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El palo que habla

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Jorge Mandujano

…Porque los jaguares también son mis hijos

A la memoria de Jesús Roberto Ortega Rodríguez

A últimas fechas, se ha hablado —y escrito— mucho respecto del inminente regreso del equipo de futbol Jaguares de Chiapas, a trazar de nueva cuenta los surcos sobre la grama del estadio Víctor Manuel Reyna.

Nacido el 27 de junio del 2002, el equipo tuvo participación en la Primera División de la Liga Mexicana de Futbol desde el 3 de agosto del mismo año y hasta el 6 de mayo del 2017, fecha en que descendió a la Segunda División. Tras 7 años de ausencia, en este verano se dio a conocer que el equipo volvería a Chiapas, sólo que esta vez en la llamada Liga de Expansión (antes Segunda División) del futbol profesional.

En aquellos benditos años fui contratado por la directiva del equipo para escribir un libro, que recogería los primeros 10 años de vida de los benditos Jaguares. El proyecto quedó inconcluso, dado lo continuos cambios en su estructura, aunado a sus múltiples adeudos,que lo llevó a la desafiliación de la FEMEXFUT, en junio del 2017.

Se confirme o no el anuncio oficial de su regreso, comparto hoy en estas páginas una crónica pergeñada con motivo del décimo cumpleaños del tan querido e inolvidable Jaguar.  

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Se llama Esperanza Gutiérrez. Tiene 88 años, 70 de los cuales ha presumido las mejores aguas en el otrora Mercado Viejo de Tuxtla. Su “viejito” (según sus propias palabras, como pruebas palmarias), “debe andar pisando los 94. Don Filemón Nanguyasmú, un hombre sabio zoque, quien de antemano descalifica (y de bulto) a doña Esperanza cada miércoles que asisten solícitos, puntuales, al Parque de la Marimba: “Es mi mamá”, juguetea con las muchachas que, al igual que ellos, le sacan brillo al piso en la rotonda del emblemático sitio de la capital de Chiapas. 

Con la misma sabiduría milenaria que doña Esperanza ha preparado las benditas aguas de jamaica, chía, mora, piña y horchata, don Filemón ha confeccionado los mejores sombreros de palma (a la medida) para generaciones de chiapanecos, incluidos sus gobernantes, quienes también han terminado por comparecer hasta su tan humilde taller, para ceder la cabeza ante la cinta métrica en el corazón del mercado, y muy cerca del puesto de su amada Esperanza.

Hasta aquí, hasta estas líneas perdularias, estaríamos asistiendo al principio de una posible historia de amor entre dos viejos tuxtlecos, de no ser porque su parcela de contumaz cariño, su tan violentamente tierno nidito de amor, ha sido tomado por asalto por el espíritu Jaguarque puebla el alma de la muchachada.

Sí, la casa de doña Esperanza (disculpe usted, don File) es más que mero punto de reunión de no pocas barras. Desde esta su casita de interés social, muy cercana al estadio, parten las porras (bullangueras pero ordenaditas, como se los recomienda la sabia hacedora de las aguas).

A ello obedece que hoy, cuando se están cumpliendo cabal y puntualmente los diez cumpleaños del Jaguar, don Filemón le haya pedido a doña Esperanza que prepare cientos —que digo cientos—, miles de bolsitas de agua para quienes aquí se congreguen. Así también que le permita dirigir unas palabras a todo este ejército felino, émulo de la heterogénea mesnada de cazadores de Moby-Dick, antes de partir, no rumbo al mar sino al estadio. 

No bien doña Esperanza ha dibujado el “sí, viejito”, y ya la “discutisión” (como dicen en Zinacantán), se ha encaramado entre los primeros líderes de las “barras” que, sin permiso de los viejos, han tomado por asalto los tres tablones que se traducen en el comedor de la pareja. —“A ver, antes de que lleguemos al estadio, al partido conmemorativo, ¿quiénes creen ustedes que han sido, pues, hombrecitos no payasos? ¿Quiénes se han hecho inmortales sobre el césped, donde se traza “el juego del hombre”? Antes de que el compasiguiera con la cantaleta de la “cuestionada”, fue Lucía, habitante distinguida de la Zona Naranja, quien respondió: “Pos Chava Cabañas. Nadie más. Ai te va: en el Apertura 2003 se estrenó con 5 goles. Pero como le estuvo echando harto pozol, en el Clausura 2004 metió 15 golazos y en el Clausura 2006 se coronó con 11 goles, pues, en la historia de nuestros jaguarcitos es el máximo goleador con más de 50 goles. ¿Cómo la ves desde ai? “Ta´ retebien enterada la Lucy, pero la pregunta no es quién sino quiénes pueden considerarse inmortales”.

Don Filemón Nanguyasmú intenta mediar en mitad de una suerte de asamblea de esa muchachada a quien conoce, desde el olor a sudor abierto y hasta el sudor que esconde una loción barata, inútil ante la posible seducción de una muchacha que hace diez años se desprendió del olor a leche y hoy, documentada, pone el dato irrebatible sobre los tablones. “El Jaguar es la deidad de la noche” —casi grita don Filemón, al tiempo que doña Esperanza modera: “A ver, ya llegó. ¿Qué opina mi querido Pedrito Picapiedra?” 

—Para mí, nadie como Lucio Filomeno. Quizá no tenga los números de nuestro tan admirado Chava Cabañas, pero fue el primero que nos hizo gritar como jaguares: ¡goool! Y ni siquiera aquí, en nuestra casa, sino en un estadio prestado allá, al sur de la Ciudad de México.

“Y dónde dejan a Fuentes, que no sólo ha anotado goles, cuando se suma a los tiros de esquina o a balones parados, dijo La Súper lady Preferente”, sino que es una verdadera barrera en el cuadro bajo. Fuentes es seleccionado de su país. Fuentes ya fue y regresó exitoso a los Jaguares. ¿Es poco para incluirlo entre los inmortales?

—“Bien pero requetebién pendejos que están”, irrumpió gritando la tía Hermisenda, hermana de doña Esperanza. —A mi negrito Cha-cha-chá no me lo van a hacé menos. “El que por fuera no es negro, por dentro ya oscureció”, decía Nicolás Guillén, acotó desde la penumbra el viejo sabio don Filemón Nanguyasmú. Jackson es inmortal porque juega al futbol con alegría y fe en Dios y baila Vallenato —decretó la tía Hermisenda. Jackson es inmortal porque desde la soledad de Antioquia y hasta la algarabía de la tribuna zoque, el morenito ha ido hilvanando la cuenta hasta sumar 100 goles. Jackson es y seguirá siendo inmortal el día que vuelva los ojos a Tuxtla, donde nació su bebé, y levante el brazo para golpear de nueva cuenta el viento con el puño para decir ¡gracias! Gracias a todos ustedes, los jaguares, los que avanzan sobre el terreno de juego y los que juegan en el inmenso graderío, y quienes también le dicen ¡gracias, muchas gracias, Cha-cha-chá!

—Si me permites un mi último –dijo Abundio Vargas, el peluquero, quien, de la mano de su nueva esposa, la aquella, incansable bailadora de las agitadas tarde-noches del Parque de la Marimba, está de pie junto a los tablones convertidos ya en una abarrotada mesa de negociaciones. Nadie será menos o más inmortal que los demás. Aun así, a mí no me queda la menor duda de alguien que debe figurar en esa pulimentada y a la vez injusta lista que han ensamblado. Se trata del hijo de “un mi cliente” que pasó por acá y luego me mandó a decir desde el bello puerto de Mazatlán, un 5 de mayo de 1984, que iba yo a ser padrino de un chamaco que, andado el tiempo y frotando el césped, habría de presumir el nombre de Christian de Jesús Valdez Loaiza, mejor conocido como El Recodo Valdez. Olvidarlo sería lo mismo que olvidar la “música de banda”. Sería como alejarnos de la marimba como quien lo hace de un clavo ardiendo. Menos, mucho menos aún, en estos días de fiesta. De los 33 partidos que El Recodo jugó con el Jaguar —insistió el Abundio–, en 29 completó los 90 minutos; esto es que, de que sudó la camiseta, la sudó.

En esas estaban cuando, sin rubor alguno (más bien con una mueca de que sonsos son), fue doña Esperanza Gutiérrez quien mandó a parar la “discutisión”, al tiempo que advirtió: —“Pueden seguir escogiendo a sus “inmortales”, si quieren. Pero les informo que el partido de la celebración de los 10 años —según los muchachos gritones de la radio– comenzó hace 7 minutos. Y con inmortales o sin ellos, aquí los voy a esperar. No quiero que me traigan a Moby-Dick, tráiganme el resultado. Ah, y llévenle bolsitas a mis muchachos, por si arrecia la calor, y siempre y cuando no los vea el árbitro. Porque los Jaguares también son mis hijos…

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