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La muerte de un partido

La muerte de un partido
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Manuel Ruiseñor Liévano

Si en la historia reciente de este país hay un suceso que a partir de ayer cambia la referencia institucional o el mapa de la política, es la inminente pérdida del registro del Partido de la Revolución Democrática (PRD), referente electoral de la izquierda mexicana.

Acaso consecuencia de confrontaciones internas y de alianzas fuera de órbita y efectividad, todo parece indicar que ha llegado el fin del PRD como entidad de interés público y otrora esperanza del cambio en el país.

Y es que el 2 de junio pasado, las urnas decretaron final existencia a un instituto político que fue plataforma para el despegue de dos de sus más conspicuos liderazgos: el de Cuauhtémoc Cárdenas y el que Andrés Manuel López Obrador, presidente de la república saliente este 2024, protagonizaron.

Hubieron de sumarse más de tres décadas en las cuales el PRD se vació de su otrora significativa militancia con la salida y pérdida de liderazgos nacionales, regionales y locales. Estamos hablando de 35 años, desde su fundación en 1989, trayecto en el cual esta expresión de la izquierda mexicana se nutrió con la indignación y reacción social derivada de la pobreza, la crisis educativa y el abandono del campo, incluso del descontento generado por la inacción del gobierno federal tras el terremoto de 1985.

Fundado por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muños Ledo, a partir de 1994 el PRD vivió su auge electoral al tener más de ciento veinte diputados. De ahí pasó a ganar significativas posiciones políticas como las gubernaturas de Tlaxcala, Baja California Sur, Zacatecas y el Distrito Federal.

¿Qué sucedió con esa locomotora de la izquierda mexicana que fue el partido del Sol Azteca? ¿Fue por causa del pragmatismo de algunos de sus liderazgos o la radicalización de otros como cuando coquetearon con el EZLN? La respuesta cabal está al seno de esa organización.

No obstante, se dice que en gran medida la crisis del PRD se derivó de sus sucesivas alianzas en el Congreso, que apoyaron causas variopintas, alejadas de sus postulados fundacionales y aún del sentir popular. No está demás señalar que haber hecho causa común con el PRI en diversas reformas e iniciativas, marcó el camino del Sol Azteca hacia el fin.

El caso es que, entre negociaciones legislativas, definición de candidaturas y la permisión para el arribo de cuadros dirigentes discordantes a la esencia perredista, el PRD se fue derrumbando; una cuestión también acelerada por el caudillismo representado por Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador.

Así, nuevas corrientes entre las tantas “tribus” que tradicionalmente han conformado la izquierda mexicana, fueron ganado lugar al seno perredista, hablamos de Nueva Izquierda y los Chuchos, cuya lógica de negociación se basó exclusivamente en la repartición del poder en un partido a la deriva, sostienen sus críticos.

En tal contexto, que seguramente merece una indagación más a fondo, hoy el Partido de la Revolución Democrática está llegando a su fin institucional. Lo cual manda a la sociedad en general y al electorado participativo, un mensaje en torno a la calidad de la aún joven democracia que se vive en nuestro país. La oferta político-electoral, debe seguirse fortaleciendo en aras de una mayor inclusión social. Los esfuerzos que puedan seguirse haciendo para institucionalizar en el formato de un partido político cualquier expresión ideológica, siempre serán bienvenidos. Todo ello, sin perder de vista, que no se trata de simular o de atomizar nada más porque sí, la oferta partidista.

Cuesta demasiado al erario público la manutención de los partidos políticos; sus prerrogativas para mantenerse operando, así como la organización de cada proceso electoral. Son inadmisibles esos recursos y gastos en una realidad económica y social como la que vive México. Los partidos que sobrevivan, algo habrán hecho bien. No se vale especular en esta materia. Bienvenidas sean las ofertas políticas a que haya lugar acorde a la ley, pero especialmente cuando sean expresión del interés público. Lo demás, es prestidigitación.

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