Home Cultura Glosas sobre el libro Reformar el pensamiento, descolonizar el saber. Memoria e historia, de Florentino Pérez Pérez

Glosas sobre el libro Reformar el pensamiento, descolonizar el saber. Memoria e historia, de Florentino Pérez Pérez

Glosas sobre el libro Reformar el pensamiento, descolonizar el saber. Memoria e historia, de Florentino Pérez Pérez
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Nérvinson Machado

1. Sí, empecemos por donde no deberíamos empezar. En parte –como dice Jorge Peña Vidal, en su libro La poética del tiempo: ética y estética de la narración–, porque el “comienzo no hipoteca el desenlace; pero en cambio, lo inaugura, pone unas reglas sobre las que se funda la misma contingencia”, ya que no existe libro sin nacer desde la crisis o el cuestionamiento; tampoco realidades que no deban ponerse en duda. Y si tenemos que adentrarnos al pensamiento dominante (el que nos trae hoy a este diálogo) y las grietas en su envoltura, asumamos que vamos adentrarnos a una larga oscuridad y que hay que aprender a hacer fuego, aunque no sepamos, posiblemente, que contemos con una caja de cerrillos en el pantalón. Pero qué digo pantalón, también podría ser una falta, un vestido, un shorts. Da lo mismo, las palabras construyen realidades y ahora mismo cada quién tiene que decidir cómo quiere ingresar a esta larga noche del pasado. Y en el caso de la obra del autor Florentino Pérez Pérez, Reformar el pensamiento, descolonizar el saber. Memoria e historia se trata de que el lector, aún sin desearlo, se convierta hipotéticamente en esa figura mitológica griega llamada Argos Panoptes, de quien nos dice Ovidio: tenía cien ojos para contemplar la noche. También destruía barcos. Sí, eso. Que no se nos pase. Quizás ahora también a nosotros nos toque, como lectores de Pérez Pérez, quemar algunas naves que han permanecido demasiadas decoradas y estáticas en el pensamiento occidental. Ya veremos.

2. Si digo que empezaré, no me crean, ya hay un punto previo que toma sentido con un par de anécdotas personales que quiero compartir y tiene que ver con los que me vieron leer este pequeño libro (apenas 116 páginas), sin saber que el libro en cuestión es más grande que sus páginas. Tampoco fue muy alto Fray Cervando Teresa de Miel, por si acaso. Pero el fraile dominico, adelantándose a su tiempo, se escabulló varias veces de su presidio, incluyendo el de San Juan de Ulúa, después de que lo apresaran por contradecir el argumento teológico de la corona española para colonizar América. Ok. No fue un ninja, está claro. Terminó en España exhibido como si fuera un espécimen extraño en un zoológico. Lo curioso fue la conclusión a la que llegó: “¿esto es lo que queremos imitar?”, refiriéndose al viejo continente. Fray Cervando no solo volteó a ver las raíces prehispánicas para el discurso que lo llevó a caer de la gracia de la corono, también comprendió que había un pensamiento distinto al impuesto en su época y el cual, para nuestra desgracia, aún sobrevive. Otra anécdota similar tiene que ver con otro latinoamericano llamado Simón Rodríguez, maestro casualmente de Simón Bolívar y con quien compartió páginas Fray Cervando en un periódico proindependentista en Inglaterra. Los dos fueron cuestionados, perseguidos y no sólo desde el poder, sino desde aquellos que aceptan el poder sin cuestionarlo. A mí nadie me persiguió por leer este libro, por fortuna, pero fue llamativo cómo la frase “descolonizar el saber” hizo que más de uno cuestionara, sin leer el libro, lo que había dentro de sus páginas. “La colonia ya pasó, eso es no superar el pasado”, me dijeron algunos, sin imaginar que lo que se cuestionaba era la realidad y que, si bien, no es España la que tiene el control sobre el pensamiento global, sí hay muchas otras fuentes que determinan nuestra forma de comportarnos, pensar y aceptar la realidad, si no pregúntenle a la academia; a eso le llamamos occidente, el cual es un sitio difícil de clasificar en un mapa geográfico. Así que es difícil escaparnos, como lo hizo Fray Cervando y Rodríguez,de la occidentalización. Sin embargo, nuestro sino es cuestionar y buscar dentro de la memoria colectiva y los puntos no visibles –por la aculturación–, porque permanecen latente a pesar del velo. 

3. Con la aparición del pensamiento nace también la crisis sobre la realidad y lo dicho, componente importante para entender esa misma realidad. Si damos un paseo por la historia de las ideas, desde Platón, pasando por Hegel, Kant, Nietzsche y saltándome una docena más de pensadores hasta llegar a Adorno –con su sentencia: “No se puede escribir poesía después de Auschwitz”– la idea de que algo está muriendo, está inconcluso o falto de cuestionar no nos ha abandonado. Pero he ahí donde radica la filosofía, que más que dar conclusiones cerradas y entregarnos todo como si fuera una discusión de borrachos, donde el mundo se traduce en un par de frase tajantes, trata de llevarnos a nuestra eterna infancia. Total, tampoco se trata de ser un crítico literario que alaba solo a sus compatriotas por chauvinismo y no cuestiona nada. Esa curiosidad inicial, a veces descarrilada,es nuestra llave para ingresar a la vida: el “¿Y por qué?” infantil que luego dejamos a un lado, regresa, y regresa con más dolores de cabeza, porque nos enteramos de que a pesar de llevarnos toda una vida preguntándonos cosas, no hemos avanzado tanto como creíamos. Y sí, en apariencia es más cómodo –pero también vergonzoso– aceptar el mundo tal cual está. De ahí el pensamiento único, el autoritarismo, la renuncia a lo humano en nombre de un tipo de civilidad que atenta contra nuestra propia especia. El pensamiento dominante no acepta otra visión. Pero supongo que yo no soy muy bueno para explicarlo, así que dejaré estas palabras del anarquista Rudolf Rocker, otro perseguido por el nazismo, quien en su libro Nacionalismo y cultura planteó la idea de que a mayor avance del poder menor sería la cultura: “Todo poder está inspirado por el deseo de ser único, pues, según su esencia, se siente absoluto y se opone a toda barrera que le recuerde las limitaciones”. Descolonizar el pensamiento, por tanto, es pensar un poco anarquista; es cuestionar ese poder y volver a la pregunta inicial del por qué. El mismo Florentino (y disculpen ustedes que pasé del usted a tutearlo) escribe: “Cuando nos planteamos la relación entre conocimiento y poder, enfrentamos la vida como un desafío de libertad; pero de una libertad que se construye desde la capacidad de autonomía del pensamiento, para romper los muros de lo inevitable”.

4.  Según la UNESCO cada año desaparecen 26 lenguas en el mundo. Si es cierto que cada lengua es una filosofía por sí misma, ¿cuánto no estamos matando? Parte del problema de la globalización es atentar contra la identidad y la memoria. Lo hace contra las lenguas inicialmente. Luego sigue la cultura (o el resto de la cultura). Tampoco es nuevo. Tampoco es natural. Desde la creación de la escritura siempre ha existido el monopolio gráfico como forma de imponer las ideas. En la remota Mesopotamia los acadios impusieron la escritura que robaron de los sumerios para expandir su cosmovisión. A pesar de que muchas civilizaciones tuvieron su propia forma de escribir en esa región (toda cuneiforme, por cierto) el sumerio siguió siendo la escritura oficial para muchas ciudades estado. Lo mismo hizo China sobre una gran extensión de lo que hoy conocemos como Asia, los romanos con el latín (y, “Oh, salve César” que Dante rompió el molde al escribir La divina comedia en lengua vernácula), los franceses en Europa y América en tratados políticos o actualmente el inglés, porque el poder, hasta la II Guerra Mundial, se trasladó de Inglaterra a Estados Unidos. Pensemos ahora en el propio español y el sometimiento a las lenguas originarias, que poco a poco vamos orillando a desaparecer. Descolonizar, según el autor del libro ahora citado, es también ver las realidades desde una noción transdisciplinaria que no atente contra la memoria.

5. ¿De qué habla Florentino Pérez Pérez cuando habla de descolonizar?, que la colonización no es un asunto meramente territorial o económico, sino que se expande más allá del tiempo y la geografía, incluso de una forma más peligrosa, imponiendo un pensamiento único y remplazando una serie de saberes ancestrales. Podríamos, por ejemplo, cuestionar la veracidad del mito frente al pensamiento racional para igual llegar a una misma conclusión. Algo que por siglos se ha criticado y que trata de poner a la academia por encima de comunidades ancestrales. Pero si algo tiene el mito es que es una forma alegórica de comprender al mundo y, como bien dijo Joseph Campbell, encontrar una relación con la muerte; entenderla. El propio Heidegger comprendía a la muerte como un fenómeno de la vida. Organizamos al mundo según la visión que tengamos sobre este hecho. Sin embargo, desde Gilgamesh, pasando por la Odisea, la Eneida o recorriendo las páginas del Popol Vuh la muerte siempre ha sido un constante diálogo con la vida. Si no, pregúntenles a los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué. Reformar el pensamiento, descolonizar el saber. Memoria e historia es un libro de esos que resiste, que pelea y es inquieto y vuelve inquieto a los lectores, porque no está para responder, sino para generar más preguntas de las que nos adentramos a sus páginas.

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