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La pesada ancianidad en México / Al Sur

La pesada ancianidad en México / Al Sur
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Guillermo Ochoa-Montalvo

Querida Ana Karen, México ya es un país envejecido con cerca de 18 millones de viejos mayores de 60 años. La mayoría de los viejos en nuestro país no gozan de una elevada calidad de vida, pero uno se suicidan como los ancianos de Europa quienes disfrutan de un alto nivel en calidad de vida material, mas no emocional. 

Aquí en México no se suicidan; pueden morir de frío en las calles; de enfermedades para las cuales  carecen de recursos para solventar gastos médicos y medicamentos; pueden morir al pie del hospital como seres invisibles; mueren en sus chozas o departamentos de inanición porque no hay nadie cerca de ellos que les cobije y alimente; pueden morir en un asilo de ancianos donde los costos de manutención son muy altos y la ayuda que reciben es mínima; y con todo ello, muchos se resisten a morir.

Para el año 2050 se estima que el 30% de la población serán viejos mayores de 60 años con una esperanza de vida de 86 años; por lo pronto, el INEGI, revela que en la actualidad el 14% de la población ya son mayores de 60 años, es decir casi 18 millones de mexicanos lo cual posiciona a México como un país envejecido. De ellos, más de la mitad oscilan entre los 60 a 69 años; un 30% se encuentra entre los 70 a 79 años; y un 14% son ancianos con más de 80 años.

El problema no es cuantitativo, afirma aun estudio de la UNAM: “ la ‘dificultad’ no radica en la cantidad, sino en la atención y planeación de las condiciones necesarias para que este sector poblacional deje de representar un impacto en los sistemas económicos, sanitarios y educativos del país. No nos hemos preparado para tener una vejez saludable, sobre todo en el terreno preventivo porque somos más de acciones curativas en el ámbito de la salud, al cual regularmente se asocia a esta población. Desafortunadamente, para una gran mayoría de personas, pensar en envejecimiento y vejez es sinónimo de dependencia, de enfermedades físicas y mentales”. Vale decir, Ana Kern que las tres principales causas de muerte en las personas mayores en el país fueron enfermedades cardiacas, diabetes mellitus y tumores malignos; asócialas a estilos de vida inadecuados como el sedentarismo y mal manejo del estrés.

Hace dos años, en el 2022,  el 42.5% de los ancianos vivían en condiciones de pobreza y miseria extrema; con los programas de pensiones para “adultos mayores” del gobierno federal, la cifra de pobreza en este sector, disminuyó al 37.9% y algunos de esos viejos, se convirtieron en un “capital familiar”, pero no por ello, se mejoró su calidad de vida. Los abuelos en la ciudad y el campo siguen siendo fotografías inertes colgadas en la pared: invisibles, abandonados y olvidados; muchos de ellos, tirados a su suerte. En este contexto debemos considerar, no sólo las edades, sino también  los patrones sociales, culturales y ambientales que afectan el desarrollo de este grupo de población.

El artículo 4º Constitucional es demagogia y letra muerta para los ancianos: sin acceso a servicios de salud de calidad; sin acceso a la vivienda; sin oportunidades de reinserción social y laboral; sin quien proteja sus derechos humanos; sin oportunidades de esparcimiento y aprovechamiento del tiempo libre; sin los suficientes albergues y asilos para los más pobres; y a pesar de ello, su Resilencia, les da fuerza para seguir viviendo o sobreviviendo. Y aquí surge la paradoja: con tantas carencias, ¿cómo logran sobrevivir?

Hace muchos años, al cumplir los 61, escribí:  <<Los viejos andamos  lento, ya casi sin equipaje; los viejos ya no miramos hacia atrás ni al frente, sino a los lados cuidando de no tropezar con una canción evocadora. Buscamos senderos transgresores porque como niños, los viejos nos apasionamos por lo desconocido más que por lo seguro; los viejos nos sentamos al piano a golpear el teclado construyendo notas que sustituyan nuestras palabras o como Sabines, ya no esperamos nada, nada, nada…  Pero tomamos lo que el camino nos brinda, quizá un papel arrugado que el viento nos trae a las manos para escribir algunas letras de antaño o simplemente para hacer con él, un avioncito y mandarlo a volar… los viejos vemos (ya no vemos) lo que los otros no alcanzan a tocar ni a escuchar, ni a sentir. Vemos pasar el tiempo (el tiempo siempre pasa). Estar viejo es una condición inevitable del tiempo, ser viejo es un privilegio que debe llevarse con dignidad, el costal del tiempo deja de ser una carga cuando se le convierte en alfombra mágica…”. Es cierto, hay viejos activos, sanos y sin problemas económicos, como debiese ser la mayoría; por desgracia, son los menos.

Por eso, las Políticas Públicas sobre la ancianidad debiesen enfocarse también a la salud mental, a la terapia ocupacional. Apuntar más al Ser, a sus emociones; a sus capacidades, porque aún cuando hayan menguado, siempre existen formas de revivir a un anciano; y muchas veces lo que necesitan es ser escuchados, sentir amor; cariño, atencion; no piedad ni compasión, sino un trato digno como personas. Si nadie nos educa para ser padres, tampoco se nos educa para ser hijos comprensivos, atentos a las necesidades de nuestros viejos.

En los años 70, se inició un programa federal para la inserción de los viejos a tareas ocupacionales, laborales y productivas. Algunos alfareros, carpinteros, ebanistas, costureras, jardineros, escritores, poetas y actores, entre otros oficios, participaron realizando Talleres para jóvenes interesados en aprender un arte u oficio. Se crearon centro de capacitación en parque públicos, escuelas y más tarde, en los Ágora de Fonapaz. Desaparecieron paulatinamente por falta de presupuesto e interés gubernamental, sobre todo. Con las reformas del estado pasaron a ser un discurso y nada más que eso. Carecemos de políticas publicas adecuadas al sector de ancianos para fomentar una cultura del envejecimiento exitoso para que ese 30% de ancianos no sufra  violencia física, psicológica, económica o abandono.

El Estado debe preocuparse por dictar Políticas Públicas que contribuyan a la salud de calidad y calidez con presupuestos suficientes, pues se considera que un adulto mayor acude cuatro veces más a consulta que otros grupos poblacionales, y el costo es siete veces mayor, porque muchos de ellos tienen padecimientos crónicos o enfermedades discapacitantes. Pero los estudiosos del tema, también señalan la necesidad de atender aspectos sociales y psicológicos; violencia psicológica, económica, sexual, física o abandono. Las mujeres son quienes la padecen más, debido a factores socioculturales y a que su esperanza de vida es mayor.

En esta Políticas Púbicas, se considera fundamental, “formar recursos humanos como trabajadores sociales, enfermeras, gerontólogos, geriatras y personal médico en atención primaria de la salud con orientación hacia el manejo de los viejos”, dicen los expertos.

Los investigadores sostienen que “los cuidadores primarios son los familiares, pero si no cuentan con una capacitación formal pueden caer en omisiones por desconocimiento, sobre todo si atienden a adultos frágiles o dependientes. También reconocen que hay poca investigación para prevenir síndromes geriátricos, y los modelos de atención, tanto en instituciones de salud como asistenciales, no se han modificado en décadas. “Se les sigue atendiendo como hace 40 años”.

En esta tarea, la participación de los organismos no gubernamentales y Fundaciones constituye una importante contribución aunque insuficiente.

Como sea, Ana Karen, nuestros viejos crecen en número, se resisten a morir a pesar de subaja calidad de vida y luchan hasta el último aliento en busca de una esperanza para un mejor vivir, o un mejor morir; y esa, es una cuestión de amor.

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