para estar en lo cierto.

Emerson dice en sus Diarios que nuestra naturaleza tiene dos aspectos, uno dirigido hacia nosotros mismos y otro dirigido hacia la sociedad; dice también que la riqueza, la pobreza, la bondad, la impiedad, el bien o el mal de un hombre se mide con relación a estas dos condiciones; La Rochefauld tuvo la misma idea para decir que es mucho más fácil estar satisfechos con ser engañados y traicionados por nosotros mismos, que de serlo por la voz o la palabra de nuestros enemigos. Esto querría decir que como no podemos ser más honestos con nadie más que nosotros mismos, no podríamos ejercer con la misma impiedad de cometer el impúdico acto de diseñar una mentira con alguien que no sea nuestro propio espíritu, y por lo cual, la casuística no podría estar en desacuerdo si decimos que bajo estos mismos parámetros ninguna mentira está desprovista de una cantidad reconocible de verdad o de buena intención.  Que para contar con el apoyo incondicional de cualquier persona suele ser suficiente hacerle entender que nadie más que nosotros somos conscientes de que sus irritaciones no provienen de una falta de moderación en su espíritu sino de malestares meramente impropios de la existencia, y que por una serie desafortunada de coincidencias despreciables por nada más que la influencia de un medroso azar sus ánimos son impropios.

Que nuestras palabras no sean capaces de expresar siempre el mismo sentido habla más de una irregularidad en la existencia, no en nuestros sentidos; que seamos capaces de tragarnos una mentira y aun sacar un beneficio impensado de creerla, prueba cierta malignidad en nuestro espíritu, no en nuestra razón; que podamos satisfacernos de no estar en lo cierto prueba más lo desproporcionada que es nuestra razón, no el entendimiento. Pienso que la observación de una sola idea con la fuerza de toda una filosofía haría que confundamos hábitos con disposiciones, dolores con placeres, temores con tristezas, locuras parciales con alegrías absolutas, que ni se distinga lo verdadero de la metafórico, y así la falta de buen sentido pueda confundirse con inteligencia en demasía y al final parezca todo la misma cosa y por ello nada.

No creo que pueda existir enemigo más grande para el ejercicio de la bondad y la ternura que el empleo excesivo de la razón; prueban los avances de la ciencia no son todos los avances el primer paso de mil divergencias entre uno y otro ser; prueban las artes que ninguna superstición abarca con más fuerza nuestras almas que deshacernos por completo de los daños de la desgracia. Recibí una educación lo debidamente innoble en términos de los más antiguos preceptos, y poco me importa sabiendo aquello que dice Saavedra Fajardo que “tal es la escuridad de los tiempos antiguos, que no se puede dar paso firme por ellos;” nunca me resultó una traición el incumplimiento de una promesa, no fui precavido para ocultar mi desagrado frente a quienes empleaban con exceso la retórica y la filosofía, y se me demostró que el empleo que podemos dar a la rarísima y única virtud del dinero, que es el poder que poseemos sobre la voluntad de los demás, siempre ofrece más evidencias de lo que no se puede alcanzar con él, que aquello que puede ser preservado por su favor. Se hizo entender que tanto una promesa, aun siendo cumplida, es de principio a fin un imposible, como toda esperanza es en cualquiera de sus calidades una vanidad; bajo las condiciones de estas máximas la virtud del ahorro me resultaba dudosa e indecente si estaba dirigida a fabricarnos contentos duraderos. La mofa hacia cualidades negativas de los demás nunca me resultó una barbaridad, tanto como un juicio sarcástico hacia la naturaleza de mis acciones no me pareció alguna vez una causa suficiente para enemistarse. Todo esto fue ofrecido por la humanidad de una educación que no se erigió sobre el mérito de alguna futura retribución o de expresiones de gratitud que perseguían fines que no eran precisamente los de la benevolencia. Dado que mis padres no se habían adherido a un sistema decente sobre Dios, el destino, o la virtud, las voces de las que mi memoria se puede esforzar para tocar algo que beneficie nada más que el curso de mis desánimos o justifique las causas de mis desesperos, mi espíritu no tuvo la oportunidad de alimentarse de alguno de los deseos que personas más ilustres han tenido para lograr que sus palabras representen alguna secreta prudencia en nombre de sus viciosas acciones. 

Es irresponsable de nuestra parte admirar las posiciones más altas del mundo por el grado de complacencia que pueda ofrecernos en un esquema futuro; ni la porción de grandeza que un ser posea no puede ser juzgado meramente por sus intenciones, ni la inteligencia de un ser por enigmas que solamente están conservados por los líquidos de sus sesos. Luego de entender que así como el afecto de mis tutores no fue suficiente para que mi probidad domesticara la rugosidad de mis pasiones más amenazantes, lo mismo sentí que podía aplicarse con las diferencias naturales de todos los seres, que así hay algunos inclinados a necesitar más, algunos a poseer menos, y otros a depender más de las debilidades de los demás, y que por este mismo sentido no es posible recriminar por completo algunas debilidades heredadas, y tampoco sentirse menos indignado que complacido de entender las diferencias sustanciales, casi siempre más lamentables que necesarias, por las que un ser es superior en algún  sentido inferior a otro. 

Esto me pareció más positivo por hacerme creer que nadie es alguien, y que todos somos algo; es aquí cuando entra el libro de Boswell, y antes de ahondar en la naturaleza del libro, que es delicioso por las ideas que su a veces débil y otras laborioso estilo es incapaz de ocultar, me gustaría expresar algunos motivos: hasta donde mi vida ha logrado henchirse de algún puntual socorro en la duración de mis necesidades más impensadas y menos patéticas, diría que estando acostumbrado a no recibir aflicción de ver que mis allegados estuvieran condenados a padecer, obedecer y suspirar, que me resultó posible sacar ventaja de cualquier agravio sin el empleo excesivo de la razón, y de hecho, diría de mejor manera que consideré el empleo en demasía de la razón la causa de todos los agravios que dicen no tener fines, y aún más hipócrita me parecieron sus mecanismos porque con el favor del tiempo todo juicio puede considerar cualquier mal como falto de causas verdaderas. No puedo iniciar mi trabajo si no es con las mismas palabras de Lord Chesterfield: Si usted, lector, tiene el conocimiento, el honor y la probidad en un grado favorable, los signos y la calidez de mi afecto le recompensarán de forma inédita, pero en caso de estar encarecido de los favores que los cielos han dado a quien los busca o pide, mi indignación y mi aversión merecerán la misma medida; recuerda que nadie que tenga amor o poder sobre alguien más nadie posee otra obligación que no sea ofrecer lo necesario para subsistir, y si alguna vez nos peleamos por razones enteramente mías que no te satisfacen, no tendrías alguna causa verdadera para creer que hay razones que son verdaderamente de alguien, y en ese sentido no podrías esperar en mi naturaleza voluntad para reconciliarnos como puede ser hallada en niños, cornudos y padres tontos, por más que me hallé en el constante detrimento que significa ser caritativo. No puede existir alguna debilidad en los seres que les permita reñir con quienes aman si no es por algo esencial; bajo estas condiciones no resulta irracional que si alguna vez nos peleamos me hallé en la necesidad de no perdonarlo, por más que usted aventaje mis razones en número o en prudencia. Pero espero que esta declaración, que de ninguna parte es una amenaza, sea para toda la vida de los dos innecesaria.

La historia, que es la más amable de las quimeras que ha tenido lugar entre las ciencias abortivas y las artes bastardas, nos ha permitido apreciar el avance que el género humano posee sobre épocas pasadas cuando se trata de rebajar a costumbres los conceptos, y cuando se trata de estudiar la salud y la prudencia de costumbres antiguas nos permite entender que el progreso tiene el mismo sentido para el género humano de lo que lo que es bello lo puede tener para lo es justo, o lo que es bueno para lo que verdadero, y me excusaré de ser indebidamente ambiguo porque la falta de exclusividad de mis pensamientos no podría afectar malévolamente el dignísimo curso del entendimiento de lo que es noble y necesario y solo puede entenderse a lo que me refiero imaginándome como un niño regañado en una esquina maquilando como derrocar las potestades de sus tutores.

Ruskin consideró los navíos las creación más inédita y hermosa porque la consideró una extensión de nuestras facultades, y diríamos que Carlyle hizo lo propio con la ropa diciendo que tanto han errado las doctrinas en querer estudiar la desnudez del alma que no ha sido el peor de sus yerros más que no considerar la ropa la piel de nuestro espíritu y no meros instrumentos para el cuidado de la dermis; Borges dijo que el libro es la creación más hermosa que la raza humana haya sido capaz, y Kipling consideró el sistema de las leyes algo un poco más hermoso que cualquier literatura posible. Es esta la primera de las razones que extraje de Boswell y esto es que ningún objeto es más hermoso y noble, y entiéndase esta frase con todo el patetismo que una expresión general suele trascender en el corazón del vulgo, que cualquier instante de cualquier persona en la historia lo debidamente observado, estudiado y entendido. 

Existe cierto principio por el cual sentimos simpatía por todo tipo de méritos innatos y cierta repugnancia hacia cualquier irregularidad natural, que según como me permite entender el hecho que nuestro hábitos siempre están fundados sobre causas que nunca han valido la pena discernir o refutar, esta la misma causa por la que nos atribuimos cierta libertad para despreciar las apariencias de todo lo que creemos, y es a su vez la misma causa por la que somos incapaces de juzgar las cosas por sí mismas, y que por ello nos es mucho más fácil admirar cualquier cosa porque las ignoramos que aborrecerlas porque las entendemos.

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