Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, Los fines de semana tienen algo de festivo, pero también arrastran cierta melancolía; son como un paréntesis en nuestra existencia que se repite incansablemente. Te invito en esta ocasión a reconocerte a la orilla del mar en la costa de Tapachula.
De madrugada, acompaño a Amanda y a Tulio a la playa y manglares de las Cigüeñas para salir a pescar con el auxilio de algún lanchero. Le vendrá bien asolearse y nadar en medio del mar dibujando sus sueños en las aguas azules del pacífico; mientras yo capturo ideas para algunos artículos y Tulio juega con las palabras en busca de un poema.
Desde la lancha se aprecian las playas vírgenes de la costa, enormes espacios desiertos a la orilla del mar que incita a la aventura de un juego de supervivencia. Con esa fascinación que provoca sentirse en medio del mar, le propongo a Amanda —Escribamos un cuento acerca del mar, de su inmensidad, de esa sensación que sientes al sumergirte; de ese otro mundo submarino tan inexplorado como misterioso, como si fuera el gran útero del Universo; deja correr la pluma al escribir tu cuento. No fuerces las circunstancias ni trates de preconcebir la historia; los cuentos fluyen por sí mismos, como sus propios personajes y al final, terminas convertido en alguno de ellos. La pluma, en manos de un escritor, adquiere la magia de deslizarse suavemente sobre el papel, y luego, tú misma te sorprenderás del camino que ha seguido, del cúmulo de palabras e imágenes creadas, y por supuesto, también de la sarta de sandeces que has dejado en el papel, pero para ello se inventó la goma y el tiempo de rehacer y corregir.
Entonces, me replica —Mi pluma no es mágica, la siento vacía. Suele escribir ideas en perpetua circunvolución: inicia, transcurre y finaliza en el mismo punto, se parece al mar. Jamás avanza. Mi pluma parece recrearse en sí misma.
—Mira, Amanda— le insistí— Hay plumas sin escritor y escritores sin pluma; pero éstos últimos pueden servirse hasta de su dedo índice para escribir sobre la arena. Escribir es un ejercicio del pensamiento y de los sentidos, un oficio de rebeldes y trasgresores, si no es así, entonces se limita a ser producto comercial, industria de la reproducción.
Tras algunas peripecias, nos alcanza de pronto el atardecer al desembarcar. Amanda no dice nada, se sienta sobre la arena con la mirada perdida en el horizonte. Así vimos la puesta de sol, ese espectáculo propio del Pacífico donde el sol desciende a refrescarse en lo profundo del océano.
Creo que pasamos varias horas así, en el más absoluto de los silencios con la mirada perdida en nuestros propios pensamientos. En ese horizonte que mira hacia el Oriente.
Insto nuevamente a Amanda a escribir esta experiencia, pero ella se declara estéril. En verdad, no lo es, pero reprime todo cuanto lleva dentro y juzga antes de escribirlo por miedo a la censura de su compañero con quien comparte la aventura de inventarse cada día. Ella mira a través de los ojos de Tulio y Tulio se pierde entre las líneas de sus propios escritos, en el placer de sus propias palabras. Tulio es para Amanda una referencia necesaria, el desborde de sus pasiones, el ancla que lo mantiene con los pies en la tierra y la mente en el universo. Amanda es para Tulio la carnalidad sublimada, la inteligencia en donde él mismo se refleja, en Amanda deposita sus deseos; es la criatura donde se abandona para crear cada día.
Las luces de la aldea se encendieron, las mujeres de los pescadores se acercan entonces a ofrecernos la cena: un dorado, un merling; un robalo, un bagre o camarones. Tulio se decide por un pescado a la talla mientras nosotros preferimos camarones empanizados y un poco de hueva de lisa. Hace rato que las aves pasaron en parvadas para refugiarse entre los manglares y ahora son los mosquitos a quienes ahuyentamos con el humo de la fogata. Es, entonces, cuando tomo conciencia de la hora. Nos sentamos a la orilla de la playa para escribir mensajes sobre la arena.
La playa, ahora me pareció distinta, más alegre que en otras ocasiones, quizá porque añoraba esta paz. Caminamos sin rumbo definido escuchado el estertor del mar, la voz de Neptuno guiando a los buques camaroneros que llegan de lejos, algunos dicen que son cerca de 600 buques provenientes de Sinaloa y Oaxaca los que desembarcan en el muelle pesquero; a esos, se suman las lanchas de los tiburoneros quienes comercian la aleta de tiburón y del cartílago, con la cual, los japoneses producen la prodigiosas píldoras contra la osteoporosis.
Amanda pregunta acerca de la carne de tiburón para el famoso bacalao. Tulio se sorprende al saber que la carne del tiburón se arroja al mar sin aprovecharse siquiera. Amanda se interesa en conocer por qué no florece la pesca en México teniendo esta enorme extensión de litorales.
Algunos pescadores se reúnen en torno a Tulio y Amanda para quejarse amargamente de sus carencias, mientras otros reconocen no tener mayor interés en complicarse la vida sencilla al vivir apaciblemente en la hamaca, enshorados y con los pies descalzos sobre la arena, con una cerveza cerca y una mujer a la mano; sin complicaciones fiscales ni gestiones complicadas y siempre con dinero anticipado de la “empresa”,.
La charla se prolonga hasta entrada la noche. Las siluetas de los pescadores desaparecen entre la oscuridad mientras nos disponemos a regresar por donde llegamos. Este fin de semana he decidido vender el televisor. Ningún paisaje de Discovery Channel se compara con el mar de la costa de Chiapas, con sus paisajes y su gente. Este fin de semana, Ana Karen, llegaré a casa para narrarte la fortuna de vivir en medio del paraíso, de este México desconocido, tan mágico y místico que sorprende por su belleza, por lo impredecible de su gente, por ese pensamiento que se expresa en acento mareño tan distinto al de la sierra de Tapachula, tan extraño para los citadinos y sin embargo, tan cercano al hedonismo del buen vivir.
Este fin de semana no podría describirte de manera breve cada instante en medio del mar, el placer de sumergirte en las profundas aguas donde el instante se congela, donde los paisajes marinos te producen esas emociones encontradas que van del miedo a la fascinación, de la prudencia al arrojo.
Este fin de semana no hablaré de migrantes ni de narcos; porque de buena gana me habría quedado toda la noche junto a la playa, pero ya vendrá el tiempo en que los pescadores mismos puedan construir alguna cabaña para brindarnos ese placer. Por ahora, pienso que quizá, así sea mejor. La gente solemos ser el animal más depredador del planeta y sin un verdadero proyecto Ecoturístico, estos paisajes seguramente, correrían peligro. Pero por otra parte, me pregunto cómo vamos a aprender a convivir con la Naturaleza, a apreciarla, a saber que existen ecotecnias apropiadas para disfrutar de todo cuanto Chiapas nos brinda sin depredar.
En la noche, ya en la ciudad, la gente me parecían fantasmas rodeándome, fantasmas sin rostro; mantenía aún la imagen del atardecer en la playa; la música la sentía como un golpe de tambor mal tocado taladrándome los sentidos; nada comparable con el estertor de las olas.
Preferí refugiarme en la tranquilidad de la terraza pensando que este fin de semana fue tranquilo, de intensas charlas, sol, calor y comida. Este fin de semana observo la luna devorada por el mar como una cuestión de amor.