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Chiapas, arquitectura vernácula

Chiapas, arquitectura vernácula
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Antonio Cruz Coutiño

Al maestro arquitecto Raúl López Jiménez.

Valioso y valiente es el libro magnífico e incluso monumental de Gustavo Acuña. Valioso por pionero en el ámbito regional, y valiente por mostrarse ahí tal cual es: arquitecto que, a pesar de sus limitaciones formativas iniciales, describe e ilustra sus aportaciones a la arquitectura chiapaneca, contemporánea, y busca trascender los marcos locales de la profesión en el ámbito nacional. Supe de él, de los egresados de la generación del ‘86 y de su catálogo, a finales del año antepasado en una fiesta ofrecida por otro arquitecto de la camada, el cuxtepequense y buen amigo Pedro Ramírez Álvarez. Días después Mario Robles, compañero y socio, profesor de la Facultad de Humanidades llegó a una de nuestras clases a presumirnos.
Abrió el libro de par en par, y casi sin advertencia dijo a los estudiantes: “he aquí un trabajo pionero, tanto por su contenido, como por su diseño, fotografía y calidad editorial. Jóvenes, este es el primer libro que con estas características se edita aquí”. Pordiós que nos impresionó.

Un mes después —tal como prometió en esa ocasión— Mario me llevó un ejemplar del libro. “Gustavo Acuña. Veinticinco años de arquitectura en Chiapas. Editorial Entre Tejas” leí en su portada gris: un tomo de tapas sólidas ilustradas, con la efigie de una pequeña terminal tuxtleca y el emblema del autor. Una silueta masculina que procura el espacio vital. En la página legal me encuentro con sus coautores. El propio Gustavo, Mario y el fotógrafo Alexis Sánchez figuran como responsables de la fotografía, mientras el diseño y la diagramación corren a cargo de Mario Robles. 143 páginas con fotografías en color y blanco y negro, diseño sobrio y textos breves, adecuados al material.
Muy pronto me detengo en él, a hojear, ojear y luego tomarle el pulso.

Lo primero que salta a mi vista es la trayectoria del autor, su crecimiento personal reflejado en la paulatina mayor calidad de sus trabajos, su ascendente perfeccionamiento, y en segundo lugar —aunque es probable más importante—, su intención manifiesta por hacer arquitectura y construir espacios acordes con el ser, el quehacer y el sentir de los chiapanecos todos, hombres y mujeres; con la identidad cultural de Chiapas, asimilando en ese proceso de afiliación, iluminación y catarsis, su formación ulterior… primero como profesor universitario, luego como practicante y estudioso del diseño en contextos urbanos.

Son valiosas entonces, sus incorporaciones estructurales: 1. Los techos significativamente inclinados, típicos del trópico, condicionados por la lluvia intensa y los aguaceros. 2. El arco falso proveniente de la civilización maya, apenas una intención de plasmación futura. 3. El uso de nuestros típicos horcones y vigas de madera en techos, transformadas en algunos casos en moldes de concreto. Y en algún caso aún seminal, 4. La asimilación del contraste de color, común en las fachadas habitacionales de nuestros pueblos y ciudades, al igual que el uso intenso del blanco en exteriores, ancestral como la fabricación mesoamericana de la cal de piedra.

Llaman nuestra atención sus incorporaciones de barro y terracota: la teja común o colonial, el ladrillo de diferentes texturas y tonalidades, y en especial el diamante chiapeño, proveniente de la fuente mudéjar colonial, la afamada pilona chiapacorceña y… el uso de madera es otra aportación distinguible. La vernácula arquitectura de Chiapas y de Centroamérica sería incomprensible sin identificar el papel jugado por las maderas del trópico en horcones, vigas, morillos, varas, reglas, duelas, entarimados y machimbres, etcétera, aunque entre tales elementos habría de incluirse: otates, caña-maíz, paja, bejucos y palma. Por lo pronto en esta muestra, sólo se observan las utilidades de la madera en pisos, techos, decoración y mobiliario.

El conjunto de elementos constructivos originarios, lo mismo que las ideas de espacio, perspectiva y paisaje, contenidas en el atrio de la catedral de San Marcos, por ejemplo, o en las casas de la Ladera y Blanca, al igual que en los modelos Joya 1 y Joya 2, podría constituir un buen punto de arranque para lo que Gustavo otea en el porvenir de su carrera: deslindarse poquito a poco de sus originales moldes formativos (posmodernismo, estructuralismo, minimalismo y demás tendencias académicas), y definir el punto de la amalgama creacional que podría dar paso a una “nueva arquitectura chiapaneca”, como él mismo imagina.

Una auténtica respuesta ante “el mundo de la globalización que arrastra al olvido nuestras raíces”, oportunidad —agregaríamos nosotros— para resignificar los tópicos esenciales de la arquitectura rural y urbana tradicional de los pueblos de Chiapas. Arquitecturas y opciones constructivas que están a la vista en los cascos de las antiguas fincas y haciendas agroganaderas, en las rancherías y parajes del paisaje rural; en los pueblos indios y mestizos de la sierra, en el valle y la montaña, en las calles, plazas y habitaciones de nuestras ciudades representativas, en algunos jardines viejos y bien cuidados, y en las casas, casonas y jacales de las vibrantes y diferenciadas regiones de Chiapas.
Funcionalidad sí, ahora y siempre, lo mismo que confort, ventilación e iluminación natural, e incluso algo de autosuficiencia, aunque, efectivamente, lo que en verdad importa —desde las esencias de nuestra multiculturalidad y variación regional, y desde el contexto de la globalización que nos corroe— es identificar, registrar, sintetizar e incorporar toda nuestra herencia, mesoamericana en general y en particular chiapaneca, maya, zoqueana y española.

Volver a nuestros orígenes; a las plazuelas o pequeñas explanadas, a los balnearios-jardines de junto a ríos y arroyos, a las calles sinuosas de las rancherías y barrios urbanos, a los vados, puentes artesanales de piedra y madera, y puentes colgantes; a las hermosas bifurcaciones de calles y caminos campiranos, a las casas de las campiñas, casas o “ranchos” rodeados de bosques y cultivos; a las vecindades provistas de patios grandes interiores, y a las plazas amplias como la chiapense, o las de los pueblos indios (Chamula, Amatenango del Valle, Ocosingo, Ixtapa). A las cercas vivas y setos tradicionales del Soconusco, utilizados para delimitar calles y fincas vecinas y un largo etcétera.

Hay mucho por hacer mi buen Gustavo Acuña, y qué bueno que vos y tus compañeros de generación y otros más —cuyos trabajos semblantean el futuro de esta arquitectura chiapaneca en ciernes—, se animan a emprender la concreción de este inefable proyecto. ¡A incorporarlo ya, en sus propuestas arquitectónicas! A asimilar y a digerir todo lo nuestro, en sus maquetas constructivas de casas, edificios, espacios públicos y desarrollo urbano:

1. Empedrados y enlajados como pavimento de calles; cantos rodados y lajas de Santa Cruz, de San Cristóbal y otros lugares. 

2. Adobe, adoblock y tabiques multicolores y de varias dimensiones en bardas, muros, paredes y mamposterías. 

3. Patios, traspatios e interiores ajardinados; fuentes y canales de tejas, pozos o pequeños estanques provistos de brocales y arcos. 

4. Ladrillos rojos, y no precisamente rectangulares, sino cuadrados, hexagonales y octagonales en pisos y recubrimientos de salas y corredores. 

5. Vigas, tablas y entrepisos de madera, argamasa, o incluso de concreto, en las casas de varias plantas. Incluyendo carrizos, otates y bambúes. 

6. Cúpulas y techos enladrillados, contrafuertes, cruces atriales, balcones y muretes bajos, o pretiles en corredores y jardines. 

7. Yute, petate y esterillas de carrizo en pisos, techos y recubrimientos, como en el tiempo de las ciudades mayas, clásicas, 

8. Pedestales, cornisas y terminaciones de alfarería, al igual que vitrinas empotradas, ojos de buey y claraboyas, y así… tantas, tantísimas creaciones viejas, hoy bastante abandonadas o en el más absoluto olvido. 



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