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Fulminante excomunión de Hidalgo / Crónicas de Frontera

Fulminante excomunión de Hidalgo / Crónicas de Frontera
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Antonio Cruz Coutiño

Por la autoridad de Dios todopoderoso, el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de los santos cánones, y de la inmaculada Virgen María madre y nodriza de nuestro Salvador, y de las vírgenes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios, papas, querubines y serafines, y de todos los santos patriarcas y profetas; y de los apóstoles y evangelistas; y de los santos inocentes, quienes a la vista del Santo Cordero se encuentran dignos de cantar la nueva canción, y de los santos mártires y de los santos confesores; y de las vírgenes y de los santos y elegidos de Dios, lo excomulgamos, anatemizamos y lo secuestramos de los umbrales de la Iglesia del Dios omnipotente, para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos, juntamente con Satán y Abrirán, y aquellos que dicen al Señor ¡Apártate de nosotros porque no deseamos ninguno de tus caminos! Y así como el fuego del camino es extinguido por el agua, que sea la luz extinguida en él para siempre.
Que el Hijo, quien sufrió por nosotros, lo maldiga. Que el Espíritu Santo, que nos fue dado en nuestro bautismo, lo maldiga. Que la Santa Cruz a la cual ascendió Cristo por nuestra salvación, triunfante de sus amigos, lo maldiga. Que la Santa y eterna Virgen María madre de Dios lo maldiga. Que todos los ángeles y arcángeles, principados y potestades, y todos los ejércitos celestiales lo maldigan. Que San Juan el Precursor, y San Pedro y San Pablo y San Juan el Bautista, y San Andrés y todos los demás apóstoles de Cristo juntamente lo maldigan. 

Ojalá que el resto de sus discípulos y los cuatro evangelistas quienes por sus predicaciones convirtieron al mundo universal, lo maldigan; y ojalá que la santa compañía de mártires y confesores, quienes por sus santas obras se han encontrado agradables al Dios todopoderoso, lo maldigan. Ojalá que todos los santos desde el principio del mundo y todas las edades, quienes hayan sido amados de Dios, le condenen; y ojalá que los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos le condenen. 

Que sea condenado en donde quiera que esté en la casa o en el campo; en los caminos o en las veredas; en las selvas o en el agua, o aún en la Iglesia. Que sea maldito en el vivir y en el morir; en el comer y en el beber; en el ayuno o en la sed; en el dormitar y en el dormir; en la vigilia o andando; mingiendo u obrando, y en todas las sangrías.Que sea maldito interior y exteriormente. Que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes, en frente y oídos, en sus cejas y mejillas, en sus quijadas y narices, en sus dientes, en sus labios y garganta; hombros y muñecas; en sus brazos, manos y dedos. Que sea condenado en sus venas, muslos, caderas, piernas, pies y uñas de los pies. 

Que sea maldito en todas las junturas y articulaciones de su cuerpo. Que desde la parte superior de su cabeza hasta la planta de sus pies, no haya nada bueno en él. Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga, y que el cielo, con todos los poderes que hay en él, se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen. Amén. Así sea. Amén.

Respuesta del Padre HidalgoTexto de respuesta al Decreto de Excomunión, atribuido al padre Miguel Hidalgo y Costilla, dirigente del movimiento de independencia nacional, caudillo del Ejército Insurgente, divulgado entre militantes, adeptos y pueblo en general. Cursivas en el original.

Los opresores no tienen armas ni gentes para obligarnos con la fuerza a seguir en la horrorosa esclavitud a que nos tenían condenados. ¿Pues qué recurso les quedaba? Valerse de toda especie de medios injustos, ilícitos y torpes que fuese, con tal que conduzcan a sostener su despotismo y la opresión de la América; abandonan hasta la última reliquia de honradez y hombría de bien, se prostituyen las autoridades más recomendables, fulminan excomuniones que nadie más que ellos saben que no tienen fuerza alguna: procuran amedrentar a los incautos y aterrorizar a los ignorantes para que espantados con el nombre del anatema, teman donde no hay motivo de temer.

¿Quién creería, amados conciudadanos, que llegase hasta este punto el descaro de los gachupines? ¿Profanar las cosas más sagradas para asegurar su intolerable dominación? ¿Valerse de la misma Religión Santa para abatirla y destruirla? ¿Usar de excomuniones contra toda la gente de la Iglesia, fulminarlas sin que intervenga motivo de Religión? Abrid los ojos americanos, no os dejéis seducir de nuestros enemigos; ellos no son católicos sino por política; su Dios es el dinero, y las conminaciones solo tienen por objeto la opresión. 

¿Creíais acaso que no puede ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota español? ¿De dónde nos ha venido este nuevo dogma, éste nuevo artículo de fe? Abrid los ojos, vuelvo a decir, meditad sobre vuestros verdaderos intereses; de éste precioso momento depende la felicidad o la infelicidad de vuestros hijos y de vuestra numerosa comunidad. Son ciertamente incalculables, amados conciudadanos míos, los males a que quedan expuestos, si no aprovecháis este momento feliz que la Divina Providencia os ha puesto en las manos; no escuchéis las seductoras voces de nuestros enemigos que bajo el velo de la religión y de la amistad os quieren hacer víctima de su insaciable codicia.

Anotación mínimaEn Acatita de Baján (hoy estado de Coahuila) el padre Hidalgo es traicionado y hecho prisionero por Francisco Ignacio Elizondo. Él al igual que otros caudillos insurgentes, es trasladado a Monclova y luego a Chihuahua, en donde el 23 de abril de 1811 es encarcelado en el Hospital Real de la ciudad. De inmediato el régimen colonial inicia el proceso degradatorio en contra de Hidalgo, mismo que culmina, por parte de las autoridades eclesiásticas, el 29 de julio del mismo año.
La “degradación” consistió en rasparle la piel de la cabeza, pues había sido consagrada, como cristiano y sacerdote, con el “santo crisma”. Le arrancan además, salvajemente, la yema de los pulgares e índices de las manos, pues habían sido consagradas el día de su ordenación sacerdotal. Después, las autoridades religiosas e inquisitoriales lo entregaron al gobierno español para que lo fusilaran, sin ninguna de las prerrogativas y beneficios eclesiásticos, en que antes se amparaba cualquier reo. 

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