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El poder sacralizado / Al Sur

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Guillermo Ochoa-Montalvo

Querida Ana Karen, Desde el primero de enero de 1994 Chiapas permanece en guerra. La violencia, como signo de la disolución del pacto social, del orden cultural y del ritual político al estilo de la religiosidad mexicana, originados en la Revolución Mexicana, se hizo evidente a la luz pública en 1994 con la insurrección zapatista en Chiapas. Fue precedido por una ola de asesinatos notorios: el del candidato a la presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional, Luis Donaldo Colosio Murrieta, el de otra importante pieza en el ajedrez político y ex cuñado del entonces presidente, José Francisco Ruiz Massieu y una serie de atentados que conmovieron a la propia capital del país. A estos crímenes notorios le anteceden los ciento treinta y seis muertos contabilizados por el PRD de 1988 a 1992 (PRD, 1992), la misteriosa muerte del cardenal Posadas y el aparente suicidio de Jesús Rubiell Lozano, Director General de Concertación Social y operador político del Programa Nacional de Solidaridad al día siguiente del destape de Colosio. La violencia se había desatado.

Independientemente de la posible búsqueda de culpables, para encontrar los autores materiales o intelectuales de los crímenes, por la magnitud de los acontecimientos, resultaba evidente que la violencia obedecía a motivos de orden más profundo. “Decimos frecuentemente que la violencia es irracional, sin embargo, no carece de razones(Girard, 1983:10). La violencia generalizada suele ser expresión de una crisis ritual. No era la primera vez, en la historia de México, que la violencia se desataba. Muchos años de aparente estabilidad y paz social brindaban la impresión de que el México bronco seguía dormido. Sobre todo una de estas muertes habría de impactar a todos los mexicanos y a la imagen exterior de un país que durante seis años, coqueteaba con la modernidad y la posibilidad del ingreso al club de los países desarrollados, el asesinato de Luis Donaldo Colosio:

Las razones de la violencia y por cierto, muy buenas, se encontraban atrás en el proceso cismático iniciado por Carlos Salinas y el grupo compacto orientado a la sustitución del modelo del Nacionalismo Revolucionario por el del liberalismo social.

El plan para la sustitución del PRI desde el PRI se adjudica a Manuel Camacho Solís. En su esquema, el empirismo político predominante entre la clase gobernante del país se encontraba rebasado. Se requería elaborar un nuevo proyecto social con posiciones teóricas y estrategias diferentes plenamente articuladas. “¿Cómo construir el poder político indispensable para orientar de manera consiente el desarrollo de la sociedad?”, pregunta Camacho. En su opinión se necesitaba un aumento del poder establecido pues “… “Los profetas desarmados, pierden.Los dirigentes deben tener objetivos claros para librar las energías creativas de la sociedad y acabar con los feudos políticos (Camacho, 1974). Entre los feudos políticos menciona a la aristocracia obrera, al núcleo financiero, industrial y comercial regional y a los medios de comunicación. Según Camacho un nuevo grupo tendría que tomar el poder. Propone como recetas: una mayor cohesión de la clase gobernante, un grupo dirigente con fuerte cohesión interna y la formación: 1) en torno a un candidato presidencial, 2) de un grupo integrado en función de las necesidades del siguiente ascenso burocrático o político. El grupo compacto recorrería a los dos caminos: El EZLN como brazo armado y el PT como brazo político. En la campaña de Miguel de la Madrid habían constituido el grupo en torno a un candidato que les permitió posicionarse para el siguiente ascenso político. En torno a esta hipótesis un grupo de jóvenes ilustrados constituye una elite, un grupo cohesionado y se planteó una estrategia para la toma del poder.

La guerra había sido declarada, no consistía como en otras sucesiones de un relevo generacional, el desplazamiento de un grupo y su sustitución por otro. En aquél caso se pretendía sustituir la fe, los principios y los rituales. ¿Cuál fue el error de los nuevos científicos? Habían identificado un desgaste del modelo y en función de ese diagnóstico calcularon que la sustitución desde la cúpula podía resultar sencilla. En realidad subestimaron la fortaleza de una fe religiosa, la capacidad articulatoria de los rituales, la cohesión de la estructura jerárquica y de los vínculos personales.

A pesar de haber logrado apoderarse, desde la cúpula, de la estructura partidaria, de la del gobierno y el control del Estado, el nuevo grupo no podía hacerse de todos los hilos. Su error fue confundir fe con partido, sin darse cuenta que el partido puede cambiar de nombre, de bandera, pero no de fe ni de rituales. Por otro lado las resistencias de las órdenes más consolidadas, sobre todo la organización obrera y los grupos regionales.

El público lego y los propios militantes priístas, no lograban entender qué estaba sucediendo al ver a los priístas matándose entre sí, mientras otros abandonaban el barco para sumarse al partido que manifestaba como aspiración la destrucción del PRI, al tiempo que un grupo de izquierda incautaba los planteamientos de la Revolución. El desconcierto del auditorio no fue generalizado. Los priístas históricos, los oficiantes del viejo culto, entendieron perfectamente la contradicción y se prepararon para resistir y luchar.

La supervivencia del sistema permite el cambio de siglas partidistas, el cambio de camisetas (PRI-PAN-PRD) como se ha hecho evidente en los últimos gobiernos. El gatopardismo “cambiar todo para que todo siga igual” opera cuando es necesario, con tal de preservar el estatus quo y no violentar las estructuras del poder cismático.

En su libro “El poder sacralizado. Un análisis simbólico del sistema político mexicano” Laura Collin Harguindeguy aborda un análisis simbólico del sistema político mexicano a partir de aplicar los instrumentos heurísticos de la antropología al estudio de una sociedad contemporánea y al campo especialmente conflictivo de la política. La primera parte del libro esboza una aproximación a la construcción de un orden cultural a partir de la revolución mexicana, se refiere por tanto a los elementos fundacionales y a las estructuras sociales, mientras la segunda remite a las dinámicas sociales y cómo al cuestionarse los principios fundacionales del orden cultural se originó una crisis política que se tradujo en violencia.

Parte del análisis de la revolución como un mito de origen. En la lectura como mito los personajes históricos se presentan como héroes culturales, que cumplen una zaga, enfrentan enemigos, infringen normas motivo de una expiación, se convierten en víctimas, y con su muerte donan un bien o institución cultural. La sacralización de los personajes ubica a los héroes como fundadores de un orden cultural que los convierte en arquetipos. El mito de la revolución arraigado en las representaciones colectivas constituye una forma de conciencia social y en ese sentido, estructurante de las prácticas sociales. Su identificación con lo sagrado le concede estatuto de incursionado.

En la sucesión del 2018, el señor López retoma el ritual, la liturgia y le añade la misa mañaneracomo abordaje de los rituales que evocan la revolución y que reiteran de manera simbólica las crisis miméticas que dieron origen al enfrentamiento, se centra en la práctica de cuatro ritos de paso; la victimización del caudillo; el ritual sucesorio; la unción y el ritual mortuorio del neoliberalismo. La discusión ideológica de los partidos está en la palestra con su corolario de la intervención abierta del narcotráfico en los procesos electorales elevando el castigo a los “infieles”, prometiendo el paraíso, reiterando al “enemigo común” cada mañana; fincando la esperanza, la fe y caridad de los programas sociales y todo ello, a través del miedo y la violencia.

El fanatismo, sobre todo, entre los más pobres es el constructo perfecto que da forma a la 4T como eje ideologizador hacia un gobierno dictatorial.

Lo que nos espera, Ana Karen, no es una cuestión de amor.

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