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Mi abuela que me enseñó a quemarme la lengua

Mi abuela que me enseñó a quemarme la lengua
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Enrique Alfaro

Mi abuela hervía el agua de la llave por muchos minutos en una olla grande. Apagaba el fuego y dejaba reposar el agua. Luego, la vaciaba en otra olla grande a la que le había colocado una manta de tejido fino. Sobre ese lienzo quedaban las impurezas y en el fondo de la olla reposabanlas sales, la cal. Esa agua era la que tomábamos.

Por la mañana y al medio día, mi abuela ponía de esa agua a hervir y la vaciaba en un colador cónico al que le había puesto mucho café. No importaba que tanto calor estaba haciendo en Arriaga, el café se debía beber cargado y sufientemente caliente como para quemar la lengua. En mi casa, de largo pasillo y pretil, todos los habitantes aprendían a odiar el “agua de calcetín” y más si te lo servían al tiempo.

De castigo, mi abuela me mandaba a regar el traspatio que era muy grande, colindaba con todas las casas de la cuadra:era el centro de ella. Ese traspatio era como el universo de Toledo, pues estaba habitado por iguanas y serpientes, lagartijas y sapos, casquitos y ardillas y una gran variadad de aves, entre ellas el pájaro carpintero que anidaba en los cocoteros. Yo hacía mil viajes cargando dos cubetas para equilibrar, me detenía a comer mangos de diversas clases, guayabas cimarronas, papausa o papayas. Cuando caían cocos, los abría con un machete que mi abuela no sabía que usaba. Aun tengo levemente mutilado el dedo gordo de mi mano izquierda, recuerdo de mi impericia en su manejo. 

Nunca me dejó sacar agua del pozo a la que mi abuela llamaba la noria. Era un lugar prohibido para el niño que era y al que no le gustaba el agua.

Obligado me mandaba a bañar y obedecía refunfuñando. La regadera era redonda y grande, estaba conectada directamente al techo del baño y sobre del techo estaba el tanque grande de cemento, que había que limpiar con cierta frecuencia. 

La regadera se abría y cerraba con un mecanismo simple que asemejaba una balanza de la justicia, imagino porque limpiaba a quién la traspasaba. El agua caía a grandes chorros. El cuerpo agradecía el fuerte golpe del agua, el masaje que provocaba por su potencia. 

Ya bañado, hacía yo mis tareas y luego me permitía ver media hora de caricaturas por la televisión en blanco y negro. El canal era Televisión Rural de México (TRM) y el televisor era punto blanco y aunque tenía un selector redondo para cambiar canales éste no se usó hasta que aparecieron otros canales. 

Entre semana, muy temprano me mandaban a la escuela a la que iba yo caminando. La primaria federal Venustiano Carranza quedaba a unas cuadras, muy cerca del mercado público. Ahí bebía directamente de la llave a la hora del recreo. El tubo era corto, a la altura de un balde, de tal manera que teníamos que agacharnos y beber directamente de la llave con el cuerpo torcido. Con frecuencia, al beber de cabeza terminabamos sacando agua por la nariz. Comiamos paletas y raspados que se hacía con hielo que guardaba mucho óxido. No recuerdo haberme enfermado por beber de esa agua. Pero al llegar a casa de mi abuela bebía, entonces,agua limpia y fresca que antes había sido hervida y filtradapor las pequeñas manos de mi abuela pequeña, manos inversamente proporcional al carácter que poseía y que la constituía en la matriarca.

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