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Arcadio, el caricaturista chiapaneco / Hoja de apuntes

Arcadio, el caricaturista chiapaneco / Hoja de apuntes
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Enrique Alfaro

El pasado sábado hablé ampliamente de ti y de tu obra: El más chiapaneco de los caricaturistas chiapanecos, dije, y expliqué que cuando daba pláticas sobre la caricatura en Chiapas me refería a ti como un gran caricaturista michoacano radicado en la entidad. Un día tú me hiciste un fuerte reclamo: “¡En las décadas que llevo de publicar en la prensa yo he sido el que más usa el lenguaje local, el que más refiere las costumbres locales, más que tú. Y ahora vienes a decirme que soy fuereño, que soy michoacano!… Tenía la boca llena de razón. Su furia era comprensible. Desde entonces, en cada conferencia que doy lo presento como “el caricaturista chiapaneco Arcadio Acevedo Martínez. Nació en Michoacán pero es nuestro, es chiapaneco”. 

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Arcadio intentó varias veces regresar a su tierra natal y las primeras veces fracasó. Bebiendo en un botanero nos reclamaba: “Como son de cabrones: acá ustedes me dicen michoacano y allá, en Michoacán, todos me dicen el chiapaneco”.

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Luego de una plática que dio en lo que era el Foro Cultural Universitario, en el edificio Maciel, le dije a Eduardo del Río, Rius, que tenía un familiar en Chiapas y que además era caricaturista como él. Rius se interesó en conocer su trabajo y acudió a mi domicilio donde le mostré caricaturas de Arcadio Acevedo. Le gustó que su trazo era simple, eran monos. “Es bueno”, me dijo y me pidió que le preguntara a Arcadio cual era la linea familiar que los unía. 

A los pocos días Arcadio me explicó que los dos eran familiares del general Lázaro Cardenas del Río y era precisamente este último apellido el que los unía. Me dio nombre de su abuela, si mal no recuerdo, que también era familia de Rius. Le envié esta información por correo y a los pocos días tenía yo la respuesta. “Efectivamente, pregunté a una de mis tías mayores y me confirmó la información de Arcadio: Sí somos familia”. 

A partir de ese día, y por varios números, Rius le publicó caricaturas a Arcadio en la revista El Chahuiztle y luego lo refirió en uno de sus libros sobre los caricaturistas de México. 

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Hasta donde yo sé a su personaje principal, al perro que dibuja, nunca le ha puesto nombre. Es simplemente el perro de Arcadio. Ya sé que, como diría Irene Vallejo, las letras, la escritura, nacieron como dibujo, pero este perro dibujado no ha alcanzado nombre. También sé que a Arcadio se le da el dibujo y la escritura, la escritura y el dibujo. Su escritura es barroca, adornada; su trazo, simple, llano. 

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Tengo en mi casa originales de caricaturas de Arcadio. También pinturas de formato chico. Tengo una pequeña colección de revistas de caricaturas que dirigió y libros que escribió. Lo que no conservo fue la edición que le diseñé de El Postigo, su primer libro por el que se ganó la animadversión de las almas recatadas de su pueblo, esa la liga de la decencia que lo condenó al fuego perpetuo por lo que se atrevió a escribir siendo casi un adolescente. 

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En la exposición que inauguré el pasado viernes en la ciudad de Palenque, a la cual titulé “De amistades, respetos y querencias”, está incluida una caricatura que le hice a Arcadio Acevedo. Está en mis querencias, pues, y lo quise presumir allá en la acrópilis maya. Hoy pueden apreciar al caricaturista, con su brocha gorda, entre los cartones expuestos en la presidencia municipal.

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Me entero que Arcadio se encuentra muy delicado de salud, allá en su natal Zamora. Y nos preocupamos muchos en Chiapas. Aún hay muchos bares que recorrer y botanas que probar. Aún hay muchas canciones que cantar, flaco.

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